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EL LIBERAL . El Evangelio

Evangelio según San Lucas 15, 1-3. 11-32

31/03/2019 00:31 El Evangelio
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Evangelio según San Lucas 15, 1-3. 11-32 Evangelio según San Lucas 15, 1-3. 11-32

Esta parábola, es la

respuesta de Lucas a la

crítica que hacen fariseos

y doctores de la ley

a Jesús por juntarse con

los “pecadores”. Ellos se

acercan a Jesús para escuchar

su palabra.

La categoría “pecadores”

tiene una connotación

social, se identifica

con los pobres. Pobres y

pecadores son términos

intercambiables. Estos

van donde Jesús a escuchar

su anuncio del Reino

que los llena de esperanza,

y él comparte con

ellos la “mesa”.

El protagonista principal

de esta parábola no

es el hijo arrepentido, sino

el padre. El padre representa

al amor de Dios.

Un amor incondicional,

abierto, ilimitado que no

sólo se expresa sobre el

pecador arrepentido, hijo

menor, sino también

sobre el crítico testarudo,

hijo mayor, que se cierra

en su incomprensión.

El amor de Dios queda

expresado en la actitud

del padre que sale al

encuentro del hijo menor

que vuelve al hogar después

de haber solicitado

su herencia, independencia-

libertad, y haberla

malgastado hasta llegar

a lo más bajo de su

existencia, criar cerdos y

comer las algarrobas con

las que se alimentaban.

Lejos de reprocharle su

conducta, conmovido, se

echó a su cuello y lo llenó

de besos, ordenó que lo

vistan con la mejor túnica,

que le ponga el anillo,

signo de filiación, sandalias

en sus pies y matar el

ternero cebado para “celebrar

una fiesta” porque

el “hijo estaba muerto

y ha vuelto a la vida, se

había perdido y lo hemos

encontrado”. Pero este

amor, no se limita a ello,

también se expresa en la

salida del padre a buscar

al hijo mayor que se niega

a compartir la alegría

por el retorno de su hermano,

a quién desconoce

y llama “ese hijo tuyo”.

Conclusión

En el contexto del

Evangelio de Lucas la finalidad

de esta parábola

consiste en una legitimación

del comportamiento

de Jesús con los

pecadores, demostrando

que en su actitud de acogida,

compartir con ellos

la mesa y anunciarles el

Reino, se cumple la voluntad

salvífica de Dios

que quiere que el pecador

se convierta y tenga

vida. Dios ama al pecador

aún en su situación

de pecado, es decir, antes

de que se convierta. Más

aún, la conversión sólo

es posible desde la experiencia

del amor de Dios.

¿Acaso hoy, como

ayer, todavía los cristianos

no tenemos que justificar

nuestro amor preferencial

por los pecadores

y los pobres? Pues

aquí podemos encontrar

una respuesta genuina:

el amor por aquellos

que la sociedad excluye

se fundamenta en el

amor de Dios que envío

a su Hijo al mundo para

atraer y compartir la mesa

con los que están perdidos,

con los que están

muertos y necesitan resucitar

a la vida.

Cada día, en nuestros

barrios, me encuentro

con chicas y chicos en situación

de adicción. Rostros

endurecidos por el

abandono y el dolor, caminar

sin sentido, mendigando

amor, en cada

pitada de cigarro de marihuana,

o inhalando pegamento,

o consumiendo

cocaína. Cuanto dolor,

cuanta necesidad de

ser queridos, abrazados,

respetados en su dignidad.

Muchos huyen ante

su presencia, como antiguamente

frente a los leprosos,

pocos son capaces

de recibirlos, de escucharlos,

de tenderles una

mano.

Jesús nos pide amarlos

y servirlos, anunciarles

alegrías, ayudarlos

a descubrir que no sólo

pueden recibir amor,

sino también darlo, generosamente,

sin interés,

por el solo hecho de

dar, como la vida misma,

como lo hace el Padre

Dios.

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