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EL LIBERAL . Santiago

Florentino Ameghino, el gran sabio argentino

10/03/2019 00:33 Santiago
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Florentino Ameghino, el gran sabio argentino Florentino Ameghino, el gran sabio argentino

La República Argentina, muchas veces, ha ubicado a sus ciudadanos y se ubicó a sí misma, en listados prestigiosos, en mérito a logros científicos, sociales, deportivos y de todo tipo, sobre todo por el imperativo de obtener lauros en un país que, en general, siente estar lejos de los objetivos que se propusieron nuestros padres fundadores y los grandes argentinos del pasado.

Y en ese ansia de figuración, es curioso que uno de los aspectos en los que la Argentina se destaca en el mundo sin problemas, no sea un motivo de orgullo permanente, sino en tanto noticia y en forma bastante anecdótica.

Sin duda, este gran desarrollo científico que debería ser una de las grandes marcas del progreso nacional, se debió a grandes hombres de la investigación, entre los que se destaca uno de los grandes sabios del mundo en su tiempo, que fue Florentino Ameghino. A su vida nos dedicaremos hoy.

INFANCIA Y FORMACIóN

Florentino Ameghino nace en el seno de la familia formada por Antonio y Dina María Armanino Oddone. Ya el lugar y la fecha de su nacimiento generan polémica, ya que hay documentación que ubica el nacimiento en Oneglia, cerca de Génova hacia 1852 y en Luján el 18 de setiembre de 1854. Ameghino siempre se consideró argentino y mostraba su orgullo porque sus padres habían llegado a la Argentina desde la tierra italiana originaria de los Belgrano. Hay una gran probabilidad que los padres de Florentino hayan tenido un hijo con el mismo nombre que habría muerto al poco tiempo de nacer, y al llegar a las tierras de Luján, su nuevo vástago fuera bautizado con el mismo nombre.

Estudió sus primeras letras en la escuela de Mercedes, entre 1862 y 1867, años en los que se ponía en marcha la Argentina moderna. Luego se radica en Buenos Aires para ingresar a la escuela normal de preceptores, que se clausura antes de que Florentino termine sus estudios.

Regresa a Luján y al poco tiempo es nombrado director de la escuela de Mercedes. Pero sin duda, su pasión científica lo acompañó desde niño, y en sus excursiones por la pampa y bordeando el río Luján, encontró sus primeros fósiles y comenzó su colección, que iba a convertirse en la más grande del país.

SU CARRERA CIENTíFICA

En 1878 viaja a Francia para participar de la Exposición Internacional y allí tiene sus primeros contactos con los grandes sabios europeos. Visita los museos de historia natural de Londres y París, viaja a Bélgica y conoce a Leontine Poirier, de quien se enamora y se casa, convirtiéndose en su compañera de toda la vida. Cursa estudios de antropología y realiza investigaciones que publica en las revistas científicas del momento, por ejemplo en los boletines de la Societé d’Anthropologie y de la Societé Geologique de France. Participa de varios congresos y sus ponencias llaman la atención por su densidad y profundidad.

En 1881 regresa a la Argentina, y ya descubre que su relación con el otro gran sabio de su tiempo, Francisco Pascacio Moreno, no iba a ser sencilla.

No consigue trabajo y decide abrir una librería con el sugestivo nombre de "El Gliptodón". Desde 1883 escribe la que es hasta hoy la producción científica más extensa de nuestro país.

Sus primeros libros se convierten en la hoja de ruta para sus investigaciones posteriores: "Los Mamíferos Fósiles", "Filogenia" y "La antigüedad del Hombre". Sus obras escritas han sido recopiladas en una colección de veinticuatro tomos, que se encuentran en todos los museos de ciencias del mundo, ya que son la más importante referencia sobre los mamíferos americanos. Merecen ser reeditadas.

Sin embargo, la teoría más conocida de Ameghino es aquella que ubica al primer hombre en las pampas argentinas. Su investigación se basó en unos fósiles hallados en Mercedes y sus conclusiones fueron discutidas en todos los congresos científicos del mundo. Ameghino la sostuvo apasionadamente y con el tiempo admitió que hubo un error de un discípulo en la fijación de la fecha del fósil, pero asumió toda la responsabilidad por el hecho.

Aunque parezca mentira, ese episodio aumentó notablemente el prestigio de Florentino en el mundo, donde ya era considerado a principios del siglo XX uno de los grandes sabios universales.

En 1884 es nombrado en la cátedra de Zoología en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Córdoba, institución que lo hace doctor "honoris causa" en 1886. En 1888 viaja a La Plata nombrado como subdirector del Museo de Ciencias Naturales, pero la relación con su superior, Francisco Moreno empeora y renuncia.

La mala relación entre los dos más grandes científicos es quizá, una muestra de un aspecto poco amable de los argentinos, que a veces privilegiamos pequeñas disputas y olvidamos los grandes objetivos.

Podemos especular cuanto habría avanzado aún más la ciencia argentina si Francisco y Florentino se hubieran llevado bien. Para Ameghino fue un gran golpe porque las colecciones que había donado al Museo de la Plata no le fue permitido investigarlas.

Creó la Revista de Historia Natural. Por su obra sobre los mamíferos americanos, recibió la Medalla de Oro en la Exposición Universal de París de 1889, aquella en la que se construyó la Torre Eiffel. A partir de entonces recibió reconocimiento de grandes instituciones como la Universidad de Chicago, la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Córdoba, Vicedecano de Agronomía y Veterinaria en Buenos Aires. Fue vocal de la Academia Nacional de Ciencias, de la Sociedad Científica Argentina y de la de Chile, miembro de la Sociedad Zoológica de Londres, de la Academia de Ciencias de Filadelfia y de muchas corporaciones científicas de Europa y América.

En 1889 organizó una expedición a la Patagonia, que costeó personalmente, puso a cargo de su hermano Carlos (el que da el nombre al istmo de la Península Valdés) y duró quince años. El trabajo de Carlos le permitió a Ameghino convertirse en un investigador de laboratorio a tiempo completo. En 1899 fue nombrado profesor de Mineralogía y Geología en la Universidad de La Plata y en 1900 lo designa el presidente Julio Argentino Roca como director del Museo de Historia Natural de Buenos Aires. Allí produjo una revolución científica, al publicar los Anales en tomos anuales, incorporar setenta mil especies a las colecciones y fomentar investigaciones por parte de jóvenes científicos.

Se calculan en decenas de miles los kilómetros que recorrió a pie y a caballo por todo el país realizando expediciones, en las que recogió tantos fósiles que convirtieron a los museos argentinos en repositorios de colecciones consideradas entre las más grandes del mundo. Los tres últimos años de su vida los dedicó a los hallazgos fósiles que realizó en la zona de Miramar, en la costa atlántica bonaerense. Allí fomentó la plantación de coníferas para fijar dunas, donde años después se instaló un vivero que lleva su nombre y hay un museo con una sala dedicada a su figura.

MUERTE Y HOMENAJES

La sociedad argentina estaba atenta a los logros de la ciencia, la técnica y la tecnología en esos albores del siglo XX. La muerte de su esposa Leontina Poirier en 1909 lo demuele personalmente. La diabetes que lo acompañaba desde muchos años atrás lo va inmovilizando y para principios de 1911 ya le resulta imposible abandonar su casa. El 6 de febrero de ese año muere en La Plata, y el gobierno argentino declara duelo nacional para despedir a quien era considerado el prócer de la ciencia, una "gloria nacional".

La muerte de Florentino Ameghino causó una gran conmoción en toda la sociedad, lo que se puede corroborar revisando los diarios de la época. Fue sepultado en el cementerio de la ciudad de La Plata, donde con el tiempo se construyó, en el lugar más importante de la necrópolis, un mausoleo donde reposan los restos de quien es considerado el "platense" más importante de la historia. En esa ciudad que tanto quiso sigue existiendo una librería que se llama "El Gliptodón" y en su recuerdo en el centro de Buenos Aires se ha abierto hace poco tiempo otro comercio de libros con ese nombre.

Al poco tiempo de su muerte, se le impone su nombre a instituciones educativas y científicas, se fundan pueblos y museos que se bautizan como él. Se levantan monumentos en su honor en todo el país. Una represa hidroeléctrica en la provincia de Chubut lleva su denominación, lo mismo que centenares de calles, plazas y parques en todo el país. Las enciclopedias científicas y de divulgación suelen considerarlo como el sabio más importante de Sudamérica. Pero sin duda, el más grande homenaje se lo da el mundo de la ciencia: la paleontología y la zoología lo siguen recordando con admiración y al presente, unas ciento diez especies llevan su nombre y la abreviatura de su nombre: "Ameghino" lo pone como autoridad en la zoología, para la descripción y la clasificación de las especies.

La memoria de Florentino Ameghino es fundamental para entender que la Argentina, si el trabajo es consistente y constante, serio y responsable, puede convertirse en pionera y referencia del mundo, tal como lo es en la geología y la paleontología. Quizá un buen comienzo para reconocer a Ameghino sería reconocer a los grandes científicos contemporáneos argentinos, que hacen ciencia siguiendo el camino que marcó Ameghino.


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