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EL LIBERAL . Santiago

Inseguridad

La inseguridad… el miedo

El incremento de la criminalidad, la aparición de nuevas formas de delincuencia más violenta, la inseguridad y la impunidad del delito han acrecentado la inconformidad de la sociedad hasta el punto de que el tema de la inseguridad pública delictiva es uno de los temas principales de debate social.

Muchos países en el mundo sufren altos índices de criminalidad y violencia, y es la primera causa de muerte en Brasil, Colombia, Venezuela, El Salvador y México.

De acuerdo con un estudio realizado en nuestro país, 12,903 personas murieron a causa de la violencia de las bandas criminales entre enero y septiembre de 2010, es decir, 11% más que en el mismo periodo del año anterior.

El fenómeno de la violencia y de la criminalidad es extremamente complejo y dinámico, exige un abordaje integrado, multisectorial, que involucre a toda la sociedad en la búsqueda de soluciones efectivas y sustentables. Intervenciones que accionan apenas las instituciones policiales o de justicia criminal, de forma desarticulada, las cuales no ofrecen resultados durables, principalmente porque el campo de acción de estas instancias sobre las posibles causas del fenómeno es limitado.

La victimización que sufre la población, la percepción de la inseguridad pública y el miedo al delito son de los problemas principales que se han abordado en estudios desde la sociología, la antropología, la criminología y la psicología en diferentes partes del mundo.

Los efectos cotidianos de la violencia y de la criminalidad tienen dos sentidos; en primer lugar, por la comunidad y sus miembros, sea bajo la forma de eventos concretos, o sea a través de la “sensación de inseguridad”.

Esta sensación de inseguridad desarrolla expresiones concretas emocionales, siendo algunas de las más importantes el miedo, la angustia, la ansiedad y otras más que desencadenan trastornos de personalidad específicos. El miedo, emoción básica de este estudio, se define como una perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario.

Por consiguiente, el miedo al crimen puede definirse como la perturbación angustiosa del ánimo que se deriva de la diferencia entre el riesgo percibido de ser víctima de un crimen y la victimización de hecho.

Por otro lado, como investigador en las neurociencias y buscando una respuesta a la afectación de la salud mental que produce el delito y la criminalidad contra el otro, defino al miedo como al delito; como “una respuesta emocional de nerviosismo o ansiedad al delito o símbolos que la persona asocia con el delito”. Aquí destaco al crimen, que implícito en su definición, se encuentra el reconocimiento de algún peligro potencial. En este sentido, se adopta una posición simbólica interaccionista, siendo el miedo al delito una de las posibles respuestas a la percepción de un riesgo.

El miedo al delito y los sentimientos de inseguridad han sido dos nociones empleadas para profundizar en el problema de la criminalidad, por lo que es importante su abordaje para diferenciar las concepciones.

Al entender que el miedo al delito hace referencia al temor de la población a ser personalmente víctima de la delincuencia, mientras que la inseguridad ciudadana puede entenderse como miedo al crimen en general, como un problema social. Es decir, la inseguridad ciudadana es el compendio de inquietudes que vienen impregnando al discurso de “la sociedad en riesgo”, que incluye no sólo a la delincuencia tradicional, sino también otras preocupaciones como el terrorismo, el narcotráfico, la seguridad alimentaria y, más actualmente, el miedo al cambio climático.

La importancia que tiene el hablar de miedo al delito como un elemento de estudio para medir la inseguridad ciudadana en relación con las emociones reside en las consecuencias reales, tangibles y potencialmente severas que presenta el miedo en los niveles tanto individual como social del ser humano.

El miedo al delito, a diferencia de la delincuencia real, afecta a un mayor número de ciudadanos y sus consecuencias son prevalentes y severas. Incluso hay quienes han subrayado que el miedo al delito puede ser un problema más severo que la propia delincuencia. El miedo al delito obliga a los individuos a cambiar sus estilos de vida.

Aquellas personas especialmente temerosas del delito deciden refugiarse en sus hogares, protegiéndose con candados, cadenas, barras de seguridad y alarmas. Pero el miedo al delito también tiene importantes repercusiones sociales y económicas. Así, por ejemplo, se ha señalado que genera alienación, promueve el desarrollo de estereotipos nocivos y acelera la ruptura de las redes informales de control social.

Esta ruptura de los controles sociales puede tener repercusiones de largo alcance en el deterioro comunitario, siendo el miedo al delito un agente catalizador que genera conductas que pueden ser muy destructivas para la vida comunitaria y social, fracturando el sentimiento de comunidad y transformando algunos espacios públicos en áreas que nadie desea visitar.

Tanto la percepción de inseguridad como el miedo al delito son percepciones y emociones subjetivas de la ciudadanía, que no necesariamente se corresponden con los índices objetivos de seguridad y delito.

Se ha observado que la inseguridad ciudadana objetiva y la percibida son divergentes. Unos investigadores en psicología criminológica, Vozmediano, San Juan y Vergara desarrollan una tabla que ejemplifica las correlaciones entre estas dos variables.

Niveles de Delito estudiado por Vozmediano

 

Algunos factores que la autora y sus colaboradores antes citados mencionan en relación con esta divergencia son: rompimiento del sentido de comunidad, abandono de los espacios públicos como áreas seguras y de recreación, actitudes desfavorables sobre la impartición de justicia penal y la punibilidad del delito, los efectos psicológicos negativos a nivel individual y cambio de hábitos fren-te a la criminalidad (adoptar medidas de seguridad, evitar transitar por ciertas zonas, etcétera) y, en general, un deterioro de la calidad de la vida urbana. De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Inseguridad, el 80.3% de las personas encuestadas dejó de hacer alguna actividad o cambió sus hábitos por miedo a ser víctima de algún delito. Estos comportamientos son:

n Usar joyas y tenerlas expuestas.

n Que los hijos(as) menores salieran a la calle en lugares que se ven inseguros.

n Salir de noche solo, siempre es más alentador para el delincuente ver la persona vulnerable.

n Llevar dinero en efectivo y exponerlo en algunos lugares de pagos.

n Llevar tarjetas de crédito o débito y exponerlos ante gente que no conoce.

n Visitar a parientes o amistades en zonas alejadas al sector de un paseo.

n Salir a caminar por zonas oscuras y solitarias.

n Tomar taxis y dirigirse en soledad hasta lugares poco concurridos.

 

El análisis de las causas y factores que conlleva la criminalidad en nuestro país se ha convertido en un campo de estudio dentro del quehacer académico universitario proveniente de las distintas disciplinas sociales.

Si bien es cierto que la delincuencia ha formado parte de las estructuras sociales desde el origen de las civilizaciones, la conducta delictiva actual ha adquirido diferentes matices y formas para expresarse, las cuales rebasan los límites de contención psicológica que pueden alterar la vida social de las personas.

Esto se complejiza a la falta de protección por parte de las instituciones del Estado que deben brindar la seguridad pública a la ciudadanía. Asimismo, el ser humano aparece en un ambiente de pérdida de la credibilidad y confianza de estas instituciones, dificultando la tarea de protección personal. Se construyen entonces los imaginarios sociales de espacios de tensión que suelen ser expresados por las y los ciudadanos como espacios de miedo y terror, producto de la inseguridad que se vive y que permiten que se realicen prácticas sociales de miedos expresados en un temor al otro. Así, los imaginarios de miedo se enlazan con narraciones simbólicas delimitadas por conductas, actitudes, espacios y sujetos interpretados como enemigos públicos.

Ejemplo de éstos son la marginación y exclusión social, la pobreza y el uso de la violencia. En este sentido, el miedo tiene diferentes perspectivas de estudio, ubicándose en el ámbito político, económico, social, cultural y de género; desde esta última perspectiva es como se abordará el estudio de la emoción en esta investigación, ya que las mujeres y los hombres, construidos socialmente de forma diferencial, también expresan sus miedos más como reflejo de determinantes socioculturales aprendidas que de estructuras psicológicas individuales. Varios son los marcos teóricos que estudian el miedo al delito donde existe una tendencia a investigar explorando las principales respuestas emocionales de la población ante la experiencia del crimen; sin embargo, miedo y terror traumático se confunden, ya que se trabaja con víctimas de delitos, en quienes los sentimientos de inseguridad post-trauma se encuentran más frecuentemente.

Por otro lado, encuentro trabajos que hacen referencia a la estructura del espacio urbano donde los sistemas de información geográfica son instrumentos útiles para el estudio de las emociones delictivas.

Por último, encuentro los estudios relacionados con el miedo a la criminalidad desde la perspectiva de género, tema de análisis de esta investigación. La percepción de miedo y amenazas espaciales que tienen los hombres y las mujeres depende, en gran medida, de la edad, sexualidad, raza, habilidades físicas, etcétera.

El temor a la inseguridad pública es uno de los miedos que más comparten las mujeres; aunque no son las únicas, ya que los hombres homosexuales, los hombres de color y los indigentes pueden llegar a sentir esta inseguridad, siendo víctimas frecuentes de estas agresiones delictivas en la calle.

En otras de mis investigaciones en la psicología criminológica y del delito he realizado estudios sobre la seguridad de las mujeres en los espacios públicos y se ha demostrado cómo las geografías cotidianas de los hombres y las mujeres son totalmente distintas por lo que se refiere a los estilos de vida, la movilidad y el comportamiento en la ciudad. Así, por ejemplo, he observado que las mujeres restringen a menudo sus movimientos por la ciudad para minimizar su percepción de miedo en los espacios públicos. La percepción de miedo de las mujeres en la calle está estrechamente asociada con las percepciones de las personas que ocupan el espacio y las que lo controlan.

El miedo está asociado al desorden, y es por esa razón que los graffitis, las pandillas o los indigentes en la calle pueden ser señales que manifiestan la falta de control en el espacio.

Estas investigaciones muestran que más mujeres que hombres señalan calles, plazas y parques de las colonias como espacios percibidos con una sensación de miedo por razones como el deterioro ambiental, la insuficiente iluminación o la presencia de hombres percibidos como amenazadores.

La estrategia más utilizada por las mujeres para hacer frente a esta sensación es evitar circular por lugares con estas características. También resultan interesantes las diferencias que he encontrado entre hombres y mujeres según el tipo de delito sufrido o percibido como de riesgo o de miedo.

Para el caso de los delitos contra la persona (violación, homicidio, lesiones, femicidios, etc), las mujeres reportan mayores niveles de miedo, pero para el caso de delitos contra la propiedad (robo, extorsión, fraude), los hombres son los que reportan un mayor grado de miedo. En este sentido, he observado que las mujeres restringen más sus espacios geográficos y físicos como formas de protección y seguridad personal, y así minimizar la percepción de sus miedos a los espacios públicos.

La percepción de los miedos de las mujeres en la calle está estrechamente asociada con las personas que ocupan y controlan los espacios públicos, es decir, los hombres. Por ello, su integridad implica evitar los delitos de tipo sexual y patrimonial principalmente.

 

A modo de conclusión puedo acotar…

La discriminación de género es uno de los factores influyentes en la denuncia de delitos y en la generalización de emociones de frustración y desesperanza al ser víctimas de alguna conducta antisocial delictiva. En este sentido, las mujeres aparecen más como víctimas que como autoras, vinculadas típicamente a la vida de familia, a los afectos, a las obsesiones de la honra y a las relaciones sexuales delictivas.

Por tanto, la mujer no aparece como sujeto sino como objeto, bien de agresiones o bien de disputa entre varones; siendo los delitos sexuales y de índole familiar los de mayor frecuencia, aunque no sean esencialmente los que más se denuncien, por ser considerado un tema privado y ajeno al sistema de justicia penal.

El sentimiento de seguridad o inseguridad en las personas es algo más que la ausencia o presencia de la estadística de delitos o de los grupos delincuenciales existentes; tiene que ver más con el resultado de la percepción y construcción social que hombres y mujeres hacemos de nuestro entorno, así como de los determinantes sociales que nos construyen como seres desiguales; siendo éste un factor importante para convertir los lugares y espacios en condiciones propicias para actividades ilícitas. El miedo al crimen no es una reacción espontánea ni aleatoria. Es una sensación atribuible a factores tanto del entorno comunitario como a las experiencias personales con el delito.

Se puede argumentar que las condiciones sociales son las productoras de los miedos de las personas como parte de los hechos violentos a los cuales nos enfrentamos día con día; creando imaginarios sociales de inseguridad y desconfianza del otro, y por tanto reforzando las desigualdades entre los seres humanos, por eso podemos inferir que no deja de lado su afectación a la salud mental, psicológica de los seres humanos porque ante tales condiciones de personas amenazantes, lugares solitarios, escases de cobertura policial en la ciudad sumado a las personas con patologías mentales que se asocian a los delitos y criminalidad; sin duda que el miedo y las sensaciones emocionales vulnerables al delito, estarán presentes. Así, vemos diferencias de género mediante el aprendizaje social del miedo entre los hombres y las mujeres, donde los hombres construyen su miedo relacionado con sus posesiones o bienes y, en caso extremo, hacia su propia vida; mientras que las mujeres lo elaboran desde una parte de su cuerpo que socialmente “ha sido valorado” y la ponen en la valoración de sí misma (lo sexual).

La idea de que a las mujeres que se comportan con restricciones para usar el espacio público y adoptan como medidas de protección el limitar su forma de vestir, los horarios para salir y el tipo de compañías, son factores que limitan su movimiento y tránsito social, y permiten el desarrollo de condiciones de miedo ante sus entornos.

Por tanto, es importante utilizar mecanismos y herramientas de empoderamiento femenino que permitan disminuir las percepciones de miedo y producir mayores seguridades personales para confrontar cualquier tipo de situación delictiva. En estos casos e investigaciones siempre se busca abrir una línea de trabajo analítico desde la perspectiva de género y el estudio de las emociones, no cabe hacer afirmaciones tajantes, pero los resultados sugieren la pertinencia de seguir investigando la influencia de las variables de género en la percepción de la inseguridad en general, y en la valoración de la probabilidad de ser víctima de un delito en particular. No hay que olvidar la necesidad de planificar y diseñar espacios públicos que permitan tanto a hombres como a mujeres el uso igualitario de los espacios.

Ejemplo de esto sería una buena iluminación en las calles; buena accesibilidad, evitando al máximo las barreras arquitectónicas; mejores elementos de conexión y vigilancia (transporte público, patrullajes constantes); mayores componentes verdes y áreas de juego; mayores actividades comunitarias, entre otras. Por último, la reproducción social de los roles de género en donde las mujeres le dan mayor importancia al cuidado y protección de su sexualidad que al de su propia vida se ve reflejado en los miedos en la calle, lo que hace que los delincuentes sexuales puedan imponer agresivamente una conducta sexual y “trascender” en la víctima como forma de su ejercicio de poder y dominancia; donde las determinantes socioculturales del género y el estudio diferenciado de la criminalidad masculina y femenina sean puntos de partida y de reflexión para el estudio de las emociones ante conductas delictivas. l

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