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EL LIBERAL . El Evangelio

Evangelio según san Lucas 1,26-38

19/12/2018 22:55 El Evangelio
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Evangelio según san Lucas 1,26-38 Evangelio según san Lucas 1,26-38

A los seis meses, el

ángel Gabriel fue enviado

por Dios a una ciudad de

Galilea llamada Nazaret, a

una virgen desposada con

un hombre llamado José,

de la estirpe de David; la

virgen se llamaba María.

El ángel, entrando en

su presencia, dijo: “Alégrate,

llena de gracia, el

Señor está contigo”. Ella

se turbó ante estas palabras

y se preguntaba qué

saludo era aquél. El ángel

le dijo: “No temas, María,

porque has encontrado

gracia ante Dios. Concebirás

en tu vientre y darás

a luz un hijo, y le pondrás

por nombre Jesús. Será

grande, se llamará Hijo del

Altísimo, el Señor Dios le

dará el trono de David, su

padre, reinará sobre la casa

de Jacob para siempre,

y su reino no tendrá fin”.

Y María dijo al ángel:

“¿Cómo será eso, pues

no conozco a varón?” El

ángel le contestó: “El Espíritu

Santo vendrá sobre

ti, y la fuerza del Altísimo

te cubrirá con su sombra;

por eso el Santo que

va a nacer se llamará Hijo

de Dios. Ahí tienes a tu pariente

Isabel, que, a pesar

de su vejez, ha concebido

un hijo, y ya está de seis

meses la que llamaban estéril,

porque para Dios nada

hay imposible”. María

contestó: “Aquí está la esclava

del Señor; hágase en

mí según tu palabra.” Y la

dejó el ángel.

Comentario

La importancia de un

nombre en la Biblia muchas

veces implica una

misión, en este caso,

Isaías nos habla del nacimiento

del Emmanuel,

que significa Dios con nosotros.

Porque Dios no es

un ser ausente, sino que

quiere estar presente en la

vida de los hombres.

Dios no es un ser ausente

en nuestros sufrimientos,

al contrario,

Dios es un ser presente en

nuestra historia, padece

con nosotros, sufre lo que

nosotros sufrimos; así lo

demostró con Jesucristo,

que asumió en la cruz todo

nuestro dolor. Un dolor

que reúne el de la humanidad

entera.

Pero ese Dios con nosotros,

es también un

compromiso claro por la

vida que él ha creado. Un

Dios con nosotros que se

hace presente en el nacer

y en el morir, aunque

nuestros días estén contados.

Hacia nosotros viene

ese Dios, directo hacia

nuestra esperanza. Un

Dios que nos plantea retos,

que nos cubre con su

gracia, y hace que cambiemos

de proyectos, por

muchos que sean de realización

personal.

María atónita, recibe

el saludo del ángel. Atónita

por ser colmada de gracia,

y porque aquel saludo

le rompería toda su historia

personal. Tendría que

hacer suya la historia de

Dios. ¿Cómo, desde la pequeñez

y la fragilidad que

una persona pueda sentir

en su vida, albergará la

historia de Dios? ¿Cómo

comprender aquél “Alégrate”?

Su misión: ponerle

nombre a la vida que nace

en ella: “Le pondrás

por nombre Jesús”. Pero

no sólo es ponerle un

nombre, sino confiarse en

la misión de darle vida, de

educarlo, de acompañarlo,

de amarlo.

No todo será color de

rosas. El sacrificio, aunque

esté llena de la gracia

de Dios, será grande: le llevará

a conducirlo a Egipto

como un emigrante para

evitar la muerte, le llevará

a buscarlo entre el gentío

por ser considerado falto

de cordura, le conducirá

al pie de la cruz.

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