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EL LIBERAL . Viceversa

Pedacitos sueltos

01/09/2019 02:07 Viceversa
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Pedacitos sueltos Pedacitos sueltos

No vas a aguantar. La llamarás aunque sea por sentir su voz. Es posible que esté esperando que suene el teléfono para decirte que lo siente, que la perdones, que estaba confundida, mirá que tonta, te quiero como el primer día, siempre vamos a estar juntos.

Calculas que un fin de semana es suficiente. Ella pidió tiempo, le has dado dos días, cuarenta y ocho horas, 2880 larguísimos minutos. La primera noche no has dormido pensando en ella y los pocos instantes en que conciliaste el sueño estaba ahí, sonriéndote, decía que te iba a amar toda la vida. Son 172.800 segundos ocupados solamente para pensar que te ha pedido un espacio, porque esa relación la tenía un poco ahogada (esta relación ha dicho, pero no has meditado mucho en las palabras, más adelante lo harás).

Ahora sabes que muchas veces las mujeres no cortan de golpe. No es que una mañana se despiertan sabiendo que no te quieren más y a la tarde te lo dicen.

Un día se dan cuenta de que deben cortar con vos, a la semana siguiente empiezan a extrañarte por anticipado, al mes están llorando en silencio porque saben el daño que te harán cuando te lo digan y quizás medio año después, ya frías como antena de avión, piensan cómo te lo dirán, calcularán al milímetro qué responder a cualquiera de tus preguntas, se mirarán al espejo durante horas para calcular las caras que irán mostrando, ante tus más que previsibles reacciones.

En el camino, es posible que una amiga les enseñe las mismas frases que tan comunes te resultarán después, cuando alguien te avise que no fue tan original cuando las pronunció. La más genial de todas, la más usada, la más gastada es “no sos vos, soy yo”, cuando la oigas por enésima vez en tu vida, dirás para tus adentros ¡oh, oh!, ya sé lo que viene, pero esa primera vez su comprensión exacta escapa a tu intuición. En el amor, de una forma u otra, en cualquier idioma, todo ha sido dicho alguna vez. Las otras son “ya vas a encontrar alguien que te merezca”, “esto nos va a ayudar a crecer”, “algún día nos vamos a ver por la calle y te vas a acordar de este tiempo con cariño”, “sos una persona muy buena” y “tengo miedo, igual que vos, de lo que sucederá en el futuro”. Todo para no decirte de frente que ha encontrado otro amor, listo, chau, estoy en otra, si te gusta bien y si no, aguantá como un macho que para sufrir han nacido los varones. Alguien, ese otro, ha venido moviendo los ventrículos de su corazón como vos no has sabido, no has podido o no has querido nunca. Desde hace seis meses se mandan mensajitos en secreto, se hablan por  léfono yr era recuperable. Recuerdas que una noche pelearon, te fuiste de su casa, rabioso,  enfurecido.

Al rato tocó el timbre, era a una de la mañana. Atendió doña Maga, que golpeó la puerta de tu cuarto: Te buscan, che. ¿Quién es? Una palomita nochera. Cuando fuiste, la camisa afuera los zapatos sin atar, ella sonreía sabiendo que su presencia bastaba para curarte del odio pasajero.

Estos dos días has esperado lo mismo. Cada vez que sonaba el timbre creías que sería ella. Pero no. La noche del domingo has soñado a cada rato que venía a disculparse por haberte hecho sufrir.

Te dabas vuelta para un lado y para el otro y una y otra vez el mismo sueño. Ahí llega sonriente a decirte que todo ha sido una lamentable confusión, que la perdones, no lo hará de nuevo, está todo bien, no ha pasado nada.

No sabes por qué, pero en el sueño lloras de alegría, no ha de ser para tanto. Recuerdas haberle dicho que dentro de dos días la ibas a hablar, es cierto que ella hizo un gesto como de cansancio, como si no hubieras entendido nada.


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Pero ese ademán lo conoces de otras discusiones y peleas y siempre se reconciliaron, ¿por qué ahora iba a ser distinto? El lunes te despiertas animado. Sabes que la vas a hablar y en dos palabras se arreglará esa confusión.

Te prometes que no le vas a hacer ningún reproche, ni una palabra que le recuerde lo que te hizo sufrir. Sientes que no se va a perder la conexión espiritual que lograron en los dos años y pico que anduvieron juntos. Tu corazón te avisa que de nuevo tienes novia, que no debes hacer caso de   esas pesadillas que soñabas despierto.

No debe haber ido a buscarte por vergüenza, quizás ha creído que estabas muy enojado, que la ibas a rechazar. Cuando vuelvas del trabajo la vas a hablar. Esa mañana estás animado, las chicas de la oficina preguntan ¿a este qué le pasa? Estoy más enamorado que nunca, tienes ganas de gritarles, pero no lo haces, que crean lo que quieran, qué te importa. Pero en el ómnibus, cuando vas volviendo del laburo, una sombra de duda te cruza el espíritu y te hace doler un poco el estómago. Después del almuerzo, el dolor en la boca del estómago es insoportable.

Has comido callado en medio del bullicio de la casa de pensión. Dos o tres se han codeado alzando la vista para señalarte. El dolor es insoportable, parecido al que sentiste cuando tenías que rendir matemáticas en la secundaria.

Te acuerdas de que fuiste sin estudiar, pensando que se obraría un milagro y Dios te inspiraría la comprensión del teorema de Pitágoras. Y no sucedió y te aplazaron y tuviste que ponerte a estudiar porque si no, no pasarías de curso, una vergüenza. Bueno, ahora te duele un poco más el estómago.

No sabes por qué. En el almacén de la esquina hay un teléfono público. Pones un cospel, marcas el número.


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