Salvador María del Carril y Tiburcia Dominguez: El vicepresidente, su esposa y un rencor de más de un siglo Salvador María del Carril y Tiburcia Dominguez: El vicepresidente, su esposa y un rencor de más de un siglo
Los tiempos de
la independencia
y de la
organización
nacional fueron
construidos
con hechos históricos, sacrificios personales,
gestos audaces,
y sobre
todo implicaron para todos los habitantes
de nuestro país sufrir las consecuencias
de las extensas campañas militares,
que fueron muchas. Las invasiones inglesas
(1806-1807), la guerra de la independencia
(1810-1824) y la guerra contra
el imperio del Brasil (1825-1828), los
conflictos civiles, primero entre las Provincias
Unidas y la Liga de los Pueblos
Libres (1815-1820), luego entre federales
y unitarios (1824-1852) y finalmente
entre la Confederación Argentina y el
Estado de Buenos Aires (1852-1861), y la
gran tragedia sudamericana que significó
la guerra de la Triple Alianza, contra
el Paraguay (1865-1870); fueron el escenario
caótico en el que se desarrolló el
proceso que culminó en la República Argentina.
Resulta difícil imaginar la cantidad
de muertos, heridos y mutilados, pero
es seguro que su proporción sobre la población
fue inmensa, y sus consecuencias
en las familias argentinas fueron
demoledoras. Muchas mujeres entregaron
a esposos e hijos. Hogares que debieron
ser abandonados por las batallas
y combates. Casas y propiedades que se
perdieron por las arbitrariedades del
conflicto. Y todo en un marco de instituciones
consuetudinarias que sólo dependían
de la voluntad de los poderosos
y que sólo dejaría de ser así a partir de la
sanción de la Constitución Nacional de
1853.
Estos años que van desde el inicio
del siglo XIX hasta 1870 tendrán grandes
protagonistas, pero fueron pocos los
que atravesaron todo el período. Entre
ellos rescataremos hoy la figura legendaria
y polémica de Salvador María del
Carril, un actor fundamental de la historia
política argentina, que tuvo un largo
matrimonio que terminó, si no de la peor
manera, de una forma que aún hoy sorprende.
INFANCIA, FAMILIA Y FORMACIóN
Salvador María José del Carril de la
Rosa nace en la ciudad de San Juan de
la Frontera el 10 de agosto de 1798, y fue
bautizado de necesidad al día siguiente
en la iglesia Nuestra Señora de la Merced.
Sus padres eran los sanjuaninos Pedro
del Carril y María Clara de la Rosa.
Hizo sus primeros estudios en su ciudad
y muy joven se trasladó a Córdoba para
estudiar en la Universidad. Fue discípulo
del deán Gregorio Funes durante los
tiempos de la Revolución de Mayo y se
doctoró en derecho civil y canónico en
1816, a los 18 años de edad. Viajó a Buenos
Aires, donde ejerció el periodismo.
Atraviesa la turbulenta década de 1820
ejerciendo diversos cargos públicos y
parte al exilio hacia 1829.
Salvador conoce a María Tiburcia
del Carmen Domínguez de López Camelo
en su exilio oriental. Tiburcia había
nacido en Buenos Aires el 13 de abril de
1814 y fue bautizada en la iglesia Nuestra
Señora de Montserrat a los dos días
de vida. Sus padres eran José Luciano
Domínguez y María Luisa López Camelo.
Cuando él tenía 33 años y ella 17, se
casan el 28 de diciembre de 1831 en el
pueblo uruguayo de Mercedes, a orillas
del río Negro, y el matrimonio tendrá
once hijos a lo largo de casi treinta años,
siete nacidos en el Uruguay, otros dos en
Paraná, uno en Santa Catarina, Brasil, y
otro en Berlín, Alemania, demostración
de las consecuencias de los exilios provocados
por las guerras civiles.
ACTUACIóN PúBLICA
Vuelto a San Juan, asume como ministro
de gobierno entre 1822 y 1823, y a sus
24 años fue electo gobernador sanjuanino.
Entre sus disposiciones, suprime el
cabildo, las alcaldías, los conventos y las
milicias. Defensor de las ideas liberales,
aplica el mismo sistema que Bernardino
Rivadavia estableció en la provincia de
Buenos Aires. Proclama la Carta de Mayo,
que es la primera constitución provincial
escrita del país, en la que se incluyen
los derechos del hombre, siguiendo los
preceptos de la Asamblea del año XIII. La
Carta incluía la libertad de cultos por primera
vez en el país. A los trece días de la
firma de la Carta de Mayo, una revolución
lo derroca y parte al exilio en Mendoza.
Este documento fundacional de la tradición
constitucional fue entregado al verdugo
para ser quemada en la plaza pública,
en julio de 1825.
El 8 de febrero de 1826 el Congreso
General nombra a Bernardino Rivadavia
presidente de la República, y éste elige
como ministro de Hacienda a Salvador
María del Carril. En el marco de la guerra
contra el Brasil, Del Carril propone la ley
de consolidación de la deuda, la convertibilidad
de la moneda emitida en papel, y
el uso del oro como pago del comercio exterior.
La renuncia de Rivadavia en junio
de 1827 significó el retroceso de sus partidarios
como Del Carril, y el ascenso del
coronel Manuel Dorrego a la gobernación
porteña.
El papel más oscuro que protagonizó
Del Carril en la historia tiene que ver
con su participación en el complot que
acabó con el fusilamiento de Dorrego en
manos del general Juan Lavalle. En esos
días de fines de 1828 Salvador le escribe
a Lavalle: “La prisión del señor Dorrego,
es una circunstancia desagradable, lo reconozco;
ella lo pone a usted en un conflicto
difícil... La disimulación…, sería…
inútil al objeto que me propongo. Hablo
del fusilamiento de Dorrego: hemos estado
de acuerdo en ello, antes de ahora. Ha
llegado el momento de ejecutarlo, y usted
que va a hacerse responsable de la sangre
de un hombre…”. Sin duda esta carta definió
el destino de Dorrego y el de los treinta
años de guerra civil que siguieron a este
episodio.
Para Del Carril significó el exilio, que
lo llevaría a Uruguay y Brasil cerca de dos
décadas. Participó del partido unitario y
desde 1843 comenzó una larga correspondencia
con el gobernador federal de Entre
Ríos, Justo José de Urquiza, con quien
iba a unirlo una perpetua amistad. Luego
de la batalla de Caseros, donde Urquiza
derrota a Rosas, Del Carril regresa
al país y se integra al Consejo de Estado
que organiza Urquiza. Su provincia natal
lo nombra diputado al Congreso General
Constituyente de Santa Fe y es uno de los
varios unitarios que firma la Constitución
Federal de 1853, en el marco del primer
gran acuerdo político que propone Urquiza:
los federales dejan de ser caudillos y
los unitarios resignan sus ideas de gobierno:
todos aceptan las reglas del liberalismo.
Se destacó en la convención junto al
santiagueño José Benjamín Gorostiaga,
considerado el “padre de la Constitución”.
VICEPRESIDENCIA
Y CORTE SUPREMA
Urquiza lo elige como compañero de
fórmula para las elecciones de fines de
1853, y eso lo convierte a Salvador del Carril
en el primer vicepresidente constitucional
de la Argentina, el 5 de marzo de
1854. Debido a las ausencias de Urquiza
de la capital, Paraná, la tarea de Del Carril
a cargo del Poder Ejecutivo fue enorme.
Mantuvo una lealtad sin fisuras con el
presidente, a pesar de sus desacuerdos en
algunas medidas. Quiso ser el sucesor de
Urquiza, pero Alberdi interpretó la Constitución
diciendo que los dos cargos (presidente
y vice) eran similares y simultáneos
para impedir su reelección, ya que
no fue la intención de los constituyentes
la creación de una dictadura bicéfala.
Producida la unificación del país luego
de la batalla de Pavón, el presidente
Bartolomé Mitre nombró a los jueces de la
primera Corte Suprema de Justicia: Salvador
del Carril, Francisco de las Carreras,
Francisco Delgado, José Barros Pazos
y Valentín Alsina. Los cuatro primeros
juraron el 15 de enero de 1863. Alsina
fue reemplazado por el ilustre santiagueño
José Benjamín Gorostiaga, completando
el cuerpo.
En 1870 Del Carril fue nombrado presidente
de la Corte. Se puede decir que
ejerció plenamente las presidencias de
dos poderes del estado: Legislativo y Judicial,
y como suplente el tercero: el Ejecutivo.
Renunció en 1877 y se retiró de toda
actividad pública, a la provecta edad
de 79 años. Calles, pueblos, escuelas y
monumentos recuerdan su paso por la vida
pública argentina.