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EL LIBERAL . El Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,9-14)

29/03/2019 22:38 El Evangelio
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Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,9-14) Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,9-14)

En aquel

tiempo, dijo Jesús esta parábola

a algunos que confiaban

en sí mismos por considerarse

justos y despreciaban a los

demás: “Dos hombres subieron

al templo a orar. Uno era

fariseo; el otro, publicano. El

fariseo, erguido, oraba así en

su interior: “Oh, Dios!, te doy

gracias porque no soy como

los demás hombres: ladrones,

injustos, adúlteros; ni tampoco

como ese publicano. Ayuno

dos veces por semana y pago

el diezmo de todo lo que tengo”.

El publicano, en cambio,

quedándose atrás, no se

atrevía ni a levantar los ojos

al cielo, sino que se golpeaba

el pecho diciendo: “Oh, Dios!,

ten compasión de este pecador”.

Os digo que este bajó a su

casa justificado, y aquel no.

Porque todo el que se enaltece

será humillado, y el que se

humilla será enaltecido”.

Comentario

La parábola que acabamos

de escuchar en el evangelio

de hoy contrapone a

dos personas muy diferentes:

uno, llamado fariseo,

piensa que tiene ganada la

salvación por su propio esfuerzo;

el otro, llamado publicano,

reconoce su condición

de pecador y pide a Dios

la gracia del perdón.

El fariseo le recuerda a

Dios todas las cosas buenas

que hace y le pide la paga. Y

de paso desprecia al publicano,

porque lo considera un

hombre malo y se siente mucho

mejor que él. él no necesita

nada de Dios y menos el

perdón. El orgullo y la vanidad

se han apoderado de su

corazón: se cree bueno, pero

está podrido.

Jesús desenmascara esta

actitud y abiertamente declara

que toda persona que

delante de Dios se siente necesitada

de amor y de compasión,

vuelve a su casa perdonada.

En este tiempo de Cuaresma

el Señor nos invita una

y otra vez a acercarnos a él

con verdadero sentimiento

de dolor por nuestras culpas

y pecados -dice el evangelio

que el publicano no se atrevía

a levantar los ojos al cielo,

sino que se golpeaba el

pecho diciendo: “Oh, Dios,

ten compasión de mí porque

soy un pecador”.

Las vidas de los santos

nos ofrecen ejemplos maravillosos

de arrepentimiento

y conversión a Dios de verdad.

Recordemos la oración

de San Agustín: “Tarde te

amé, hermosura tan antigua,

y tan nueva, tarde te amé. Y

he aquí que tú estabas dentro

de mí, y yo fuera, y fuera

te buscaba yo, y me arrojaba

sobre esas cosas y personas

que tú creaste tan bellas. Tú

estabas conmigo, mas yo no

estaba contigo. Me mantenían

lejos de ti aquellas cosas

que, si no estuviesen en

ti, no existirían. Llamaste y

gritaste, y rompiste mi sordera;

brillaste y resplandeciste,

y ahuyentaste mi ceguera;

exhalaste tu fragancia,

la respiré y suspiro por

ti; te gusté y tengo hambre

y sed de ti; me tocaste el

corazón y me abrasé en tu

amor”.

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