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EL LIBERAL . El Evangelio

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (6,6-11)

08/09/2019 21:48 El Evangelio
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Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (6,6-11) Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (6,6-11)

Un sábado, entró Jesús en la sinagoga a enseñar. Había allí un hombre que tenía parálisis en el brazo derecho. Los escribas y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado, y encontrar de qué acusarlo.

Pero él, sabiendo lo que pensaban, dijo al hombre del brazo paralítico: “Levántate y ponte ahí en medio”. él se levantó y se quedó en pie.

Jesús les dijo: “Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar a uno o dejarlo morir?”

Y, echando en torno una mirada a todos, le dijo al hombre: “Extiende el brazo”.

él lo hizo, y su brazo quedó restablecido. Ellos se pusieron furiosos y discutían qué había que hacer con Jesús.

Reflexión

La adhesión, un tanto materialista, a la ley puede llevarnos a olvidar el para qué de dicha ley y quedarnos con el puro cumplimiento, la carcasa de la ley. Eso es vaciarla. Es lo que vemos con frecuencia a lo largo del evangelio. Jesús detesta que la ley oprima a las personas y no le permita alcanzar su objetivo. él viene a dar “pleno sentido a la ley” y ese pleno sentido pasa por colocarla en su sitio, es decir al servicio del Reino, ese mundo nuevo que él quiere que nazca. Los maestros de la ley y los fariseos se sienten los verdaderos intérpretes de la ley, por eso sospechan y acechan a Jesús siempre que pueden. Ocurre especialmente con el tema del sábado.

Es lo que nos recuerda el evangelio de hoy. El texto deja claro que estos hombres no sienten piedad por el enfermo. Han puesto primero la ley y luego el hombre. Cuando Jesús rompe esa costumbre, ellos encuentran el argumento para atacarlo. Ante su postura rigorista, vemos a Jesús que no desprecia la ley, pero sí la coloca en su lugar.

Cuando la ley no es bien comprendida surge el dilema. Lo seguimos experimentando en la actualidad. La ley está hecha para ayudar al hombre y, por lo mismo, busca su bien y su crecimiento. La dialéctica de Jesús es clara y así lo expone ante los letrados: “¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal? ¿Salvar una vida o destruirla?” Ante esas preguntas parece que todos quedaron en silencio.

Tras las preguntas vino la respuesta en la curación: hacer el bien. Esas preguntas de Jesús deberían ser las que orientaran nuestra acción.

Como creyentes nos toca examinar el peso que la ley tiene en nuestras vidas. Jesús no se opone a su cumplimiento, ¡faltaría más!, pero coloca las cosas en su sitio. Nunca debe avasallar a la persona aplastándola en su cumplimiento. La historia nos cuenta cuántas vidas se han visto despojadas de la fe en Jesús cuando la legislación se ha impuesto por encima de todo, olvidando los derechos de las personas.

Vivimos una época donde el peso de la ley ha decaído, quizá demasiado. El Papa habla del problema del “relativismo” como un mal de nuestro mundo. Ese relativismo es fruto de una inmadurez cristiana. Equivale a infravalorar las exigencias de nuestra fe y vivir un cristianismo a la carta.

Entre esos dos extremos nos debatimos como personas seguidoras de Jesús. Hemos de madurar en ese seguimiento para que la ley no supla a Jesucristo y hemos de cuidar para que el olvido de la ley no haga de nuestras vidas un comportamiento desvaído donde todo se adapte a nuestros deseos.

Con qué radicalidad, sin rodeos, tajante, propone Jesús la cuestión: ¿Está permitido hacer el bien? ¿Hay que curar o dejar morir? Y todo, porque era sábado. Lo que en el sueño de Dios era día de liberación, de descanso, de evocación de la historia de un pueblo bendecido por Dios, todo se ha convertido, por la dureza de los hombres, en carga pesada y opresora; tan opresora que pone mil barreras hasta para hacer el bien a la gente.

Nos metemos en la sinagoga. Es sábado y participa un hombre sufriente, tiene el brazo derecho paralítico. En seguida saltan las posturas; los fariseos están al acecho, quieren acusar a Jesús y, al final, se pondrán furiosos.


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