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EL LIBERAL . Viceversa

La carta

La arrogancia, 31 de septiembre

de un otoño eterno.

Estela:

He puesto sobre el margen derecho,

una fecha inexacta y tu espacio favorito.

Aún no alcanzo a comprender la utilidad

de pertenecer a un punto geográfico

o la de acorralarse voluntariamente en el

tiempo. Sobrevivir asidos a esos indómitos

cordeles para mentirnos abrigo.

Tampoco sé cuando leerás esta

carta. Imagino que al encontrarla te esconderás

asustada en el jardín de la arrogancia

(así lo bautizaste cuando esa plantita verde,

cuyo nombre científico ignorabas, daba

gajos por todos lados y sembraba hijos).

¡Qué arrogancia la de esta planta!, dijiste y

a partir de ese día lo convertiste en tu refugio.

Al abrirla, cerrarás los ojos y contendrás

el aire perfumado. La leerás, llena

de pausas, repitiendo los párrafos, como si

retroceder fuera una dócil manera de volver

a empezar. Por eso, el tiempo y el lugar

se vuelven indiferentes. Solo te pido que a

estas palabras les pongas tu voz y que, al reproducirlas,

puedas sentir como se convierten

en tus letanías silenciosas y persistentes.

Escúchate, para aprenderlas otra vez...

Siento deseos de abrazarte porque

hoy sé demasiado sobre lo que debo

confesar. Y no podrás ocultar el temblor

mientras descubres los misterios, porque,

contrariamente, todo se vuelve inexplicable.

Las incertezas están navegando

dentro de tu cabeza. Ahora escuchas los latidos

como si fueran el sonido inconcluso

de bombas programadas. En este instante

frío, necesito que sientas lo mismo que

yo y, como si me conocieras de toda la vida,

me creas, te creas con tu voz íntima, y

correspondas con la franqueza que requieren

estas verdades. Verdades que sabrás a

medias, porque habrá algo en ti, un lugar

privado, inseguro, reservado al asombro

y a las dudas. Aún así, escucha, descubre,

aprende.

Al llegar, un día cualquiera, reconocerás

el olor de la casa y te sentirás, casi a

salvo. Sé que recorrerás confiada cada rincón

de la biblioteca, como si los libros fueran

otras habitaciones en el mundo. Con

estas cosas no habrá inconvenientes.

En las madrugadas, seguirás renegando

porque la luz encendida del pasillo

ciega tu descanso. Y no la apagarás,

consintiendo los caprichos de Francesca y

Joaquín. Ellos temen a la oscuridad -en

eso, todavía se parecen a su padre- además,

tampoco recuerdas los cuentos que

narrabas para dormir a tus hijos. Intentarás

inventarlos y las historias serán antiguas,

inconexas para el ritmo vertiginoso

al que se han acostumbrado tus nietos, a

causa del celular. Las movedizas historias

del instagram, los boomerangs con caras

ridículas, las selfies que construyen posiciones

casuales pertenecen a una tierra extranjera.

Piensas que, jamás, podrán igualar

a los espirales de imágenes que brotan

de la imaginación cuando se posa en los libros.

Igual, son cosas que se van haciendo

permeables al ánimo, aunque nos resistamos,

porque al mundo no le queda otra.

No sé si es avanzar, es aceptar, es cambiar,

es mezclarse con las ocurrencias de las generaciones

nuevas. Esa parte nos toca a

todos.

Seguro, ya estás lejos y estas palabras,

con tu voz, intentan atraerte una

vez más, para que te quedes. Fueron tantas

las veces que te has ido y has vuelto, sin

que nadie lo notara, que una vez más no va

a costar. Una vez más...

Sé que, aunque te sorprenda el tatuaje

en tu muñeca derecha, no dirás nada.

Lo has descubierto también en la muñeca

izquierda de Pedro, en el cuello de Pablo, en

el tobillo de Malena y cerca del pupo de Rafaela.

Una flor de lis, no, cinco flores de lis,

el honor y la lealtad multiplicados en la familia.

Que la familia sea otro refugio, aunque

te asusten los álbumes de fotografías,

las láminas de esas personas que te abrazan

recostadas en la playa. Los chicos pequeños

disfrazados en carnaval, el bautismo de los

nietos. La bandera pesada de Joaquín que

le ayudas a sostener entre miradas cómplices.

Las amigas con sus figuras esqueléticas

(no todas) que insisten en conservar a

fuerza de desear los alimentos sin tocarlos.

Las mismas amigas que fingen ser adolescentes

desabrochando sus blusas y contorneando

las huellas de aquello que fueron.

No te niegues, comparte algunas salidas,

pese a que conversen sobre historias que no

entiendas. Igual, nunca las entendiste.

Lo que más te sorprende es que

sepa tu secreto: sientes bronca, ansiedad,

mal humor, tristeza, porque ese octavo sentido

del que siempre te has jactado ya no está

ahí. Las percepciones se han debilitado,

ya no eres la maga, la hechicera, la bruja de

los acontecimientos develados. Ahora ya no

sabes nada, ni para adelante ni para atrás...

He pasado horas intentando pronunciar

las palabras que se desfiguraban en

mis labios y lo sabes. Cuando las consonantes

comenzaron a trepar solas y se quedaron

en mi lengua rugiendo como un tren en

marcha, decidí escribir esta carta.

Junté los cuadros del comedor y

se los regalé a Daniel. No los busques, los

regalé a todos. A Daniel y a Sofía. Ellos me

cuidan desde que todo esto comenzó. Merecen

ver, un ratito al menos, otra realidad

de colores, un mundo con apariencias alegres

y divertidas. Los hospitales tienen el

olor de los miedos.

He perdido días enteros buscando

un sitio conocido para ocultar tantos

rostros ajenos. Eso ya no importa ahora.

Ahora tienes que saber que estoy para ayudarte.

Aquí estoy. Estás. Estamos. En

primera persona, en segunda si prefieres o

en un nosotras, para que nos asuste menos.

Las dos Estelas.

Son nuestros los temblores compartidos,

la soledad del cuarto, el llanto

cuando todos duermen o se van. La casa vacía

que es, de igual manera, un consuelo y

un tormento como los espejos; la biblioteca

llena de ecos; la lengua muda.

En medio de la ausencia, también

somos las que conocimos el amor incondicional,

los aromas apasionados dentro de

la cocina, el calor de una cama que cobija

frente a esos otros inviernos sin frío; las

plumas que nos arrancaron y con las cuales

pintamos versos alados. Somos esos reconocimientos

tardíos de los libros publicados.

Somos las arengas que permitieron

que no huyera la esperanza.

Yo, Estela, la que fui, ahora puedo

estar en tu voz, y en tu voz, te traigo de regalo

los recuerdos que me quedan.

Cada vez que los necesites para

seguir de pie, cada vez que las fuerzas

se tiendan de bruces entre los huesos, solo

vuelve a pronunciar, con tu voz, todas estas

palabras hechas de aire, de agua, de tierra y

de fuego.

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