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EL LIBERAL . El Evangelio

Evangel io según San Lucas 15,1-3.11-32

22/03/2019 22:11 El Evangelio
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Evangel io según San Lucas 15,1-3.11-32 Evangel io según San Lucas 15,1-3.11-32

En aquel tiempo, solían

acercarse a Jesús todos los

publicanos y los pecadores

a escucharle. Y los fariseos y

los escribas murmuraban entre

ellos: “ése acoge a los pecadores

y come con ellos.”

Jesús les dijo esta parábola:

“Un hombre tenía dos

hijos; el menor de ellos dijo

a su padre: ‘Padre, dame la

parte que me toca de la fortuna’.

El padre les repartió

los bienes. No muchos días

después, el hijo menor, juntando

todo lo suyo, emigró

a un país lejano, y allí derrochó

su fortuna viviendo perdidamente.

Cuando lo había

gastado todo, vino por aquella

tierra un hambre terrible, y

empezó él a pasar necesidad.

Fue entonces y tanto le insistió

a un habitante de aquel

país que lo mandó a sus campos

a guardar cerdos. Le entraban

ganas de saciarse de

las algarrobas que comían

los cerdos; y nadie le daba de

comer. Recapacitando entonces,

se dijo: ‘Cuántos jornaleros

de mi padre tienen abundancia

de pan, mientras yo

aquí me muero de hambre.

Me pondré en camino adonde

está mi padre, y le diré:

Padre, he pecado contra el

cielo y contra ti; ya no merezco

llamarme hijo tuyo: trátame

como a uno de tus jornaleros’.

Se puso en camino

adonde estaba su padre;

cuando todavía estaba lejos,

su padre lo vio y se conmovió;

y, echando a correr, se

le echó al cuello y se puso a

besarlo. Su hijo le dijo: ‘Padre,

he pecado contra el cielo

y contra ti; ya no merezco

llamarme hijo tuyo’. Pero el

padre dijo a sus criados: ‘Sacad

enseguida el mejor traje

y vestidlo; ponedle un anillo

en la mano y sandalias en

los pies; traed el ternero cebado

y matadlo; celebremos

un banquete, porque este hijo

mío estaba muerto y ha revivido;

estaba perdido, y lo hemos

encontrado”.

Y empezaron el banquete.

Su hijo mayor estaba en

el campo. Cuando al volver

se acercaba a la casa, oyó la

música y el baile, y llamando a

uno de los mozos, le preguntó

qué pasaba. éste le contestó:

“Ha vuelto tu hermano; y

tu padre ha matado el ternero

cebado, porque lo ha recobrado

con salud”. él se indignó

y se negaba a entrar; pero

su padre salió e intentaba

persuadirlo. Y él replicó a su

padre: “Mira: en tantos años

como te sirvo, sin desobedecer

nunca una orden tuya, a

mí nunca me has dado un cabrito

para tener un banquete

con mis amigos; y cuando ha

venido ese hijo tuyo que se ha

comido tus bienes con malas

mujeres, le matas el ternero

cebado”. El padre le dijo: “Hijo,

tú siempre estás conmigo,

y todo lo mío es tuyo: deberías

alegrarte, porque este

hermano tuyo estaba muerto

y ha revivido; estaba perdido,

y lo hemos encontrado”.

Reflexión

Las palabras del profeta

Miqueas son una buena introducción

a lo que nos va a

decir Jesús en el evangelio.

Es un Dios siempre perdonador,

dispuesto a absolver

continuamente nuestras culpas,

que no permanece en la

ira sino en su misericordia y

que arroja nuestras culpas a

lo hondo del mar. Un fiel retrato

del Padre bueno con sus

dos hijos, del que nos habla el

evangelio de hoy.

A veces, con nuestras luces

menguantes, nos preguntamos

cómo es nuestro Dios,

sobre todo, cuál es su reacción

ante nuestros pecados,

cuando le damos la espalda.

Después de lo que Jesús nos

manifiesta en la parábola de

este evangelio no nos puede

quedar duda de que nuestro

Padre Dios está siempre dispuesto

a perdonarnos, a esperar

nuestra vuelta cuando

nos marchamos de su casa.

Cada tarde saldrá a la puerta

a ver si volvemos.

Cuando el hijo despistado

regresa a casa, su primera

sorpresa es que encuentra al

Padre a la puerta de la casa,

como todas las tardes, esperando

justamente su vuelta.

Por eso, no tuvo necesidad

de llamar a la puerta. La segunda

gran sorpresa es que

el Padre, al verle venir, corrió

a su encuentro, pero no para

recriminarle lo que había hecho,

sino para abrazarle y cubrirle

de besos.

“Cuando todavía estaba

lejos, su padre, lo vio y

se conmovió; y echando a

correr, se le echó al cuello y

se puso a besarlo”. Casi no

le deja hablar, casi no pudo

decirle esas palabras que

traía preparadas desde hacía

tiempo, amasadas en los

momentos de malestar y de

decepción, que su aventura

le había proporcionado: “Padre,

he pecado contra el cielo

y contra ti; ya no merezco llamarme

hijo tuyo”. El Padre le

acogió, le perdonó, le siguió

amando y para celebrarlo

preparó un gran banquete.

Lo que debes saber
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