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EL LIBERAL . El Evangelio

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (9,32-38)

08/07/2019 22:20 El Evangelio
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Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (9,32-38) Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (9,32-38)

En aquel tiempo, presentaron a Jesús un endemoniado mudo. Echó al demonio, y el mudo habló.

La gente decía admirada: “Nunca se ha visto en Israel cosa igual”. En cambio, los fariseos decían: “éste echa los demonios con el poder del jefe de los demonios”.

Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor.

Entonces dijo a sus discípulos: “Las mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”.

Comentario

Existe el demonio “mudo”. El Evangelio lo presenta de forma rápida, pero clara. Habitaba en un hombre de entonces. Ese virus nefasto sigue infectando en nuestra mal llamada era de la comunicación. Vive como residente contaminador en muchos corazones humanos. Seguro que reconocemos fácilmente su fisonomía y su manera de proceder.

Suele crear hermetismo, falta de expresión, incomunicación, distancia, defensa a ultranza. Desecha, con pretextos razonables, la relación personal directa con los otros. Cuando no queda más remedio, establece contactos no inmediatos, virtuales, masivos o impersonales. Siempre muy recortados.

Evita sobre todo la profundidad, la intimidad, la confidencia, la mirada a los ojos. Curiosamente, sortea con habilidad el silencio. Parece como si nos empujara a escondernos, a recluirnos en la estrechez asfixiante del propio ego, a atrincherarnos frente a la incursión amenazante de los otros en la propia vida.

Presenta, en ocasiones, un rostro hosco. No tiene amigos. Exhibe comportamientos inadecuados que repelen y hacen difícil el contacto por ineducados, fríos, cortantes, violentos, distantes, extraños o suspicaces.

Utiliza con frecuencia modos frustrantes de llenar el vacío personal y la soledad ínsita en la tarea de ser hombres.

En ocasiones se cobija bajo un llamativo traje de espontaneidad exhibicionista, de carcajada fácil, o de verborrea que, tratando de deslumbrar, aburre y atonta. Repite lugares comunes sin ofrecer la más leve genialidad creativa.

Ataca también a los oídos. El problema de los enmudecidos no está sólo en la lengua. Para aprender a hablar, antes hay que poder escuchar. Verbalizar, expresar, poner nombre a la multiplicidad de experiencias que la vida presenta requiere mucha atención, la atención de quien escucha.

Su lugar preferido es la superficialidad, rondar por la cáscara de las cosas, sin salir de su envoltorio. Nunca aborda los problemas en su raíz, ni se sumerge en las honduras de lo real y vivo. Prefiere la apariencia, la máscara, el maquillaje o el disfraz, que en el fondo son lo mismo.

A veces, vive amordazada por enemigos refinados como pueden ser el miedo, el resentimiento, la timidez, la desconfianza o el desengaño. Enemigos con apariencias de honorabilidad, pero ahítos de cinismo que acarrean dolor.

La presencia viva de Jesús expulsa esos demonios. No por la autoridad del príncipe de los demonios, sino con la autoridad de quien saber amar y hacerse uno como nadie. En el entorno de Jesús nunca faltaron los problemas y las escandalosas limitaciones, pero siempre hubo esmero por la palabra y la comunicación.


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