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EL LIBERAL . Viceversa

Amanda a las tres

01/06/2019 22:44 Viceversa
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Amanda a las tres Amanda a las tres

Era una casona antigua. Habitada por generaciones

de la familia de mi madre. Retirada del pueblo

y de la fábrica que ya no existía. Una ventana perfumaba

con el aroma de los campos, la habitación

principal.

Llegué al almuerzo y enseguida me prepararon

una cama a su lado. “Sos la bisnieta preferida, dormirás

con él estos quince días” dijo mi madre, sin que

yo pudiera opinar. Pronto serán las tres.

Joaquín descansaba, con su cuerpo estirado,

laxo, con los ojos abiertos mirando al techo. Acomodé

mis ropas hablando bajo, incómoda, haciendo

pequeños sonidos para romper la monotonía y

me acerqué.

Un gesto pequeño para mirarlo. Para que el ritual

de las tres de la tarde tradujera lo que miraban

sus ojos.

Lunes, martes, miércoles. Tres días a las tres de

la tarde. La silla frente a la ventana abierta a la lluvia,

al sol, al misterio. A lo que sea, nada variaba el espectáculo.

No hablaba, en realidad, no dialogaba. Decía

tres palabras a las tres de la tarde: “agua”, “Mandi”,

“aire”, y miraba fijo, lejos, un punto escondido.

Las repetía con pausa, marcando nostalgia. La

misma nostalgia que sus ojos recorrían el camino serpenteante.

Tres cuartos de hora y el cansancio aparecía.

Eran sus manos flacas las que al reposar sobre sus

rodillas, indicaban el tiempo cumplido. Me animé y las

tome entre las mías, buscando la imagen de un gesto

que anunciara algo, un indicio de su secreto.

Un abrazo, un beso en la frente, una mirada profunda

y lo acosté.

Quería fingir que no lo veía extraño. No es raro un

anciano sin habla. Mis padres me contaron muy poco.

Veinte años la ventana abierta para que salgan

tres palabras a las tres de la tarde.

¿Nadie preguntó al silencio senil dónde se guardan

los infinitos sonidos del tiempo?

Yo estaría tres semanas. Mis pacientes necesitaban

control. Había regresado para recorrer la casona,

antes que mis padres y tíos vendieran.

“Escuchame Joaquín, ¿Qué ves por la ventana?

No encontraré nada, si nada existe”. El viejo se soltó

de mis manos mirando mi infancia.

Insistí y la nada como un eco lastimó el eventual

pero revelador encuentro.

Tres de la tarde del día tres. La ventana mostró

un camino ondulado, que con sigilo bordeaba la arboleda

y se perdía en una sutil niebla.

Me acomodé a su lado, entrelazando nuestros

dedos para sentir otras palabras a través de su mano

huesuda, mirando su rostro barbudo, hasta buscando

en su cuerpo tenso y solo dijo “río”. Sentí la tibieza

en mi palma y sonó “Mandi”, con ternura. Después

como un ahogo y casi en suspiro, “aire”. Y repetí

con él “río, Mandi, aire”, creando la ilusión de descifrar

lo que nadie escuchó.

Por la ventana, el camino seguía deslizándose

por la ruedas de una bicicleta vieja. Al final, hasta

donde me llevaban mis ojos solo quedaba el olor

del pan.

A las tres de la tarde del último día, frente a la

ventana, mi voz atrapó a la del abuelo.

Contesté al río, con el agua fresca bajando por mi

cara. Puse Amanda al ondulante y sensual camino. El

aire fue un susurro del fuego borrando huellas.

El viejo estiró su brazo y despidió al recuerdo

oculto en los árboles.

Mordiéndose con los pocos dientes esas palabras

que no se escuchaban, “río”, nosotros desnudos

de culpas y ropas, las aguas que no te cubrieron

dejando al fuego quemar tus gritos, ¡ay Mandi, mi

Mandi! ¿Dónde estarás? Las tres se perdieron en la

siesta obrera o en el aire quemado, tapando la garganta

seca por el grito, “¡aire, aaaire!”.

Por la ventana entra un paisaje eterno. árboles

con raíces fuertes que nacen al final del camino, justo

hasta donde mis ojos alcanzan a ver. Somos tres

sentados contemplando el encuentro ancestral.

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