Jesús, el Dios con nosotros Mateo 1, 18-24

Mateo describe de modo sencillo lo que sucede en la intimidad de una familia judía, a la que nada señalaba para este destino, cuando interviene discreta y soberanamente el Señor, el Dios de Israel, mediante su Espíritu que engendra al Salvador. Describe la acción de Dios a través de la “humanidad” de Jesús. El título de Jesús “Emmanuel” supone la acción de Dios que salva o auxilia a su pueblo (significado del nombre Jesús) en la historia, ni fuera ni a pesar de ella. La narración subraya la humanidad de Jesús, jamás ningún hombre estuvo más conectado con la realidad humana que Jesús.

El relato pone en un primer plano a José que al enterarse del embarazo de María, su prometida, decide repudiarla en secreto para no ponerla en evidencia públicamente a través de un proceso de divorcio. Cuando iba a ejecutar lo planeado, el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo”. José es interpelado en tanto que hijo de David, para asegurar así la línea davídica de Jesús: él es el Mesías esperado perteneciente a la familia de David.

La imposición del nombre Jesús, Dios ayuda o socorre, que Mateo describe como el “que salvará al pueblo de sus pecados”, designa a la persona en tanto que ésta actúa en la historia al servicio de Dios. Mateo tiene un interés especial en subrayar que el perdón de los pecados se concede por medio de Jesús y se hace efectivo en la comunidad.

Después de las palabras del ángel, Mateo señala la continuidad del gobierno de Dios sobre la historia. El Dios de Jesús, María y José es el mismo que el de los profetas. De ahí, que al aplicar a Jesús el título de Emmanuel describe el significado de su persona y su obra: en él, Dios estará presente en medio de su pueblo para socorrerlo, luchar con él, salvarlo.

Conclusión

Hoy más que nunca, se hace imperioso anunciar un Dios cercano a la vida de los hombres. El papa Francisco nos dice: “necesitamos cristianos que hagan visible a los hombres de hoy la misericordia de Dios, su ternura por todas las criaturas”. Un Dios amor, que sale al encuentro de sus hijos en la palabra y los gestos de misericordia de sus discípulos como signo de su presencia cercana. De ahí, que, el Papa diga de la Iglesia: “Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla”. ¿Acaso este mensaje no nos vuelve a enamorar de la Iglesia que fundó Jesús? , ¿acaso, no volvemos a sentir en nuestros corazones el llamado a ser instrumentos de su amor en el mundo? El que tenga oídos, oiga. l