Hagan el bien y den sin esperar nada a cambio - Lc 6, 27-38 Hagan el bien y den sin esperar nada a cambio - Lc 6, 27-38
del Reino, que reflejan los valores
contraculturales que Jesús vivió
y enseñó a sus discípulos, ahora
les dice que tienen que amar a los
enemigos, hacer el bien a los que los
odian, bendecir a los que los maldicen
y rezar por aquellos que los difaman.
Sin dudas, este parece un
programa de vida casi imposible de
practicar porque la actitud visceral
del ser humano frente a la ofensa,
el odio, la persecución es la autodefensa
que a veces se expresa
en venganza. Sin embargo, el Señor,
nos pide a sus discípulos vivir estas
enseñanzas como signo de pertenencia
al nuevo tiempo inaugurado
con su muerte y resurrección.
Se trata de amar, sin límites raciales,
religiosos, políticos, de clase
social y otras formas de clasificación
y discriminación que las personas
y sociedades hemos inventando
con la absurda pretensión de
sentirnos seguros y amparados. No
es distinguiéndonos de los demás
como nos afirmamos en la vida, sino
amando y sirviendo como lo hizo
Jesús. Por eso, siempre los que
hacen el bien, los que dan sin esperar
nada a cambio, son felices. Porque
nada los ata: ni los prejuicios, ni
los deseos, ni los estereotipos, ni siquiera
la espera de algún tipo de recompensa
y agradecimiento. Hacen
el bien, son generosos y comparten
sus vidas, sobre todo con los
pobres, sin esperar nada a cambio,
solo por el hecho de “ser de Jesús” y
vivir el mandamiento del amor.
Los discípulos de Jesús sabemos
que la verdadera felicidad está
en dar, en darnos, de manera gratuita,
porque el Señor dio su vida por
nosotros sin esperar nada a cambio,
sólo porque nos amaba. En esto
consiste la verdadera felicidad, ser
instrumentos del amor de Dios para
perdonar, sanar, consolar al que sufre,
levantar al caído. ¿Puede haber
un proyecto de vida más hermoso
que este? ¿Acaso la dicha de amar
sin esperar nada a cambio puede
compararse con alguna recompensa
mundana que lo único que hace
es henchir el ego y creer que somos
importantes? Recuerdo las palabras
de mi querido obispo Manuel Guirao:
“todos somos discapacitados”, todos
tenemos carencias y necesitamos
de la ayuda del hermano. Entender
esto nos abre a la comunión
y al amor que transforma la vida.
Conclusión
En este tiempo, donde todo tiene
un precio, donde hasta las relaciones
más profundas entre las personas
están mercantilizadas, esta enseñanza
de Jesús de hacer siempre
el bien y dar sin esperar nada
a cambio, puede ayudarnos a sanar
las heridas que nos dividen, a
reconstituir los tejidos familiares
y sociales a veces deteriorados y
con visos de violencia, a recuperar
el valor de toda vida humana, a mirar
a los demás como hermanos, no
como enemigos, ni competidores, y
tejer lazo de fraternidad entre los vecinos,
pueblos y etnias reconociendo
la belleza de la diferencia y
el valor único e irrepetible
de la condición
humana. Sólo somos
eso, humanos, siempre
necesitados de
amor que le dé sentido
a nuestras vidas.