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EL LIBERAL . El Evangelio

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (13,54-58)

01/08/2019 23:46 El Evangelio
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Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (13,54-58) Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (13,54-58)

En aquel tiempo, Jesús llegó a su tierra y se puso a enseñar a la gente en la sinagoga, de tal forma, que todos estaban asombrados y se preguntaban: “¿De dónde ha sacado éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es María su madre, y no son sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde, pues, ha sacado todas estas cosas?”

Y se negaban a creer en él.

Entonces Jesús les dijo: “Un profeta no es despreciado más que en su patria y en su casa”.

Y no hizo muchos milagros allí por la incredulidad de ellos.

 

Comentario

En relación con el texto del Levítico, el texto del Evangelio de San Mateo nos presenta a Jesús en su tierra y con su gente.

Viene a celebrar con ellos la alegría de la fe, su perenne novedad, ese Reino que se hace presencia viva en él, en su Palabra y sus milagros.

Pero el pueblo de Israel vive en el pasado, la fe sigue siendo su signo de identidad, de su cotidianidad, pero en el fondo no le daba un sentido y una esperanza a sus vidas.

Ellos conocían a Jesús y, como nos ocurre tantas veces, lo habían etiquetado dentro de su pequeño mundo, como también de alguna manera habían “etiquetado” a Dios del que no esperaban mucho más que su Palabra escrita o recitada en las sinagogas.

Y de pronto aparece el hijo del carpintero el día del Señor como el Profeta esperado y se asombran primero, se burlan a continuación y finalmente tratan de matarlo.

No pudo hacer ningún signo.

Hubiera sido inútil porque ya tenían a Dios “muy visto” sin verlo.

Cada domingo, cada día, Jesús se nos hace especialmente presente en la eucaristía, pero, de alguna manera, nos pasa como a los vecinos de Nazaret.

La Palabra, los signos, el gran milagro de la Consagración es para muchos como una rutina, un “dejà vu” que no conmueve y, sin embargo, Jesús está ahí vivo, con la eterna novedad de cada día, llamándonos a cada uno por nuestro nombre, entrando hasta el fondo de nuestra alma en ese trozo de pan que tomamos con poca convicción y llamándonos para ser sus profetas en el mundo.

¿Veo en las fiestas religiosas un sentido de Dios? ¿Por qué? ¿Cómo participo en las eucaristías? ¿Percibo sentido en su liturgia? ¿Qué podríamos hacer los cristianos para hacer más vivas nuestras celebraciones?


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