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EL LIBERAL . El Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (16,19-31)

20/03/2019 22:22 El Evangelio
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Lectura del santo evangelio según san Lucas (16,19-31) Lectura del santo evangelio según san Lucas (16,19-31)

En aquel

tiempo, dijo Jesús a los fariseos:

“Había un hombre rico

que se vestía de púrpura y de lino

y banqueteaba cada día. Y un

mendigo llamado Lázaro estaba

echado en su portal, cubierto

de llagas, y con ganas de saciarse

de lo que caía de la mesa

del rico. Y hasta los perros venían

y le lamían las llagas.

Suc edió que mur ió el

me n d i g o , y f u e l l e v a d o

por los ángeles al seno de

Abrahán.

Murió también el rico y

fue enterrado. Y, estando en

el infierno, en medio de los

tormentos, levantó los ojos

y vio de lejos a Abrahán, y a

Lázaro en su seno, y gritando,

dijo: “Padre Abrahán, ten

piedad de mí y manda a Lázaro

que moje en agua la punta

del dedo y me refresque la

lengua, porque me torturan

estas llamas”.

Pero Abrahán le dijo: “Hijo,

recuerda que recibiste tus

bienes en tu vida, y Lázaro, a

su vez, males: por eso ahora

él es aquí consolado, mientras

que tú eres atormentado.

Y, además, entre nosotros

y vosotros se abre un

abismo inmenso, para que

los que quieran cruzar desde

aquí hacia vosotros no puedan

hacerlo, ni tampoco pasar

de ahí hasta nosotros”.

él dijo: “Te ruego, entonces,

padre, que le mandes a

casa de mi padre, pues tengo

cinco hermanos: que les

dé testimonio de estas cosas,

no sea que también ellos

vengan a este lugar de tormento”.

Abrahán le dice: “Tienen a

Moisés y a los profetas: que

los escuchen”.

Pero él le dijo: “No, padre

Abrahán. Pero si un muerto

va a ellos, se arrepentirán”.

Abrahán le dijo: “Si no escuchan

a Moisés y a los profetas,

no se convencerán ni

aunque resucite un muerto”.

Comentario

En estos tiempos antropocéntricos

que nos ha tocado

vivir rechinan las palabras

del profeta Jeremías: maldito

quien confía en el hombre. ¿Es

esto acaso una invitación a la

desconfianza en nuestras relaciones

humanas, siendo así

que solo desde ellas es posible

construir una convivencia

digna de ese nombre?

Es claro

que Jeremías se refiere a esa

confianza que sólo se puede y

debe depositar en Dios, la confianza

en la salvación, que ningún

hombre, ni institución humana,

ni ningún bien limitado

puede dar.

Un buen ejemplo de esa

falsa confianza que lleva a la

perdición es la del rico Epulón

(como la tradición ha querido

llamarlo) en la parábola

que hoy nos cuenta Jesús. No

parece exactamente una confianza

“en el hombre”, pero

sí en las cosas humanas, como

la seguridad que otorgan

las riquezas. Puede ser también

la confianza en el poder

y la fuerza, o en determinadas

ideologías humanas, o en los

personajes que las encarnan.

A todas esas cosas hay que

otorgarles una confianza limitada

y vigilante, no definitiva

y entregada, la única que se

puede depositar en Dios. Esa

confianza indebida, además

de poner nuestra esperanza

de salvación en lo que no nos

puede realmente salvar, con

mucha frecuencia cierra las

entrañas a las necesidades de

los demás. El pecado de Epulón,

confiado en sus riquezas,

era la idolatría de no reconocer

a Dios como el único salvador,

pero también la consiguiente

dureza de corazón que

le impedía descubrir en Lázaro

a un semejante y un hermano.

No es Dios el que condena

al hombre por sus pecados,

sino el hombre mismo el que

se condena a sí mismo, por

apartarse de la fuente de la vida

y ser incapaz de sentir misericordia

y de compartir sus

bienes con los necesitados.

Esos pecados abren abismos

entre nosotros, pero

también con Dios, con el Dios

que se ha encarnado y sufre

en sus pequeños hermanos.

Sin embargo, esos abismos

se pueden superar: se pueden

construir puentes de generosidad,

misericordia, fraternidad.

Para ello hay que escuchar

con confianza la voz de

Dios, que resuena en nuestra

conciencia, pero que también

nos habla directamente,

por Moisés y los Profetas, y

de manera definitiva en Jesucristo.

Quien no escucha esa

voz que suena con palabras

humanas, no se conmoverá ni

aunque sucedan visiones extraordinarias,

ni aunque resucite

un muerto. Y es que ese

muerto ya ha resucitado: es

Jesucristo. Pero para verlo resucitado

hay que estar abiertos

a la Palabra que nos dirige

en nuestra cotidianidad, en la

lectura de la Biblia, en su proclamación

en la liturgia, sí, en

ese sencillo gesto de “ir a misa”.

Esto es, hay que creer, hay

que confiar.?

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