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EL LIBERAL . El Evangelio

Evangelio según san Lucas (18,9-14)

21/03/2020 00:06 El Evangelio
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Evangelio según san Lucas (18,9-14) Evangelio según san Lucas (18,9-14)

En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás: “Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Oh, Dios!, ten compasión de este pecador”.

Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.

Comentario

Del Dios que tiene su gusto en acoger al pecador nos habla el evangelio. Los fariseos no eran mala gente; procuraban ser cumplidores, llegar incluso más allá de lo establecido por la ley religiosa judía; pero esa entrega religiosa, sincera en la mayoría de los casos, quedaba empañada por el orgullo que producía en ellos y el menosprecio hacia los religiosamente marginados, los recaudadores, llamados ‘publicanos’.

En los fariseos, en muchos casos, se había llegado a una paradoja casi inimaginable: a fuerza de procurar la máxima fidelidad a Dios, ese Dios había terminado siéndoles superfluo. El fariseísmo se había convertido en un pelagianismo anticipado; quien cree salvarse a sí mismo mediante su actitud de ‘cumplidor’, su sincera entrega religiosa, sus ‘méritos’, no necesita que un Dios bueno y compasivo venga a salvarle. ¡Dios se hace superfluo! Por ello, a pesar de tanta buena voluntad, el choque entre Jesús y algunos fariseos se hizo inevitable. él anuncia un Dios compasivo, que todo lo da gratis y cuya capacidad para el perdón es inconmensurable. Ese Dios, naturalmente, agrada a los publicanos, a los convencidos de su necesidad de perdón y rehabilitación. Y ellos, quizá más ignorantes que los fariseos, captan sin embargo mucho mejor quién es el Dios anunciado y visualizado por Jesús: el de los pequeños, pobres, pecadores. Debió de ser impresionante ver a Jesús, con todo su halo de profeta, de ‘hombre de Dios’, compartiendo mesa y vida con aquellos grupos marginales. Y para ellos tuvo que ser un balón de oxígeno


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