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Creer en un Dios crucificado - Lucas 22,7.14-23,56

13/04/2019 22:47 El Evangelio
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La Cruz ha sido para las primeras

generaciones de cristianos, y posiblemente

para todas las posteriores, hasta

el día de hoy, motivo de desconcierto,

asombro e incomprensión. ¿Se puede

creer en alguien que ha terminado sus

días, muerto en una Cruz? ¿Cómo integrar

el anuncio de la llegada del Reino

y sus signos prodigiosos que suponen

el comienzo de una nuevo cielo y

una nueva tierra, con el fracaso de Jesús,

el abandono de sus discípulos, y el

triunfo, una vez más de los poderosos?

La muerte de Jesús, de aquel que

pasó su vida haciendo el bien, produce

a priori el rechazo de aquellos que lo

dejaron todo para seguirlo. En los sueños

incumplidos de Jesús, se hicieron

trizas los sueños de muchos que habían

apostado al profeta de Nazaret, que se

habían entusiasmado con su mensaje

y pensaban que finalmente, Dios había

escuchado la súplica de su pueblo.

¡Que locura creer en un Dios crucificado¡

Ninguna religión en la historia

de la humanidad había dicho de Dios

algo así. Se supone que Dios es lo más

grande, poderoso, que muchas veces

ha sido descrito como un ser impiadoso,

vengativo y controlador de la vida

humana. Sin embargo, Jesús nos lo

muestra como un Padre preocupado

por la felicidad de sus hijos, que sale al

encuentro del pecador, no para recriminarle

su conducta sino para abrazarlo,

besarlo y ofrecerle su amor, como lo

refiere Lucas en las parábolas de la misericordia:

la oveja perdida y del padre

misericordioso (Lc 15). Este es el Dios

de Jesús, alguien que ama, perdona,

experimenta en carne propia el dolor

de sus hijos. Dios es amor, y el amor lo

puede todo, allí está el centro del misterio

de la fe cristiana.

La muerte de Jesús en la Cruz, a pesar

de ser la consecuencia de su vida y

del odio de los poderosos de su pueblo,

dirigentes religiosos y políticos de Israel,

es a la vez, el signo de amor más

grande. Sólo a partir de la Cruz, como

donación de la propia vida, podemos

entender el ministerio de Jesús y

su resurrección. La Cruz es amor, y el

amor que no pase por el tamiz de la

cruz nunca será fecundo, jamás podrá

engendrar vida y esperanza.

Ese es el Dios de Jesús, no hay otro,

no puede haber otro: el Dios amor,

que se vuelve perdón, pan compartido,

abrazo solidario y alegría para el mundo.

Conclusión

La Iglesia a lo largo de la historia ha

presentado a Dios como un ser lejano a

la vida de los hombres, con rasgos autoritarios,

vengativos y de extrema severidad.

Esta imagen ha engendrado

hijos temerosos, de obediencia legal

y conciencia infantil. Pero la hora actual,

exige mostrar el verdadero rostro

de Dios, el que reveló Jesús, rostro de

Padre misericordioso, que sufre en el

sufrimiento de sus hijos, que se alegra

con sus gozos, cercano y providente.

Ese es el Dios amor, el que queda

patentizado en la Cruz, porque

sólo el amor cura las

heridas, redime el pecado

y ofrece salvación a

quienes se encuentran

con Jesús para compartir

su vida y ser sus testigos

en el mundo.

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