La carta La carta
de un otoño eterno.
Estela:
He puesto sobre el margen derecho,
una fecha inexacta y tu espacio favorito.
Aún no alcanzo a comprender la utilidad
de pertenecer a un punto geográfico
o la de acorralarse voluntariamente en el
tiempo. Sobrevivir asidos a esos indómitos
cordeles para mentirnos abrigo.
Tampoco sé cuando leerás esta
carta. Imagino que al encontrarla te esconderás
asustada en el jardín de la arrogancia
(así lo bautizaste cuando esa plantita verde,
cuyo nombre científico ignorabas, daba
gajos por todos lados y sembraba hijos).
¡Qué arrogancia la de esta planta!, dijiste y
a partir de ese día lo convertiste en tu refugio.
Al abrirla, cerrarás los ojos y contendrás
el aire perfumado. La leerás, llena
de pausas, repitiendo los párrafos, como si
retroceder fuera una dócil manera de volver
a empezar. Por eso, el tiempo y el lugar
se vuelven indiferentes. Solo te pido que a
estas palabras les pongas tu voz y que, al reproducirlas,
puedas sentir como se convierten
en tus letanías silenciosas y persistentes.
Escúchate, para aprenderlas otra vez...
Siento deseos de abrazarte porque
hoy sé demasiado sobre lo que debo
confesar. Y no podrás ocultar el temblor
mientras descubres los misterios, porque,
contrariamente, todo se vuelve inexplicable.
Las incertezas están navegando
dentro de tu cabeza. Ahora escuchas los latidos
como si fueran el sonido inconcluso
de bombas programadas. En este instante
frío, necesito que sientas lo mismo que
yo y, como si me conocieras de toda la vida,
me creas, te creas con tu voz íntima, y
correspondas con la franqueza que requieren
estas verdades. Verdades que sabrás a
medias, porque habrá algo en ti, un lugar
privado, inseguro, reservado al asombro
y a las dudas. Aún así, escucha, descubre,
aprende.
Al llegar, un día cualquiera, reconocerás
el olor de la casa y te sentirás, casi a
salvo. Sé que recorrerás confiada cada rincón
de la biblioteca, como si los libros fueran
otras habitaciones en el mundo. Con
estas cosas no habrá inconvenientes.
En las madrugadas, seguirás renegando
porque la luz encendida del pasillo
ciega tu descanso. Y no la apagarás,
consintiendo los caprichos de Francesca y
Joaquín. Ellos temen a la oscuridad -en
eso, todavía se parecen a su padre- además,
tampoco recuerdas los cuentos que
narrabas para dormir a tus hijos. Intentarás
inventarlos y las historias serán antiguas,
inconexas para el ritmo vertiginoso
al que se han acostumbrado tus nietos, a
causa del celular. Las movedizas historias
del instagram, los boomerangs con caras
ridículas, las selfies que construyen posiciones
casuales pertenecen a una tierra extranjera.
Piensas que, jamás, podrán igualar
a los espirales de imágenes que brotan
de la imaginación cuando se posa en los libros.
Igual, son cosas que se van haciendo
permeables al ánimo, aunque nos resistamos,
porque al mundo no le queda otra.
No sé si es avanzar, es aceptar, es cambiar,
es mezclarse con las ocurrencias de las generaciones
nuevas. Esa parte nos toca a
todos.
Seguro, ya estás lejos y estas palabras,
con tu voz, intentan atraerte una
vez más, para que te quedes. Fueron tantas
las veces que te has ido y has vuelto, sin
que nadie lo notara, que una vez más no va
a costar. Una vez más...
Sé que, aunque te sorprenda el tatuaje
en tu muñeca derecha, no dirás nada.
Lo has descubierto también en la muñeca
izquierda de Pedro, en el cuello de Pablo, en
el tobillo de Malena y cerca del pupo de Rafaela.
Una flor de lis, no, cinco flores de lis,
el honor y la lealtad multiplicados en la familia.
Que la familia sea otro refugio, aunque
te asusten los álbumes de fotografías,
las láminas de esas personas que te abrazan
recostadas en la playa. Los chicos pequeños
disfrazados en carnaval, el bautismo de los
nietos. La bandera pesada de Joaquín que
le ayudas a sostener entre miradas cómplices.
Las amigas con sus figuras esqueléticas
(no todas) que insisten en conservar a
fuerza de desear los alimentos sin tocarlos.
Las mismas amigas que fingen ser adolescentes
desabrochando sus blusas y contorneando
las huellas de aquello que fueron.
No te niegues, comparte algunas salidas,
pese a que conversen sobre historias que no
entiendas. Igual, nunca las entendiste.
Lo que más te sorprende es que
sepa tu secreto: sientes bronca, ansiedad,
mal humor, tristeza, porque ese octavo sentido
del que siempre te has jactado ya no está
ahí. Las percepciones se han debilitado,
ya no eres la maga, la hechicera, la bruja de
los acontecimientos develados. Ahora ya no
sabes nada, ni para adelante ni para atrás...
He pasado horas intentando pronunciar
las palabras que se desfiguraban en
mis labios y lo sabes. Cuando las consonantes
comenzaron a trepar solas y se quedaron
en mi lengua rugiendo como un tren en
marcha, decidí escribir esta carta.
Junté los cuadros del comedor y
se los regalé a Daniel. No los busques, los
regalé a todos. A Daniel y a Sofía. Ellos me
cuidan desde que todo esto comenzó. Merecen
ver, un ratito al menos, otra realidad
de colores, un mundo con apariencias alegres
y divertidas. Los hospitales tienen el
olor de los miedos.
He perdido días enteros buscando
un sitio conocido para ocultar tantos
rostros ajenos. Eso ya no importa ahora.
Ahora tienes que saber que estoy para ayudarte.
Aquí estoy. Estás. Estamos. En
primera persona, en segunda si prefieres o
en un nosotras, para que nos asuste menos.
Las dos Estelas.
Son nuestros los temblores compartidos,
la soledad del cuarto, el llanto
cuando todos duermen o se van. La casa vacía
que es, de igual manera, un consuelo y
un tormento como los espejos; la biblioteca
llena de ecos; la lengua muda.
En medio de la ausencia, también
somos las que conocimos el amor incondicional,
los aromas apasionados dentro de
la cocina, el calor de una cama que cobija
frente a esos otros inviernos sin frío; las
plumas que nos arrancaron y con las cuales
pintamos versos alados. Somos esos reconocimientos
tardíos de los libros publicados.
Somos las arengas que permitieron
que no huyera la esperanza.
Yo, Estela, la que fui, ahora puedo
estar en tu voz, y en tu voz, te traigo de regalo
los recuerdos que me quedan.
Cada vez que los necesites para
seguir de pie, cada vez que las fuerzas
se tiendan de bruces entre los huesos, solo
vuelve a pronunciar, con tu voz, todas estas
palabras hechas de aire, de agua, de tierra y
de fuego.