Jesús, mensajero del amor y el perdón de Dios Jesús, mensajero del amor y el perdón de Dios
de ponerle una trampa a Jesús, le
consultan sobre qué sentencia merece
una mujer sorprendida en adulterio. La
trampa es clara: si Jesús la condena obraría
en contra de su propia predicación
que anuncia el perdón de Dios. Si propone
perdón y clemencia para la mujer entra
en conflicto con la ley de Moisés que
prescribía la lapidación para este caso según
Lev 20,10 y Dt 22,22.
Ante el interrogatorio inquisidor de
sus adversarios lejos de responder en primera
instancia, Jesús se inclina y escribe
con el dedo en el suelo. Con este gesto Jesús
pretende movilizar la conciencia de
los acusadores para que encuentren en sí
mismos la respuesta. Es una invitación a
pasar de lo “legal” a lo moral, es decir, que
encuentren en la ley una motivación reveladora
de los corazones: “el que entre
ustedes esté sin pecado, tírele la primera
piedra”. Para Jesús todos los hombres
son pecadores y por lo tanto merecedores
de la misericordia de Dios. Por eso, luego
de que los “acusadores” se van de a uno,
comenzando por los más ancianos, Jesús
dice a la mujer: “¿dónde están? ¿Nadie te
ha condenado?... Tampoco yo te condeno.
Vete, y en adelante no peques más”.
Jesús ofrece a la mujer el perdón de Dios
y la invita a la conversión.
Conclusión
La mirada de Jesús es diferente a la de
la sociedad de su tiempo, mira a las personas
con compasión. él no es un legista,
sino el profeta de la compasión y del
amor de Dios. Se acerca a las personas
con ternura, mira lo que otros no ven, su
dignidad de hijos de Dios. En especial,
siente un cariño inmenso por los excluidos,
por los marginados de esa sociedad,
patriarcal y llena de prejuicios. Por eso,
quiere a los niños, y trata a la mujer de
una manera especial, como nunca antes
se vio. Jesús sabe que la mujer está condenada
por el solo hecho de ser mujer,
considerada impura y causa del pecado
del varón. Pero para Jesús esto no es así.
Tendrá muchas amigas, incluso las admitirá
entre sus discípulos. Jesús ve en ellas,
el rostro misericordioso de Dios. No las
juzga, sabe que son víctimas del machismo
imperante, inclusive en el ámbito religioso.
Con este gesto, Jesús las libera de
la esclavitud y las dignifica.
¿Cuándo la Iglesia le dará a la mujer
el lugar que le corresponde? Todas nuestras
comunidades están animadas por
mujeres, y todavía, para la Iglesia, son
consideradas cristianos de segunda.
¿Podrá la Iglesia alguna vez, contagiarse
de la práctica liberadora de Jesús
y empoderar a los que hoy están
excluidos? ¿Podrá la mujer ocupar
lugares de decisión en la
Iglesia? No hay que olvidar
que gran parte de
la crisis de la Iglesia actual
se debe al modelo
patriarcal, y machista
que oscurece el rostro
misericordioso de
Dios.