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El asesinato de Fernando Baéz / Invictus

27/01/2020 23:08 Opinión
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El asesinato de Fernando Baéz / Invictus El asesinato de Fernando Baéz / Invictus

Por María Rita Oubiña. Periodista.

“Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”. Con esta frase terminaba el poema en el que se inspira una parte de la película Invictus, de Clint Eastwood, en la que narra cómo el rugby atravesó medularmente la vida de los sudafricanos, en un plan estratégicamente pergeñado por Nelson Mandela en 1995.

Ese deporte había estado destinado “al selecto público blanco”. Los negros, que habían sufrido el apartheid odiaban literalmente a los “Sprinboks”, que eran los ídolos de las castas blancas.

Cuando luego de 27 años de cautiverio, Mandela asume la presidencia de manos de De klerk, en medio de muchos problemas nacionales decide ponerle énfasis al campeonato mundial de rugby en ese país y sutilmente solicita a Francois Pienaar (a la sazón capitán de los Springboks) el triunfo, estaba, subrepticiamente pidiendo por la paz y unión de ambas partes de la grieta sudafricana.

Hoy Fernando, el chico que muere vilmente por un grupo de agresivos, lo hace en el contexto de una sociedad diezmada en los valores, diezmada en la tolerancia, diezmada en la convivencia, diezmada en el respeto.


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Pensar que a este chico lo mató sólo la patada voladora de un imbécil, es ver el resultado, no el proceso. A Fernando lo mató una sociedad que se odia sin razón. Ese es el gran triunfo de los monjes negros de la sociedad. Nos quieren así, pues de ese modo somos el caldo de cultivo propicio para la proliferación de la muerte de mil Fernandos más. De mil hermanas más, como la mía que saben muchos, murió en condiciones espantosas e inenarrables a esta altura de mi agitada alma que no lo supera. A ella (mi hermana Liliana) la mató una Justicia que liberó a un inadaptado para que pudiera matarla, y una sociedad que en ese momento fue egoísta y en cuyos meandros, estimo no es el momento de ahondar.

He leído que los rugbiers se sienten estigmatizados, he visto no sin sorpresa que un grupo de presos, con acceso a celular?, viraliza una amenaza. Algunos medios alimentan a un público ávido de muestras de odio. El sistema está hecho de ese modo. Somos los conejillos de Indias de un grupo de laboratoristas mengelianos que juegan con nuestras reacciones más reptílicas. Somos sí, eso, reptiles sometidos a reactivos de diversos y pesados contendidos en los que abundan sentimientos densos, pesados, terminantes...


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Quien vio Invictus se emocionó hasta las lágrimas cuando la escena del “negrito” que al final del partido es abrazado por los policías blancos y llevado en andas, cuando al momento de tal supina alegría del campeonato, las diversas tonalidades de la piel se convertían en una monocromía verde, tal el color de la camiseta sudafricana.

Mandelas no hay muchos, lo sabemos, mientras nadie lo entendía, él asumía que aquel triunfo ante los All Blacks traería aunque fuera un tiempo, una tregua de paz a un país, cuyos ribetes raciales lo habían confinado a un hueco durante casi tres décadas.

No hay muchos Mandelas, dije, pero puede haber en el medio, buenos criterios y un país un poco mejor, no en lo económico, no en la diatriba coyuntural, debemos ser más aspiracionales. El país nos requiere tolerantes, nos requiere respetuosos.

En el reino de la anomia no hay que tenerle miedo a la palabra orden, porque en la medida que uno respeta esa palabra, el otro no se crispa y todos salimos beneficiados.

Somos un país elegido, “por menos de esto algunos desaparecieron del mapa”, dijo Enrique Pinti. Tanta gracia nos hace derrochadores permanentes de oportunidades.


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Ya no hay tiempo, esto no es apocalíptico, o sí, sin los jinetes, pero sí con el fin de los tiempos, que será, creo, el comienzo de una era en que nos encontremos cada uno de nosotros en nuestra mejor versión.

Esto va para los que practiquen rugby, fútbol o jueguen a la generala. Pues el don del dominio y la bendición del amor está para todos. Debemos tan sólo decidir que esa es la única salida.

Al fin y al cabo “somos los amos de nuestros destinos y capitanes de nuestras almas”.

De la trampa social hay que salir invictos.

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