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EL LIBERAL . Santiago

Salvador María del Carril y Tiburcia Dominguez: El vicepresidente, su esposa y un rencor de más de un siglo

Mausoleo del matrimonio Del Carril con los monumentos de espalda

Mausoleo del matrimonio Del Carril, con los monumentos de espalda.

05/01/2019 22:10 Santiago
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Salvador María del Carril y Tiburcia Dominguez: El vicepresidente, su esposa y un rencor de más de un siglo Salvador María del Carril y Tiburcia Dominguez: El vicepresidente, su esposa y un rencor de más de un siglo

Los tiempos de

la independencia

y de la

organización

nacional fueron

construidos

con hechos históricos, sacrificios personales,

gestos audaces,

y sobre

todo implicaron para todos los habitantes

de nuestro país sufrir las consecuencias

de las extensas campañas militares,

que fueron muchas. Las invasiones inglesas

(1806-1807), la guerra de la independencia

(1810-1824) y la guerra contra

el imperio del Brasil (1825-1828), los

conflictos civiles, primero entre las Provincias

Unidas y la Liga de los Pueblos

Libres (1815-1820), luego entre federales

y unitarios (1824-1852) y finalmente

entre la Confederación Argentina y el

Estado de Buenos Aires (1852-1861), y la

gran tragedia sudamericana que significó

la guerra de la Triple Alianza, contra

el Paraguay (1865-1870); fueron el escenario

caótico en el que se desarrolló el

proceso que culminó en la República Argentina.

Resulta difícil imaginar la cantidad

de muertos, heridos y mutilados, pero

es seguro que su proporción sobre la población

fue inmensa, y sus consecuencias

en las familias argentinas fueron

demoledoras. Muchas mujeres entregaron

a esposos e hijos. Hogares que debieron

ser abandonados por las batallas

y combates. Casas y propiedades que se

perdieron por las arbitrariedades del

conflicto. Y todo en un marco de instituciones

consuetudinarias que sólo dependían

de la voluntad de los poderosos

y que sólo dejaría de ser así a partir de la

sanción de la Constitución Nacional de

1853.

Estos años que van desde el inicio

del siglo XIX hasta 1870 tendrán grandes

protagonistas, pero fueron pocos los

que atravesaron todo el período. Entre

ellos rescataremos hoy la figura legendaria

y polémica de Salvador María del

Carril, un actor fundamental de la historia

política argentina, que tuvo un largo

matrimonio que terminó, si no de la peor

manera, de una forma que aún hoy sorprende.

INFANCIA, FAMILIA Y FORMACIóN

Salvador María José del Carril de la

Rosa nace en la ciudad de San Juan de

la Frontera el 10 de agosto de 1798, y fue

bautizado de necesidad al día siguiente

en la iglesia Nuestra Señora de la Merced.

Sus padres eran los sanjuaninos Pedro

del Carril y María Clara de la Rosa.

Hizo sus primeros estudios en su ciudad

y muy joven se trasladó a Córdoba para

estudiar en la Universidad. Fue discípulo

del deán Gregorio Funes durante los

tiempos de la Revolución de Mayo y se

doctoró en derecho civil y canónico en

1816, a los 18 años de edad. Viajó a Buenos

Aires, donde ejerció el periodismo.

Atraviesa la turbulenta década de 1820

ejerciendo diversos cargos públicos y

parte al exilio hacia 1829.

Salvador conoce a María Tiburcia

del Carmen Domínguez de López Camelo

en su exilio oriental. Tiburcia había

nacido en Buenos Aires el 13 de abril de

1814 y fue bautizada en la iglesia Nuestra

Señora de Montserrat a los dos días

de vida. Sus padres eran José Luciano

Domínguez y María Luisa López Camelo.

Cuando él tenía 33 años y ella 17, se

casan el 28 de diciembre de 1831 en el

pueblo uruguayo de Mercedes, a orillas

del río Negro, y el matrimonio tendrá

once hijos a lo largo de casi treinta años,

siete nacidos en el Uruguay, otros dos en

Paraná, uno en Santa Catarina, Brasil, y

otro en Berlín, Alemania, demostración

de las consecuencias de los exilios provocados

por las guerras civiles.

ACTUACIóN PúBLICA

Vuelto a San Juan, asume como ministro

de gobierno entre 1822 y 1823, y a sus

24 años fue electo gobernador sanjuanino.

Entre sus disposiciones, suprime el

cabildo, las alcaldías, los conventos y las

milicias. Defensor de las ideas liberales,

aplica el mismo sistema que Bernardino

Rivadavia estableció en la provincia de

Buenos Aires. Proclama la Carta de Mayo,

que es la primera constitución provincial

escrita del país, en la que se incluyen

los derechos del hombre, siguiendo los

preceptos de la Asamblea del año XIII. La

Carta incluía la libertad de cultos por primera

vez en el país. A los trece días de la

firma de la Carta de Mayo, una revolución

lo derroca y parte al exilio en Mendoza.

Este documento fundacional de la tradición

constitucional fue entregado al verdugo

para ser quemada en la plaza pública,

en julio de 1825.

El 8 de febrero de 1826 el Congreso

General nombra a Bernardino Rivadavia

presidente de la República, y éste elige

como ministro de Hacienda a Salvador

María del Carril. En el marco de la guerra

contra el Brasil, Del Carril propone la ley

de consolidación de la deuda, la convertibilidad

de la moneda emitida en papel, y

el uso del oro como pago del comercio exterior.

La renuncia de Rivadavia en junio

de 1827 significó el retroceso de sus partidarios

como Del Carril, y el ascenso del

coronel Manuel Dorrego a la gobernación

porteña.

El papel más oscuro que protagonizó

Del Carril en la historia tiene que ver

con su participación en el complot que

acabó con el fusilamiento de Dorrego en

manos del general Juan Lavalle. En esos

días de fines de 1828 Salvador le escribe

a Lavalle: “La prisión del señor Dorrego,

es una circunstancia desagradable, lo reconozco;

ella lo pone a usted en un conflicto

difícil... La disimulación…, sería…

inútil al objeto que me propongo. Hablo

del fusilamiento de Dorrego: hemos estado

de acuerdo en ello, antes de ahora. Ha

llegado el momento de ejecutarlo, y usted

que va a hacerse responsable de la sangre

de un hombre…”. Sin duda esta carta definió

el destino de Dorrego y el de los treinta

años de guerra civil que siguieron a este

episodio.

Para Del Carril significó el exilio, que

lo llevaría a Uruguay y Brasil cerca de dos

décadas. Participó del partido unitario y

desde 1843 comenzó una larga correspondencia

con el gobernador federal de Entre

Ríos, Justo José de Urquiza, con quien

iba a unirlo una perpetua amistad. Luego

de la batalla de Caseros, donde Urquiza

derrota a Rosas, Del Carril regresa

al país y se integra al Consejo de Estado

que organiza Urquiza. Su provincia natal

lo nombra diputado al Congreso General

Constituyente de Santa Fe y es uno de los

varios unitarios que firma la Constitución

Federal de 1853, en el marco del primer

gran acuerdo político que propone Urquiza:

los federales dejan de ser caudillos y

los unitarios resignan sus ideas de gobierno:

todos aceptan las reglas del liberalismo.

Se destacó en la convención junto al

santiagueño José Benjamín Gorostiaga,

considerado el “padre de la Constitución”.

VICEPRESIDENCIA

Y CORTE SUPREMA

Urquiza lo elige como compañero de

fórmula para las elecciones de fines de

1853, y eso lo convierte a Salvador del Carril

en el primer vicepresidente constitucional

de la Argentina, el 5 de marzo de

1854. Debido a las ausencias de Urquiza

de la capital, Paraná, la tarea de Del Carril

a cargo del Poder Ejecutivo fue enorme.

Mantuvo una lealtad sin fisuras con el

presidente, a pesar de sus desacuerdos en

algunas medidas. Quiso ser el sucesor de

Urquiza, pero Alberdi interpretó la Constitución

diciendo que los dos cargos (presidente

y vice) eran similares y simultáneos

para impedir su reelección, ya que

no fue la intención de los constituyentes

la creación de una dictadura bicéfala.

Producida la unificación del país luego

de la batalla de Pavón, el presidente

Bartolomé Mitre nombró a los jueces de la

primera Corte Suprema de Justicia: Salvador

del Carril, Francisco de las Carreras,

Francisco Delgado, José Barros Pazos

y Valentín Alsina. Los cuatro primeros

juraron el 15 de enero de 1863. Alsina

fue reemplazado por el ilustre santiagueño

José Benjamín Gorostiaga, completando

el cuerpo.

En 1870 Del Carril fue nombrado presidente

de la Corte. Se puede decir que

ejerció plenamente las presidencias de

dos poderes del estado: Legislativo y Judicial,

y como suplente el tercero: el Ejecutivo.

Renunció en 1877 y se retiró de toda

actividad pública, a la provecta edad

de 79 años. Calles, pueblos, escuelas y

monumentos recuerdan su paso por la vida

pública argentina.

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