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Anticipo del libro que narra los entretelones de la llegada de A. Fernández a la Presidencia

02/02/2020 03:56 Viceversa
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Anticipo del libro que narra los entretelones de la llegada de A. Fernández a la Presidencia Anticipo del libro que narra los entretelones de la llegada de A. Fernández a la Presidencia

En los próximos días llegará a las librerías “Alberto. La intimidad del hombre. El detrás de escena de un presidente” (Editorial Planeta), un libro del periodista Diego Schurman que reconstruye la secuencia que culminó con el triunfo de Alberto Fernández como presidente de la Nación y registra hitos como la reconciliación con Cristina Fernández tras una década de distanciamiento, los entretelones de la campaña presidencial y la relación con el periodismo.

Aquí uno de los capítulos del texto en el que se narra el reencuentro con la ex presidenta en diciembre de 2017 en las oficinas del Instituto Patria, un acercamiento que sellaría no sólo el destino de ambos sino el devenir de la política argentina.

EL REENCUENTRO CON CRISTINA

Alberto Fernández hizo catarsis.

-¿Vos creés que yo soy un hombre de Clarín? -dijo en voz alta.

Cristina Kirchner guardó un silencio prudencial.

-Te lo planteo en serio. ¿Vos creés que yo soy Clarín? –insistió su ex jefe de Gabinete.

-Pero ¿estás loco?… ¡Yo nunca dije eso! -se atajó.

Ese diciembre de 2017, el Instituto Patria era un polvorín.

Una mínima llama, por más diminuta que fuese, podía hacer estallar todo en mil pedazos. Y Alberto comenzaba a encenderse.

Se estaban viendo la cara después de casi diez años. Era el reencuentro de dos temperamentales cuya relación se había quebrado en 2008 por el conflicto con el campo. él decidió pegar el portazo después del voto «no positivo» de Julio Cobos. Ella, inclemente, se empacó y nunca más le atendió el teléfono. Los buenos oficios de Juan Cabandié, conocido anfitrión de varios de los «asados de unidad» para juntar al peronismo en su casa de Caballito, resultaron claves para que los dos viejos compañeros de ruta derritieran el témpano que los separaba.

Alberto puso una condición para ir al Patria: que no hubiera periodistas. No quería hacer un show televisivo de una reunión con desenlace incierto. Conocía las ínfulas de Cristina, pero dudaba de él mismo: no sabía si su grado de tolerancia había mejorado después de aquel portazo de una década atrás. Dejó el auto a tres cuadras y se levantó el cuello del piloto al estilo Humphrey Bogart. No sólo porque llovía sino porque a unos pocos metros, en el Congreso, se debatía la reforma previsional. Y no quería que la gente movilizada lo reconociera.

Llegó silbando bajito, inseguro, enroscado. ¿Con cuál Cristina se encontraría? ¿Con la soberbia o la comprensiva? ¿Con la altanera o la que habla de igual a igual? ¿Con la desconfiada o la permeable? ¿Con la jefa o la vieja amiga? Para su sorpresa, el recibimiento fue extremadamente amable, distendido, casi lo opuesto a lo que le habían transmitido los empleados que cruzó hasta llegar al primer piso.

Ella le preguntó por su hijo, Estanislao. Y después sacó una tablet para mostrarle embobada fotos de sus nietos. La escena era la de la abuela Cristina en una reunión familiar. Pero había corrido mucha agua bajo el puente y Alberto temió que el encuentro se transformara en un canto a la hipocresía.

-Mirá, tenemos que hablar de algunas cosas, de frente, si no, no tiene sentido que yo esté acá -cortó con tanta dulzura.

-¿A qué te referís, Alberto? -se sorprendió.

-Quiero hablar para entender el sentido del encuentro. Vale la pena que nos digamos las cosas como son, porque a mí me dolió todo lo que pasó. Me pone contento hablar con vos pero me preocupa lo que pasó. No me quiero hacer el distraído como si no hubiera pasado nada.

El clima comenzó a enrarecerse. Ella le dio un sorbo al té de dulce de leche y lo animó.

-Bueno, dale, decime. él, que ya había terminado su café, empezó con toda la perorata de Clarín. A la segunda vez que Cristina negó haberlo asociado con el grupo mediático, Alberto decidió ir a fondo.

-Si vos no fuiste, vos dejaste que dijeran que yo soy Clarín -replicó, irascible.

-¡No es así, Alberto! ¡¿De dónde sacaste eso?! -se enojó ella. La conversación se tornó áspera. El pase de facturas mutuo fue inevitable.

-Vos dejaste decir.

-¿Por qué afirmás esto?

-Pero, escuchame, hasta en el libro de Sandra Russo dejás decir eso.

-Bueno, eso lo dice Sandra  Russo -se escudó ella.

El tema lo tenía a maltraer a Fernández desde 2011. Ese año publicó una carta abierta en el diario La Nación para acusar a Cristina de fabuladora. En el libro biográfico La Presidenta, escrito rigurosamente por Russo, hay textuales de la ex mandataria que sugieren que Alberto era vocero de Clarín. Uno de esos textuales es el siguiente. Me estaban subestimando. Yo ya había empezado las reuniones con la Coalición por una Radiodifusión Democrática, el colectivo que durante años elaboró los 21 puntos originales del proyecto de la Ley de Medios. Alberto Fernández me preguntaba: «¿Qué vas a hacer con eso?». «Nada», le decía yo. «Me interesa». «Mirá que a Clarín eso no le interesa », me decía, y yo le contestaba: «No lo hago por si le interesa  o no le interesa a Clarín». Varias veces cruzamos ese diálogo.

Era tenso. Cristina no quiso tirar más de la cuerda. Apeló al borrón y cuenta nueva.

-Mirá, te lo digo en la cara: yo no creo que vos seas operador de Clarín.

-Ok, lo importante es qué creés vos. Y yo quiero saber qué creés vos. Si vos nunca creíste eso, yo te digo que me hiciste un daño enorme, porque acusar a alguien que hace política de ser parte de una corporación es muy dañino –reflexionó Alberto, evidentemente con la espina aún atravesada.

-Te lo repito: yo no creo eso. Si yo creyera eso no estarías hablando acá conmigo -cerró el tema Cristina.

El ex jefe de Gabinete aprovechó la inercia para exhumar otras diferencias. Y le reprochó «el ataque» al que fue sometido en 2012 por oponerse a la estatización de YPF. Ese año, en 6,7,8 lo presentaron como el «lobista de Repsol que recorre todos los programas del Grupo Clarín para defender a la corporación petrolera».

-Y ya que estamos,  Cristina, te quiero aclarar que tampoco soy un lobista de Repsol, como dijeron. El ciclo insignia del kirchnerismo, que se transmitía en la TV Pública, se hizo eco del artículo de Tiempo Argentino que reveló que Fernández, por 25 mil pesos mensuales más IVA, proveía a la empresa española un servicio de consultoría externa, consistente en reportes sobre la actividad parlamentaria argentina.

Alberto, quien venía cuestionando la «política confiscatoria» del gobierno, terminó admitiendo en el programa de Jorge Lanata la existencia de un vínculo contractual con Repsol, aunque se esmeró en explicar que su raid mediático era a título personal y no como enviado de la multinacional.

-Ya lo expliqué en su momento, pero siguieron pegando con eso -le recordó a Cristina, casi al cierre del encuentro.

-¿Otra vez, Alberto? Yo nunca te acusé de nada.

-Sí, eso también lo dijeron porque critiqué la forma en la que estatizaron Repsol.

-¿Dónde dije eso que decís?

-Cristina, lo dijeron todos tus adláteres. Y un día fue tapa de Tiempo Argentino. Y descarto que eso eras vos y tu gente.

-No me cargues a mí eso, aunque nunca me gustó la posición que tomaste vos con YPF. No me gustó nada de nada.

Alberto no esperaba otra respuesta. Pero cumplió con su objetivo: sacarse esa mochila de plomo que cargada desde hacía años. Quedó flotando una sensación extraña en el ambiente, como la que experimentan los pasajeros de un avión después de una turbulencia. No pudieron volver a las sonrisas ni a la amabilidad del comienzo. Ella le contó que iba a pasar fin de año en El Calafate y que a su regreso volvería a tomar contacto.

él, que venía de un fracaso electoral como jefe de campaña de Florencio Randazzo, le dijo que esperaría su llamado. Con el correr de los días, los dos se convencieron de que habían saldado las cuentas del pasado. Y en el alba de 2018 acordaron otra cita, nuevamente en el Instituto Patria. En ese nuevo cara a cara, ambos agradecieron a Mauricio Macri por haber logrado en un par de años lo que ni Máximo Kirchner pudo en una década: volver a sentarlos, confidentes, como en aquellas trasnochadas de la Quinta de Olivos o la Casa Rosada. También entendieron que, así como estaba el PJ, atomizado y sin conducción, no tendría otro futuro que el fracaso. Y con la zanahoria de arrebatarle la presidencia a Cambiemos, acordaron un plan cuyo primer e indefectible paso era trabajar por la unidad del partido.

-Yo me pongo a trabajar. Vos tenés que hacer tu parte -se despidió Alberto.

-¿Qué me estás proponiendo?

-Mirá, vos tenés un techo.  

Y el techo está dado porque hay muchas cosas que se dicen de vos sobre las que nunca diste respuesta. Y el que calla, otorga.

-¿Vos querés que dé una entrevista?

-Yo conozco todas tus causas.

Y creo que deberías escribir un libro en primera persona y dar respuesta a todas estas cosas que dicen de vos.

-¿Un libro?

-Sí, un libro. Después la seguimos y te cuento.


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