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EL LIBERAL . El Evangelio

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 8,18-22

01/07/2019 00:09 El Evangelio
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Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 8,18-22 Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 8,18-22

En aquel tiempo, viendo Jesús que lo rodeaba mucha gente, dio orden de atravesar a la otra orilla.

Se le acercó un escriba y le dijo: “Maestro, te seguiré adonde vayas”.

Jesús le respondió: “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”.

Otro, que era discípulo, le dijo: “Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre”.

Jesús le replicó: “Tú, sígueme. Deja que los muertos entierren a sus muertos”.

Reflexión

Estamos en presencia de una escena de gran belleza. Entre Abrahán y Dios existe una maravillosa relación de amistad. Primero, Dios reflexiona consigo mismo y no le parece justo ocultar sus planes al patriarca. Está decidido a castigar a Sodoma por su comportamiento inicuo, pero se diría que no quiere hacerlo sin prevenir a su amigo de sus propósitos. Le “debe”, al menos, un desvelamiento de los mismos.

Ya esa primera actitud de Dios nos parece insólita. ¿Cómo puede haber entablado con esa criatura una amistad semejante? ¿Será por la presteza con la que Abrahán obedeció al imperativo divino de dejar su tierra sin saber adónde iba a ir? Esa disponibilidad tan incondicional parece haber dejado en el corazón de Dios una inclinación indisimulable a mostrarse comunicativo en alto grado.

Por su parte, Abrahán, da muestras de una enorme confianza, y hasta osadía, ante Dios, a la vez que manifiesta su interés por evitarle a Sodoma un castigo muy duro. Encontramos estos sentimientos amistad con Dios e interés fraterno por el pueblo- también en Moisés, otro gran amigo de Yahvé.

En realidad, lo que está detrás de estos comportamientos y es lo que el autor sagrado quiere sobre todo resaltar- es la convicción de que Yahvé es un Dios misericordioso, capaz de perdonar hasta los pecados más nefandos (con tal que haya, al menos, un mínimo deseo de rectificar la conducta desviada).

Supuesto que Dios es así, la oración del creyente penetra en su corazón coincidiendo con sus sentimientos divinos; de ahí la “fuerza” de esa oración para obtener lo que pide. En el fondo, esa amistad con Dios, nacida de la obediencia fiel a su voluntad, hace que le pidamos aquello que él está desde siempre dispuesto a concedernos.

Muchos de los que escuchan a Jesús desearían acompañarlo en adelante. La fuerza y el atractivo de sus palabras cautivan a sus destinatarios. Pero se impone el realismo. Jesús quiere dejar claro que seguirle no ha de suponer ninguna veleidad. Pone ante los ojos de sus eventuales seguidores dos exigencias insoslayables para los que se aventuren a ir tras él.

En primer lugar, el estilo de vida que Jesús ha adoptado, y que deberán aceptar los que se atrevan a seguirle, lleva consigo vivir a la intemperie. Hasta los animales tienen donde guarecerse; en cambio, del “Hijo del hombre” no tiene dónde reclinar la cabeza. ¿Están dispuestos los que le escuchan a seguir esos derroteros? Que lo piensen seriamente antes de decidirse; incluso que se pongan a prueba a sí mismos antes de dar ese paso.


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