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Celebraciones y fiestas loretanas en los albores del Siglo XX

14/07/2019 23:04 Interior
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Celebraciones y fiestas loretanas en los albores del Siglo XX Celebraciones y fiestas loretanas en los albores del Siglo XX

Por el profesor Nelson Antonio Chávez Leguizamón

Especial para EL LIBERAL

El presbítero Prudencio Areal se desempeñó como tal en la parroquia de la Villa de Loreto, desde 1900 a 1905. Entre sus obras literarias se destaca “Trabajos Sueltos”, en la que hace mención al poblado loretano, sus vivencias y tradiciones. En estas líneas, describió momentos importantes sucedidos en 1902, poniendo un énfasis muy particular en los relatos relacionados a las fiestas religiosas y la vivencia comunitaria que experimentaban los loretanos de aquellos tiempos.

Según el relato del párroco loretano, Semana Santa se vivía intensamente en sus celebraciones, las que se realizaban con solemnidad y con la asistencia de muchos devotos, de los cuales algunos transitaban más de diez leguas (casi 50 kilómetros); la concurrencia desborda en las procesiones nocturnas del Miércoles y Viernes Santo, las cuales impresionan tristemente por el aspecto fúnebre con que se las rodea y el tono quejumbroso de los cantos populares litúrgicos.

“En esos días, antes que el sol se hunde en occidente, ya la iglesia está colmada de gente llegada de la campaña, mientras en la calle la multitud que no pudo ganar lugar se acomoda a lo largo del cordón de los corredores de las casas, o se sienta a ras de tierra ribeteando el alambrado de la plaza; y aquí y allí y allá grupos de mujeres haciendo pashkil (cruzando las piernas y sentadas sobre estas) y de hombres anitajllapi (sentados arribita nomás o en cuclillas*) esperan que termine la oración sagrada, para acompañar procesionalmente a Jesús Nazareno o al Señor en el sepulcro por las dos cuadras de la plaza, al son de tristes y lastimeros cantos con que aquella gente de fe rememora la pasión y muerte del Hijo de Dios”.

Describe luego: “Como en Loreto no hay otro alumbrado público que la luz mortecina que envía sobre los viejos caserones la luna, la devoción de los vecinos se encarga de él en esas noches, colocando velas de sebo en ucles en cada poste del alambrado que encierra la plaza y colgando pucos con sebo y mechas de trapo en los pilares de los corredores”.

“El momento de la procesión llega: han pasado quizás tres interminables horas de espera paciente, los fieles apiñados en la vieja iglesia de adobe, de gruesas paredes, salen estrujándose unos a otros por la única puerta de madera medio pulida del frente, encajada en el tosco marco de algarrobo, a la vez que la muchedumbre de afuera diseminada por corredores, calles y plaza comienza a remolinar hacia el pretil del templo para cargar las andas o seguir de cerca las benditas imágenes en las cuales creen y a las cuales adoran como a seres divinos que pueden otorgarles bienes…”, refiere.

“De esta suerte, agrupados en apretado haz alrededor de las andas, se empujan unos a otros, forcejean por llevar el Santo, o conténtanse en último caso con tocar las andas y así caminan lentamente paso a paso uniéndose piadosamente unos a las preces que musita el sacerdote y modulando otros las estrofas alusivas que canta el pueblo, las cuales son tanto más sentimentales e impresionantes a la distancia, cuanto más variados son los dúos lastimeros que, entonados por aquella heterogénea masa humana, hienden el aire sereno de la noche. La letra de esos motetes que la gente de la campaña canta mitad en quichua y mitad en castellano, son una prueba fehaciente de la obra del misionero que ha sembrado en medio de las razas americanas la semilla de la verdad y los rudimentos de la fe que ilumina y salva”.

Continúa la descripción luego: “De regreso la procesión en el templo, empieza la ceremonia de tomar gracias los que no han de participar del velorio, acercándose entonces de uno en uno, en interminable rosario, hombres, mujeres y niños a besar las andas o el vestido de las benditas imágenes para obtener la divina unción y la salud de alma y cuerpo… los demás quedan allí haciendo guardia al Señor y alternan el tiempo con rezos, cantos y algún licor a los 60 grados, a fin de que la carne no desfallezca y el espíritu esté pronto”.

Pascua

“De este modo llegan entre devotos y ebrios al sábado que es cuando empieza en Loreto la Pascua de Resurrección, que ha de terminar el domingo subsiguiente, durando así nueve días, que son festejados por los creyentes, ampliamente, en forma primitiva y burda”.

“Todo va a cambiar en la villa de Loreto, la vieja estancia de los Islas entroncados con la piadosa matrona doña Catalina Bravo de Zamora. A los místicos días de Semana Santa celebrados por todo el pueblo con devoto recogimiento y fervorosas plegarias, suceden los días de las francas expansiones, de las grandes bacanales, que reemplazan durante toda la octava de Pascua a las morigeradas costumbres de aquellos sencillos pobladores que fueron agrupándose en torno a la capilla de Nuestra Señora de Loreto”.

“La animación callejera de esos días es en verdad extraordinaria y el entusiasmo contagia a todos los loretanos que de antemano esperan la fiesta con sus casas blanqueadas, incineran basuras, preparan trajes nuevos y colman las petacas con ropa bien encartonada que salen a lucir cuando estallan las bombas y alegran los aires los bullangueros repiques en el campanario de la vieja iglesia”.

“Estas fiestas se celebran en la parte suroeste de la villa, en un lugar que llaman El Borde, distante de la plaza como unas cinco cuadras; y a ellas concurren numerosos bolicheros ambulantes que tienen por base de su negocio diversos juegos de azar. Se establecen en aquel terreno ondulado y flagelado por la sequedad, entre el olor de la jarilla, la tenaz espina de los cardones y uno que otro algarrobo o quebracho blanco, al aire libre casi todos o en galpones y ranchos de quincha improvisados, donde se juega ,bebe y baila a discreción… la música que preside -violín y bombo- no obstante su monotonía y destemplanza ejerce mágico poder en el ánimo de la plebe y también de la gente decente del pueblo que, al caer la tarde, so pretexto de comprar chucherías, visita ese lugar para despuntar el vicio con algún gato, zamba o chacarera, donde se manifiesta la gracia de las niñas loretanas para ese género de bailes”.

Ampliando el mapa mental, detalla: “Más allá, también en campo abierto, se destaca una línea de dos o tres cuadras de fogones rodeados por grupos de mujeres que trabajan y fríen pasteles y otros potajes semejantes que atraen crecida concurrencia abigarrada, que toma mate, come, bebe y requiebra a las mozas. Otros van allí a descansar enervados o marchitos por el exceso y la fatiga, pues en el rancho que se apearon, el de Mercedes Andrade (a) Michi Cucu, o en el de José María Herrera (a) María Juila, apenas hubo lugar para que les guarden las pilchas del recado”.

“La afluencia de todo el gremio de jugadores radicados en el departamento, pronto se manifiesta en las tertulias de naipes que se organizan, exhibiéndose el monte, el siete y medio o la primera con profuso número de adoradores, o bien la taba, la rueda de la fortuna, el lorito…”.

En el final, explica el porqué de la tolerancia: “El cuadro se repite hasta el segundo domingo, salvo inesperadas alteraciones… como se trata de fiestas consagradas por una costumbre que data de fecha inmemorial, la tolerancia de las autoridades es extremada, circunstancia que sirve para fomentar el sistema, haciendo que estos hábitos legendarios se arraiguen más profundamente”. l

Bibliografía consultada: “Trabajos Sueltos”, de Prudencio Areal Alonso, Santiago del Estero, 1924

(*) Traducción del Quichua: Profesor Diego Juárez


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