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EL LIBERAL . Santiago

Las grandes epidemias del siglo XIX en la Argentina

El ministro santiagueño Ramón Carrillo al frente de la
lucha contra las epidemias

El ministro santiagueño, Ramón Carrillo, al frente de la lucha contra las epidemias.

04/04/2020 20:58 Santiago
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Las grandes epidemias del siglo XIX en la Argentina Las grandes epidemias del siglo XIX en la Argentina

El siglo XX comenzaba para la República Argentina en forma auspiciosa. Desde 1853, al sancionarse la Constitución Federal, que organizó el país, y desde 1861, luego de la batalla de Pavón, al producirse la unificación definitiva de las provincias, el derrotero nacional fue de progreso en lo material y de consolidación en lo institucional. Para 1880 se puede afirmar que existía un Estado central en condiciones de brindar servicios para la mejora de la gente, a través de políticas nacionales de expansión de la educación y la salud públicas, desarrollo de la economía y de paz en las relaciones exteriores, lo que sumado al fomento de la inmigración hizo que hacia 1900 la Argentina fuera vista como el futuro para muchos habitantes del mundo, además de los propios.

El artículo de la enciclopedia Espasa-Calpe, en su entrada al artículo referido a nuestro país, en la edición de 1919 no deja lugar a dudas: “Todo hace creer que la República Argentina está llamada a rivalizar en su día con los Estados Unidos de la América del Norte, tanto por la riqueza y extensión de su suelo como por la actividad de sus habitantes y el desarrollo e importancia de su industria y comercio, cuyo progreso no puede ser más visible”. Esta introducción nos permite avanzar en nuestro recorrido por la historia de las epidemias ocurridas en el territorio argentino desde los años del centenario de la Revolución de Mayo y su combate a lo largo del siglo anterior.

Las epidemias de paludismo

El paludismo o malaria es una enfermedad infecciosa producida por parásitos en la sangre que se introducen en el cuerpo humano por la picadura de mosquitos “anopheles”. La forma de transmisión de esta peste fue descubierta recién en 1880 por el francés Charles L. A. Laveran, en Argelia. En 1885 el médico inglés Guillermo Paterson realizó la primera observación de plasmodios en toda América, en su laboratorio de campaña en Esperanza, Jujuy. Santiago del Estero va a encontrar en la figura de Antenor álvarez uno de los pioneros en la lucha contra el paludismo en el país, junto a Eliseo Cantón y otros ilustres médicos. álvarez, como presidente del Consejo Provincial de Higiene, fue delegado al Congreso Nacional de Paludismo de 1902, por cuyas recomendaciones se creó el parque Aguirre en la “Madre de Ciudades” con plantación de eucaliptos por escolares.

La malaria fue tratada como endemia, y en julio de 1911, se reglamentó la ley nacional 5195 de defensa contra el paludismo. La enfermedad causaba estragos, sobre todo en los niños pequeños. Durante la gobernación de álvarez, en Santiago se trabajó intensamente en obras contra las inundaciones, la expansión de las obras sanitarias y la construcción del hospital “Independencia”. En la región, desde 1916 se establecieron direcciones específicas en Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja y Santiago del Estero. Esto permitió coordinar la lucha durante tres décadas. En 1945 va a cambiar la estrategia nacional con la aplicación de un insecticida, el DDT, para combatir los distintos brotes. Sabemos que muchos años después, se prohibirá ese veneno por sus efectos colaterales.

La creación del Ministerio de Salud Pública nacional y el nombramiento del médico santiagueño Ramón Carrillo fue un hito en la lucha contra el paludismo. El plan quinquenal de 1947 estableció, con el médico jujeño Juan Alvarado a la cabeza, la “dedetización”, un neologismo que marcaba la campaña de desinsectación en todo el norte argentino. El efecto fue impresionante, ya que para 1950 la cantidad de casos había disminuido a una mínima expresión. Desde entonces, los brotes epidémicos dependían de lo que ocurría en países limítrofes. La última manifestación epidémica de esta longeva endemia fue en Salta, a mediados de los ‘90, llegando a 2000 casos. Hasta su eliminación, nunca se superaron los 200 casos anuales.

Junio de 2019 marca un hito para la Argentina. La Organización Mundial de la Salud declaró a nuestro país libre de la malaria, logrando ser uno de los 36 estados sin paludismo en el orbe. Sin duda el sueño del ministro santiagueño Carrillo se hizo realidad por el seguimiento de políticas sólidas que duraron algo más de un siglo, y que encuentran en el gobernador santiagueño álvarez entre los pioneros en esta lucha que alcanzó dimensión nacional. Aún hoy la malaria causa millones de enfermos y unos dos millones de muertos anuales.

La epidemia de poliomielitis infantil de 1956

En el verano de 1956, en tiempos de convulsión política en el país, iba a estallar una epidemia que se convirtió en el centro de la atención de gobernantes y gobernados. La poliomielitis infantil iba a marcar esa medianía de la década. Es una enfermedad infecciosa producida por un virus que ataca la médula espinal y provoca atrofia muscular y parálisis. El terror que esto provocaba en los padres de niños pequeños era atroz y llevaba a acciones desesperadas. El ocultamiento de los primeros casos por las autoridades sanitarias generó una histeria que derivó en acciones espontáneas, de ninguna efectividad.

Las madres lavaban todo con lavandina. Los padres pintaron los cordones de las calles y los troncos de los árboles con cal, creando una tradición que aún hoy vive en muchos pueblos argentinos. Los niños llevaban un collar con una bolsita de alcanfor, en la creencia de que se espantaba al germen del mal. Los bebés eran envueltos, cual momias, dejando sólo a la luz sus caritas, siguiendo una vieja costumbre de los tiempos de las pestes europeas. El gobierno reaccionó comprando pulmotores, y como siempre ocurre, el compromiso de médicos y enfermeras hizo posible atender a los más de diez mil enfermos, que saturaron el sistema de salud. Parte de la infraestructura construida para el combate de la polio es hoy utilizada para quienes sufren las consecuencias respiratorias del coronavirus.

Las dos vacunas que lograron vencer a la enfermedad surgieron en forma contemporánea a la epidemia de 1956 en la Argentina. El Dr. Jonas Salk desarrolló en la Universidad de Pittsburgh, Estados Unidos, una vacuna tradicional (por inyección) que presentó resistencias científicas por la posibilidad de contagio a los vacunados por el uso de un polivirus tan violento, a pesar de su inactivación. Sin embargo, se realizó uno de los estudios clínicos más grandes de la historia (2 millones de niños de 6 a 9 años, con 623.972 vacunados y el resto con placebos), debido a las urgencias provocadas por los brotes en distintos países. En 1955 se dio por segura, potente y efectiva la vacuna, ya que inmunizaba al 90%. Simultáneamente, el científico polaco Albert Sabin desarrolló una vacuna oral, y propuso al Ministerio de Salud de la Unión Soviética la realización de un masivo estudio clínico, que fue aceptado, lo que permitió la utilización de la vacuna desde 1961 en todo el mundo.

La Asociación de Lucha contra la Poliomielitis Infantil diseñó un plan de vacunación anti-poliomielítica, que fue aceptado por las autoridades nacionales. Alpi trajo al país las primeras vacunas y su aplicación fue fundamental para frenar el avance de la epidemia. Al final de 1956 se contaban 3000 muertos y más de siete mil niños con secuelas que arrastraron toda su vida. Esta institución, creada el 17 de diciembre de 1943 como consecuencia de un brote epidémico de la enfermedad, bajo la inspiración del médico Marcelo Fitte, y la generosidad de Juan Sullivan, presidente de “La Forestal”, entre muchos otros, fue el pilar para la desaparición de la polio de la Argentina, primer país americano que lo logró. Hasta hoy esta noble organización rehabilita a quienes han sufrido este mal.

Como anécdota, en 1967 el Dr. Sabin visitó la Argentina, y fue recibido como un héroe, no sólo en el ámbito científico de las universidades y los centros de investigación, sino en las calles, donde la gente se detenía a aplaudirlo cada vez que era reconocido. El aplauso de sus colegas en el aula magna “José Arce” de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires duró cerca de media hora, e impidió que la charla que iba a dar el homenajeado fuera una seria conferencia científica.

La sencillez de la aplicación de la “Sabin oral”, por gotas en la boca o como se hacía en tiempos de nuestra niñez ya lejana, sobre un terrón de azúcar, hizo muy fácil su difusión inmediata. Es una de las vacunas más seguras hasta ahora descubiertas y permitió que hoy el mundo esté a punto de vencer a esta enfermedad, ya que de las tres cepas descubiertas de la polio: sólo uno de sus tipologías anotó 12 enfermos en 2018. Las Américas no registran ningún caso de la enfermedad desde 1994. La polio va rumbo a ser la segunda enfermedad erradicada por la humanidad a través de vacunas, luego de la viruela.

Sin duda, queda un largo camino para seguir mejorando la vida de la humanidad. Enfrentar esta epidemia de coronavirus Covid 19 nos obliga a ser optimistas. Hace tres siglos, cuando comenzó a difundirse el uso de las vacunas, la población del mundo alcanzaba cerca de seiscientos millones, cuya expectativa de vida al nacer no alcanzaba los cuarenta años. Tres siglos después, y sobre todo por lo hecho a lo largo de los años 1900, la esperanza vital, gracias a las ciencias médica y farmacológica, más la mejora de vida por la caída de la pobreza global (cerca del 90% en 1700 a un 35% hoy) y la distribución de los alimentos, ha llegado a más de 75 años.

Estos artículos escritos para recordar el largo camino que hemos transitado en las luchas contra las epidemias, quieren ser un homenaje a todos los integrantes de los sistemas de salud y sanitario, a los científicos del mundo y a los voluntarios que a lo largo y ancho del orbe, y sobre todo en nuestro país, dan lo mejor de sí para que la enfermedad retroceda. Ojalá podamos vencerla juntos.

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