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EL LIBERAL . El Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,28-31)

05/03/2019 00:58 El Evangelio
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Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,28-31) Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,28-31)

En

aquel tiempo, Pedro se puso a

decir a Jesús: “Ya ves que nosotros

lo hemos dejado todo y

te hemos seguido”.

Jesús dijo: “En verdad os

digo que no hay nadie que haya

dejado casa, o hermanos o

hermanas, o madre o padre, o

hijos o tierras, por mí y por el

Evangelio, que no reciba ahora,

en este tiempo, cien veces

más -casas y hermanos y hermanas

y madres e hijos y tierras,

con persecuciones- y en

la edad futura, vida eterna.

Muchos primeros serán últimos,

y muchos últimos primeros”.

Comentario

El mensaje de este texto

gira entorno a dos grandes

ideas, la primera tiene un

sentido teológico, la segunda

va en la línea ritual. El sentido

teológico se basa en un gran

principio: “la ofrenda del justo

enriquece el altar, su perfume

sube hasta el Altísimo. El

sacrificio del justo es aceptable,

su memorial no se olvidará”.

El autor pone en relación

la santidad de vida con el gesto

ritual, esto nos recuerda la

exigencia de la espiritualidad

profética: “misericordia quiero

y no sacrificios”. La segunda

idea reclama la generosidad

en lo que se ofrece al Señor.

De esta forma podemos

decir que lo que le agrada al

Señor es la ofrenda de nuestra

propia vida.

En el Evangelio, continuación

del texto de ayer, vemos

la intervención de Pedro que

busca ser premiado en lo que

realiza y espera una compensación.

En él estamos también

representados nosotros, porque

nos cuesta vivir desde la

gratuidad. Siempre anhelamos

que se nos reconozca y agradezca

de algún modo lo que

hacemos. En el seguimiento

de Jesús crecemos en generosidad.

él no se cansa de

insistirnos que recibimos mucho

más de lo que podemos

dar o esperar.

Hoy que sé que mi vida es

un desierto, en el que nunca

nacerá una flor, vengo a pedirte,

Cristo jardinero, por el

desierto de mi corazón.

Para que nunca la amargura

sea en mi vida más fuerte

que el amor, pon, Señor, una

fuente de alegría en el desierto

de mi corazón.

Para que nunca ahoguen

los fracasos mis ansias de seguir

siempre tu voz, pon, Señor,

una fuente de esperanza

en el desierto de mi corazón.

Para que nunca busque

recompensa al dar mi mano

o al pedir perdón, pon, Señor,

una fuente de amor puro

en el desierto de mi corazón.

Para que no me busque

a mí cuando te busco y no

sea egoísta mi oración, pon

tu cuerpo, Señor, y tu palabra

en el desierto de mi corazón.

Amén.

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