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Una experiencia distinta, una oportunidad para hacer hablar al silencio

03/10/2019 08:52 Opinión
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Una experiencia distinta, una oportunidad para hacer hablar al silencio Una experiencia distinta, una oportunidad para hacer hablar al silencio

Por María de la Paz Porres. Licenciada en Psicología. Misionera en San José del Boquerón.

Durante cuatro días fuimos con dos amigas y colegas psicólogas al monte santiagueño, a regalar un poco de la profesión y a recibir el regalo inmenso de la palabra, del encuentro, de los rostros rompiendo el largo y pesado silencio.

Volver a San José del Boquerón, como lo hago varias veces al año, siempre es alegría, siempre es sorpresa, inmensidad, sencillez y ante todo encuentro. Esta vez fuimos con la idea de llevar algo distinto y probar qué pasaba, armamos dos talleres para dar a los chicos del secundario y destinamos tiempo para escuchar a los chicos que quisieran y otro tiempo para escuchar a la comunidad de Manga Bajada en su salita médica y a los vecinos de las comunidades de alrededor. 

Un viernes fue destinado al colegio secundario del lugar, donde asisten jóvenes de San José del Boquerón y de varios parajes a sus alrededores, uno más lejos que otros. Nos despertamos temprano y entre el frío y la llovizna salimos de la casa camino a la experiencia desconocida que teníamos por delante. Llegamos y sentimos todas las miradas puestas sobre nosotras, ya no eran las misioneras de visita como lo fue durante todos estos años, sino “las psicólogas”, con todo el peso que eso implica.


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La recepción de los alumnos fue muy positiva, estuvieron abiertos a todas las actividades propuestas dentro de las temáticas de “los sueños” y “pedir ayuda”. Observamos la dificultad para expresarse de forma grupal, problemática típica en adolescentes, agravada por el silencio del monte y las dificultades de un pueblo chico. Una vez terminados los talleres, se les daba a los alumnos la posibilidad de tener un encuentro en privado para hablar de lo que quisieran, con total libertad. Y ahí empezó la magia.

Las historias encerradas y escondidas durante tantos años en los cuerpos de esos jóvenes empezaron a salir, a representarse en palabras, a hacerse tangibles y a comprenderlas ya no solos sino compartidas, haciendo de esta manera más ligera la carga, a dejar de caminar solos.

Historias de soledad, sufrimientos, abusos, relaciones, suicidios, baja autoestima, entre otras, fueron apareciendo; nada distinto a lo que vive cualquier joven o incluso muchos niños y adultos, con la única y gran diferencia de estar muy guardadas por la falta de acceso a un oído, por la falta de herramientas para enfrentarlas y a veces también por el abandono del monte.

Y así, uno tras otro, estos relatos cargados de emociones tuvieron la posibilidad de ir saliendo, y cada chico siguió caminando, con la misma carga, pero un poco más ligero.

A la mañana siguiente, bien temprano, con el frío y la lluvia que seguían acompañando como escenario, salimos para Manga Bajada, un paraje ubicado a 20 km de la parroquia.

Llegamos a la salita donde había sido anunciado por la radio que íbamos a estar, con poca ilusión de que llegara alguien debido a las condiciones climáticas que limitan los movimientos en el medio del monte y no suman a la iniciativa de ir hacia algo tan desconocido. Pero a pesar del prejuicio, a los pocos minutos de llegar empezaron a aparecer los primeros valientes, que venían algunos de cerca y otros de lejos, bajo la lluvia, a buscar un oído, a soltar sus cargas, o simplemente a ver qué era lo que pasaba ahí.


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Niños, jóvenes, adultos, mujeres y hombres, fueron apareciendo durante toda la mañana, la sala de espera llena y la enfermera ordenando la situación mientras nos cebaba mate y nos alcanzaba tortilla caliente para pasar el frío.

Cada persona sentada frente mío fue una historia sagrada, un regalo muy valioso que me fue dado, una confianza que pocas veces había experimentado. Al hacer hablar a esos silencios, salían acompañados de llantos, de broncas, de emociones diversas que el cuerpo se iba animando a expresar, y que siempre que se podía, iba acompañado de un abrazo al final, para transmitir que ya no estaban solos, que su carga era un poco más ligera, y sobretodo, como signo de agradecimiento, del privilegio de ser testigo.

Muchos psicólogos se preguntan cómo sigue todo esto, yo misma me pregunto si es muy poco haber ido una vez y tener que volver a mi rutina, pero Dios sabe por qué nos manda, y el paso más grande lo dio cada persona que salió de sí para ir a buscar ayuda, que decidió curar y sacar eso que tanto duele, que dio el primer paso de un camino de sanación. De ahí en adelante cada uno seguirá escribiendo su propia historia, ojalá que con una semillita nueva a sembrar o con alguna herramienta. Y Dios quiera regrese pronto a volver a tener ese privilegio. Está en los planes.


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