Feliz eres, porque has creído Feliz eres, porque has creído
María emprende un
apresurado viaje a casa
de unos familiares suyos,
que viven en una ciudad
de las sierras de Judea.
Ella sabe que Isabel está
embarazada porque el
ángel se lo ha comunicado
y por ese motivo fue a
visitarla. Al saludarse las
dos mujeres, Isabel nota
un sacudón en su seno;
el niño da saltos de gozo
que son prefigurativos de
la alegría del pueblo de
Israel por el nacimiento
de Jesús.
Isabel, llena del Espíritu
Santo, comprende
que María lleva en
su propio seno al Señor.
Una señal divina es la
que revela a ambas madres
la maternidad de la
otra. Por eso, Isabel saluda
a María: “la madre de
mi Señor”, y exclamando
con gran voz dijo: “bendita
tú entre las mujeres
y bendito el fruto de tu
vientre”. María es bendita
porque lleva en su seno
al Señor. En el judaísmo
contemporáneo se
medía el prestigio de una
mujer por la relevancia
de sus hijos. A María se la
ensalza de manera admirable
porque es la madre
del Señor. Pero, a la vez,
a través de ella se reconoce
al destinatario de la
bendición y del favor de
Dios: su hijo Jesús.
La felicitación de Isabel,
que había comenzado
con una doble “bendición”
da lugar a una bienaventuranza:
¡Dichosa la
que ha creído¡ Lucas une
dos temas capitales en la
figura de María; la humilde
“esclava del Señor”
es la que ha creído, la que
realiza en toda su plenitud
el “ser discípulo”.
María es bienaventurada
porque cree que lo
que Dios le ha prometido
se cumplirá. Igualmente
los que se hagan discípulos
de Jesús, escuchen su
Palabra y la practiquen,
serán llamados bienaventurados.
Conclusión
En María se resumen
las expectativas de salvación
y liberación del pueblo
de Israel, pero a la
vez, la que es dichosa por
haber creído, se constituye
en modelo de creyente.
Una mujer le dirá luego
a Jesús: “Dichoso el
vientre que te llevó y los
pechos que te criaron”. Y
él, contestará: “dichosos
los que escuchan la Palabra
de Dios y la ponen en
práctica. La grandeza de
María radica en el cumplimiento
de la Palabra
de Dios, por eso es feliz.
Próximos a celebrar
la Navidad, contemplando
la figura de María como
modelo de creyente,
los cristianos deberíamos
imitar su actitud:
hacernos “oyentes” de la
Palabra y “testigos” de
su presencia en el mundo.
Oyentes que disciernen
la voluntad de Dios
en medio de las vicisitudes
de la vida, poniendo
un oído en la escucha de
Dios y el otro en las angustias
y sufrimientos del
pueblo, y así, en sintonía
con la corriente de la vida,
y auscultando la voluntad
de Dios alzarse como
antorchas lucientes
para dar testimonio de la
fe en Jesús, amando y sirviendo
a los hermanos. Si
la fe no va acompañada
de obras de misericordia,
no sirve de nada, es solo
un maquillaje en nuestras
vidas.
¡Feliz Navidad!
Jesús nace
entre nosotros.
¡Felices los que creen!