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EL LIBERAL . Santiago

El saludo de dos presidentes que no se conocían

08/12/2019 00:55 Santiago
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El saludo de dos presidentes que no se conocían El saludo de dos presidentes que no se conocían

Para 1916, los 12 de octubre cada seis años eran una tradición consolidada, ya que desde 1862 se habían sucedido, sin solución de continuidad, diez asunciones presidenciales según mandaba la Constitución de 1853. Se habían sucedido liberales, conservadores, independientes, modernistas, pero había llegado el momento del poder para la Unión Cívica Radical, de la mano del voto secreto, obligatorio y universal que había impuesto el presidente Roque Sáenz Peña a través de su proyecto que el Congreso hizo ley y que aún hoy llamamos por su nombre.

Las elecciones se celebraron el domingo 2 de abril de 1916 y los resultados no arrojaron una victoria contundente, y hubo que esperar la reunión de los colegios electorales para consagrar al “hombre del misterio” (según la genial descripción de Manuel Gálvez): el radical Hipólito Yrigoyen. Asombrosamente, no se inició ningún tipo de contacto entre los funcionarios salientes del presidente Victorino de la Plaza y los del entrante. Según los modernos criterios, no hubo ningún tipo de transición. Y finalmente, el 12 de octubre de 1916, el juramento de Yrigoyen en el nuevo Congreso Nacional de la calle Entre Ríos fue festejado por la multitud, desatando los caballos del carruaje presidencial, que fue llevado arrastrado por los simpatizantes radicales, en éxtasis.

En el Salón Blanco de la Casa Rosada, que había sido inaugurado dieciocho años antes por el presidente Julio Argentino Roca, se encontraron por primera vez Victorino de la Plaza e Hipólito Yrigoyen. Con solemnidad, el anciano salteño puso la banda presidencial sobre el pecho del porteño, y le entregó el bastón de mando. Luego le dio la mano con sencillez, tomó sus últimas pertenencias, salió a la calle Rivadavia por la puerta principal y caminando se dirigió a su casa. Don Hipólito iniciaba un nuevo tiempo de la democracia argentina.

El primer presidente constitucional sin antecesores

En 1943, cuando un golpe de estado interrumpe el gobierno de Ramón S. Castillo, impugnado políticamente por el ejercicio habitual del fraude electoral en las elecciones nacionales y provinciales, se produce una curiosidad institucional: al tiempo del derrocamiento el 4 de junio no vivía ningún presidente constitucional anterior, algo que no había ocurrido nunca. Y al convocarse a elecciones nacionales para el 24 de febrero de 1946, también había muerto el presidente Castillo, el 12 de octubre de 1944. Esta circunstancia produce un hecho inédito en la historia. El elegido en aquella elección fue el coronel Juan Domingo Perón, y su asunción a la presidencia el 4 de junio de 1946 fue la primera en la que no vivía ningún presidente constitucional anterior.

Sin duda este hecho marca simbólicamente, quizá como ningún otro, que un nuevo tiempo comenzaba en la Argentina. Para establecer una comparación, el reemplazo constitucional que viviremos en dos días más, además de los presidentes entrante y saliente, viven aún xx presidentes constitucionales: María Estela Martínez de Perón, Carlos Menem, Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Duhalde y Cristina Fernández de Kirchner.

Esperanzas y realidades

Es posible que falte para la definitiva consolidación de nuestra democracia republicana una fotografía simbólica: la de los presidentes constitucionales, pasados y presentes, todos juntos para alguna celebración patriótica. La última vez que esto ocurrió fue el 10 de diciembre de 1983, hace ya largos treinta y seis años, cuando estuvieron presentes en el juramento del presidente Raúl Alfonsín los únicos mandatarios constitucionales vivos: Martínez de Perón y Frondizi.

No es esta una crónica exhaustiva de todos los traspasos de mando ni de las transiciones del poder en la Argentina, sino simplemente el recuerdo de aquellos momentos en los que las circunstancias fueron especiales, originales o simplemente distintas a las anteriores y la historia es una fuente permanente de sabiduría que nos permite quitarle dramatismo y tragedia a los momentos del presente. Como decía el filósofo napolitano Gianbattista Vico, la historia es una sucesión de “corsi e recorsi”, es decir que tiene un curso y una vuelta a ese curso, pero nunca se repite, sólo algunas veces se imita a sí mismo.

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