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Los gurús digitales crían a sus hijos sin pantallas

01/04/2019 23:25 Opinión
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Los gurús digitales crían a sus hijos sin pantallas Los gurús digitales crían a sus hijos sin pantallas

La profesora, armada con tizas de colores, suma

fracciones en el gran encerado, enmarcado

en madera rústica, que cubre la pared

frontal de la clase. Los niños de cuarto grado,

de 9 y 10 años, hacen sus cuentas en los

pupitres con lápiz y cartillas. El aula está forrada de papeles:

mensajes, horarios, trabajos de los alumnos. Ninguno

ha salido de una impresora. Nada, ni siquiera los libros de

texto, que elaboran los propios niños a mano, ha sido realizado

por una computadora. No hay detalle alguno en esta

clase que pudiera desentonar en los recuerdos escolares

de un adulto que asistió al colegio el siglo pasado. Pero

esto ocurre en Palo Alto. El corazón de Silicon Valley. Epicentro

de la economía digital. Hábitat de quienes piensan,

producen y venden la tecnología que transforma la sociedad

del siglo XXI.

Escuelas de medio mundo se esfuerzan por introducir

computadoras, tabletas, pizarras interactivas y otros prodigios

tecnológicos. Pero allí, en el Waldorf of Peninsula,

colegio privado donde se educan los hijos de directivos de

Apple, Google y otros gigantes tecnológicos que rodean a

esta antigua granja en la bahía de San Francisco, no entra

una pantalla hasta que llegan a secundaria.

“No creemos en la caja negra, esa idea de que metes algo

en una máquina y sale un resultado sin que se comprenda

lo que pasa dentro. Si haces un círculo perfecto con una

computadora, pierdes al ser humano tratando de lograr esa

perfección. Lo que detona el aprendizaje es la emoción, y

son los humanos los que producen esa emoción, no las máquinas.

La creatividad es algo esencialmente humano. Si le

pones una pantalla a un niño pequeño limitas sus habilidades

motoras, su tendencia a expandirse, su capacidad de

concentración. No hay muchas certezas en todo esto. Tendremos

las respuestas en 15 años, cuando estos niños sean

adultos. ¿Pero queremos asumir el riesgo?”, se pregunta

Pierre Laurent, padre de tres hijos, ingeniero informático

que trabajó en Microsoft, Intel y diversas startups, y ahora

preside el patronato del colegio.

Sus palabras ilustran lo que empieza a ser un consenso

entre las élites de Silicon Valley. Los adultos que mejor

comprenden la tecnología de los móviles y las aplicaciones

quieren a sus hijos lejos de ella. Los beneficios de las

pantallas en la educación temprana son limitados, sostienen,

mientras que el riesgo de adicción es alto.

Los pioneros lo tuvieron claro desde muy pronto. Bill

Gates, creador de Microsoft, limitó el tiempo de pantalla

de sus hijos. “No tenemos los teléfonos en la mesa cuando

estamos comiendo y no les dimos móviles hasta que

cumplieron los 14 años”, dijo en 2017. “En casa limitamos

el uso de tecnología a nuestros hijos”, explicó Steve Jobs,

creador de Apple, en una entrevista en The New York Times

en 2010, en la que aseguró que prohibía a sus vástagos

utilizar su recién creado iPad.

El problema de la relación de los niños y la tecnología es

que el ritmo vertiginoso al que se transforma dificulta la reflexión

y el estudio. Una investigación de Common Sense

Media, organización sin ánimo de lucro “dedicada a ayudar

a los niños a desarrollarse en un mundo de medios y tecnología”,

da una idea de la velocidad de los cambios: los niños

estadounidenses de cero a ocho años pasaban en 2017 una

media de 48 minutos al día ante el móvil, tres veces más que

en 2013 y 10 veces más que en 2011. “¿Cuándo empezó todo

este furor por los teléfonos inteligentes?”, se pregunta María

álvarez, vicepresidenta de la organización. “No tiene más

que 12 o 13 años. Y las primeras tabletas aún menos. Hace

falta que mucha investigación aún para determinar cuál es

realmente el impacto que esta exposición a las pantallas puede

tener en los niños pequeños. Pero hay algunos estudios

que empiezan a ver una relación entre esta tecnología y ciertos

hitos en la educación. Ofrecen indicaciones que los padres

deben tener en cuenta”.

Una investigación publicada en enero de este año en la

revista médica Jama pediatrics reveló que un tiempo mayor

ante la pantalla a los dos y tres años está asociado con

retrasos de los niños en alcanzar hitos de desarrollo dos

años después. Otros estudios relacionan el uso excesivo

de móviles en adolescentes con la falta de sueño, el riesgo

de depresión y hasta de suicidios. La Academia de Pediatras

de Estados Unidos publicó unas recomendaciones

en 2016: evitar el uso de pantallas para los menores de 18

meses; solo contenidos de calidad y visionados en compañía

de los padres, para niños entre 18 y 24 meses; una hora

al día de contenidos de calidad para niños de entre dos

y cinco años; y, a partir de los seis años, límites coherentes

en el tiempo de uso y el contenido.

Sucede que poner límites no es fácil para los padres

trabajadores. Y eso lleva a una redefinición de lo que significa

la brecha digital. Hasta hace no mucho, la preocupación

era que los niños más ricos contasen con una ventaja

por acceder antes a Internet. Hoy, según Common

Sense Media, el 98% de los hogares con hijos en EE.UU.

tienen teléfonos móviles, frente a un 52% en 2011. Cuando

la tecnología se ha generalizado, el problema es el contrario:

que las familias con un elevado poder adquisitivo

tienen más fácil impedir que sus niños se pasen el día ante

el móvil. Mientras los hijos de las élites de Silicon Valley

se crían entre pizarras y juguetes de madera, los de las clases

bajas y medias crecen pegados a pantallas.

Adolescentes de hogares con menos ingresos, según

un estudio de Common Sense Media, pasan dos horas y

45 minutos al día más ante las pantallas que aquellos de

hogares de ingresos altos.

“¿Cuántas familias trabajadoras se pueden permitir

el lujo de alejar a sus hijos completamente de las pantallas?”,

se pregunta álvarez, de Common Sense Media. “No

creo que sea algo realista para la mayoría de los hogares.

Yo tengo un hijo de 12 y otro de 6. Ni sé las veces que se

han tirado al suelo gritando como locos si yo les quito la

tableta. He estado en esa posición como madre y sé que

no es fácil”.

Trabajadores de las grandes tecnológicas se reunieron el

año pasado en una iniciativa bautizada como La Verdad Sobre

la Tecnología. Su objetivo es convencer a las empresas

de la necesidad de introducir parámetros éticos en el diseño

de herramientas que utilizan a diario miles de millones de

personas, incluidos niños. “La ingeniería informática durante

mucho tiempo era algo muy técnico, no había una idea clara

del impacto que iba a tener en la gente, y menos aún en los

niños”, explica Pierre Laurent. “No existía una conciencia de

que había que lidiar con la ética. Algo que sí pasa, por ejemplo,

si trabajas en la industria médica. En la tecnología nunca

ha habido un código ético claro”.

Es una lucha desigual. Padres multitarea contra equipos

de ingenieros y psicólogos que diseñan tecnología para mantener

a sus hijos enganchados. Pero algo está empezando a

cambiar. Los gigantes tecnológicos, cada vez más cuestionados

en sus políticas comerciales y de privacidad, empiezan a

introducir cambios en sus productos, tímidas excepciones al

sacrosanto principio de captar más atención. (La Nación).

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