La iglesia de Santo Domingo en Santiago del Estero La iglesia de Santo Domingo en Santiago del Estero
Los primeros religiosos que se afincaron
en tiempos de la fundación de Santiago
del Estero fueron los de la Orden
de los Predicadores. Llegaron los padres
Gaspar Carvajal y Alonso Trueno,
con la primera expedición que, al mando
de Juan Nuñez del Prado, arribó en
1550. Fueron expulsados cuando Francisco
de Aguirre asumió la responsabilidad
de establecer la ciudad en 1553, en
medio de conflictos entre el Perú y Chile
por la ocupación del territorio.
El primitivo
edificio se perdió, de la misma manera
que los dos subsiguientes.
Por la expulsión de los jesuitas en
1767, los dominicos se hicieron cargo de
las ruinas de su iglesia, y recién en 1881
lograron inaugurar el actual templo. La
iglesia es depositaria de varias joyas de
la imaginería religiosa colonial, como el
“Amo Jesús”, una imagen llegada desde
el Perú en 1600. Pero sin duda la pieza
más atractiva es la “Sábana Santa”, réplica
del Santo Sudario de Turín. Su origen
fue consecuencia de haberse protegido
el lienzo original entre dos telas,
que recibieron la impresión en “positivo”
de la imagen en “negativo” de la reliquia
venerada en Italia. Los reyes de España,
que la recibieron en obsequio por
parte del Papa, la destinan a la iglesia jesuita
de Santiago, en el virreinato del Perú.
Desde fines del siglo XVI se encuentra
en el solar que hoy es ocupado por
la iglesia de Santo Domingo, y llama la
atención que no genere un mayor interés
en el mundo de la cultura y el patrimonio
argentino.
Este convento tiene un nombre poco
conocido, ya que las iglesias son llamadas
por el nombre del fundador de la orden
a la que pertenecen.
La casa de Santiago
del Estero se llama Santa Inés de
Montepulcinao, una santa dominica italiana
del siglo XVII. Merece ser tratado
como una joya, no solo por su patrimonio
religioso, artístico y arquitectónico,
sino por haber sido en varias ocasiones
el alojamiento del general Manuel Belgrano,
en sus campañas de la década de
1810.
El creador de la bandera siempre
utilizaba su condición de terciario (laico)
seguidor de las enseñanzas de Santo Domingo
de Guzmán, a quien veneró desde
niño en la iglesia que estaba en Buenos
Aires a metros de su casa y donde hoy
está sepultado.
Las postas del
Camino Real
Una de las grandes construcciones
de la época colonial realizadas por el
imperio español es el sistema de comunicaciones
terrestres que se conoce como
Camino Real. Realizado entre los
siglos XVI y XVIII, constituye una red
de caminos y huellas que permitieron
un control del tráfico de pasajeros y comercio
por toda América. Santiago del
Estero, como primera ciudad fundada
y subsistente desde 1553, se convirtió
en un paso obligado en el Camino Real
desde el Alto Perú hacia Buenos Aires y
Santa Fe.
Organizado a través de postas concesionadas
a lo largo de miles de kilómetros,
es posible encontrar los rastros arqueológicos
en distancias que van de
una legua a tres, que era el trayecto posible
por día en aquellos tiempos antiguos.
Por esas postas pasaron los hombres
que, convirtiéndose en próceres, participaron
del Congreso General Constituyente
de 1816, celebrado en San Miguel
del Tucumán. Reposaron en cada posta,
Passo, fray Rodríguez, Sáenz, Boedo,
Salguero y los libertadores San Martín,
Belgrano y Pueyrredón.
La provincia de Córdoba ha iniciado
la restauración del Camino Real entre la
capital y el límite con Santiago del Estero,
y sería una gran idea reconstruir todo
el trayecto entre Buenos Aires y Chuquisaca,
como la arteria fundamental que
permitió la hermandad entre las ciudades
argentinas que los españoles fundaron
y son hoy las capitales de las provincias
históricas y también con todos los
pueblos y parajes que se encuentran a la
vera del Camino Real. Sin duda esto se
convertiría en patrimonio cultural de la
humanidad.
Toda tragedia tiene muchas enseñanzas,
y para los argentinos, tan emparentados
culturalmente con Francia a lo largo
de los dos siglos de vida independiente,
desde aquel escudo de los diputados
marselleses enviados a la Asamblea Nacional
de París de 1791, que se convirtió
en el escudo nacional argentino, hasta la
influencia de fines del siglo XIX, el incendio
de la Catedral de Nuestra Señora
de París puede ser un alentador alerta
para comenzar a cuidar nuestro patrimonio
como lo que es: el depósito de
nuestras almas y del alma colectiva de
los argentinos.