El reloj verde

Las problemáticas ambientales siempre han sido una cuestión de interés, especialmente para las comunidades afectadas, pero desde hace unas décadas se han convertido en una preocupación central para gran parte de los ciudadanos en el mundo. Tal vez, porque ahora como nunca, la relación entre el deterioro ambiental y la calidad de vida humana se advierten tan claramente.

Contaminación y disminución de la calidad de agua, uso masivo de agroquímicos, deforestación, pérdida de la biodiversidad, afectación de servicios ecosistémicos, degradación de la calidad de aire en las ciudades, ruido, escasez de arbolado urbano.

Y el cambio climático que se entrama en sus orígenes y consecuencias con las demás problemáticas, agudizándolas y exigiendo acciones urgentes para detener el ritmo vertiginoso de deterioro.

Millones de personas se han visto obligadas a migrar dada la intensificación de fenómenos extremos como  inundaciones y sequías, procesos de desertificación, o por la elevación del nivel del mar en países insulares, dejando sus hogares y caminando hacia una vida incierta.

Todo está relacionado. Llevar una vida digna, la salud como eje prioritario y la soberanía alimentaria de los pueblos, se entrelazan con el derecho humano a vivir en un ambiente sano y saludable.

El Panel Intergubernamental de Expertos del Cambio Climático informó que las actividades humanas han causado un aumento de cerca de 1 °C de la temperatura del planeta y prevé que al ritmo actual se llegue a 1,5 °C entre el año 2030 y 2052. Superar este límite implicaría enfrentarnos a riegos y efectos devastadores para algunas regiones. Incluso, llegar al 1,5 C° es ya muy preocupante. Por esto es que las estimaciones  muestran que hasta el año 2030 se deben reducir un 45% las emisiones mundiales de gases de invernadero.

Esta cifra no puede dejar de alarmarnos. Reducir el 45% de las emisiones implica que los gobiernos, las empresas, las industrias, las actividades productivas, y cada ciudadano, reduzcan en ese porcentaje el consumo de energía, la producción de residuos, el uso del agua, el avance sobre los ecosistemas naturales. Y esto, si el reparto de los bienes naturales fuera equitativo. Es decir, hay quienes tienen una mayor responsabilidad por liderar actividades que producen gran cantidad de emisiones. Pero las actividades de todos los habitantes del mundo sumadas también impactan de manera significativa.

¿Qué nos depara el destino? ¿Por dónde comenzar ante un sistema de consumo regido por el “tener” sobre el “ser”, intereses de grandes poderes económicos, incoherencias entre los discursos y el hacer, ignorancia, insensibilidad?

Es momento de actuar. En realidad, hace tiempo que es tiempo de actuar. Es necesario esforzarnos un poco más en nuestros hábitos individuales, desde las instituciones educativas, desde los distintos niveles de gobiernos. Y los empresarios, los industriales, los productores tendrán que informarse y trabajar desde una perspectiva ambiental.

Lo/as jóvenes en el mundo nos piden acción urgente por el clima. “Cambiemos el sistema, no el clima nos dicen”. Y nos responsabilizan por ese futuro mejor que no les dejamos. “Somos el presente” nos dicen, “escúchennos”.

En este sentido, desde las universidades tenemos una responsabilidad central, la formación de profesionales que serán quienes tomen las decisiones en un futuro cercano. A nivel mundial la ONU, además, nos propone trabajar para minimizar la huella de carbono. En Argentina existe la Red de Universidades por la Gestión Ambiental y la Inclusión Social. Y en la Universidad Nacional de Santiago del Estero inauguramos el Programa de gestión ambiental Unse Verde, entre otras actividades que adhieren al desarrollo sostenible.

Algo está mal y algo está bien. Lo/as jóvenes nos piden acción por un mundo mejor que no les estamos dejando, pero lo mejor del mundo son ello/as, y algo tenemos que ver con eso.

Existe un reloj verde que aún funciona.