Dolar Oficial: - Dolar Blue:- Dolar CCL:- Dolar Bolsa: - Dolar Mayorista: -

EL LIBERAL . Santiago

Anecdotario ibarriano

Ilustración Roberto Eberlé

Ilustración Roberto Eberlé.

27/04/2020 01:36 Santiago
Escuchar:

Anecdotario ibarriano Anecdotario ibarriano

Las medias de lana (1839)

Excelente anfitrión Dn. Juan Felipe Ibarra. Y leal con aquellos a quien daba asilo político (así lo podría haber atestiguado el Manco Paz, ingrato con nuestro caudillo en sus célebres “Memorias”).

Como a otros, el caudillo ha dado asilo en Santiago del Estero a Dn. Domingo Cullen, ex gobernador de Santa Fe y con quien guardaba una vieja amistad. Dn. Juan Manuel de Rosas, desde Buenos Aires, lo reclama: ha jurado castigar a Cullen, quien siendo ministro de Estanislao López, se había permitido negociar por Santa Fe con el almirante Le Blanc, jefe del bloqueo francés; sin hacer caso de que el Encargado de las Relaciones Exteriores, por voluntad de las provincias, era Dn. Juan Manuel. Varias cartas han llegado, pero nuestro Ibarra, aunque siempre cortés en sus respuestas, tiene decidido no entregarlo.

La carta que hoy ha traído un chasqui, es terrible. Rosas afirma tener pruebas de las actuales maquinaciones de Cullen y finaliza anunciando que de seguir éste en Santiago “…la anarquía más asoladora y espantosa, derramará en porciones la sangre de sus hijos”

Esa noche, abre Ibarra la puerta del dormitorio de Cullen, cómodamente alojado en la Casa de Gobierno y casa particular de Ibarra a la vez, ubicada en el sitio donde hoy está nuestro Teatro 25 de Mayo.

-“Compadre, haría bien en ponerse un par de gruesas medias de lana”, le dice en tono paternal a su protegido.

-“No me parece que el clima esté para eso”. Cullen contesta sin volver la cabeza, molesto porque ha sido interrumpido cuando revisaba su correspondencia.

-“Es que como le voy a hacer poner una barra de grillos para mandarlo a Buenos Aires, no quisiera que le lastimen los tobillos”.

Teniendo en cuenta que en Buenos Aires lo esperaban para fusilarlo, el “Gallego” Cullen se sintió repentinamente interesado en la conversación (en realidad, Cullen era canario, de ascendencia irlandesa; pero para Rosas, era “el Gallego”).

A la madrugada partió Cullen bien custodiado para Buenos Aires. Apenas pisó tierra bonaerense, lo recibió en “La Posta del Verdugo” (cerca de San Nicolás) el coronel Pedro Ramos, edecán de Rosas; allí mismo lo hizo fusilar “por Salvaje unitario y reo de alta traición”. Eso sí, con sus tobillos bien protegidos por las medias de lana.

El “Saladino” Ibarra era excelente amigo y respetuoso de las reglas del asilo. Sólo que su instinto criollo le avisaba cuando el lazo se tensaba demasiado.

Dn. Juan Felipe y la Constitución de 1826 (1827)

29 de enero de 1827. En el bochorno de la siesta santiagueña, un curioso personaje de levita y galera llega hasta la Casa de Gobierno y pide que lo anuncien al Gobernador.

Se trata de Dn. Manuel de Tezanos Pinto, diputado en el Congreso que acaba de sancionar la nueva Constitución de 1826 y viene a traer un ejemplar para Ibarra.

Después de un rato de espera, se presenta el gobernador en camisa, calzoncillos y una vincha colorada en la frente (vincha que empapaba en vinagre y se ponía cuando le dolía la cabeza).

Ibarra le recibió el librito y lo despachó sin más trámite. Al rato, un ordenanza se presentó en la casa donde paraba el distinguido diputado. Ibarra le devolvía el ejemplar y le daba 24 horas para abandonar la provincia, lo que se apresuró a hacer sin demora.

Cuando Tezanos Pinto llegó a Buenos Aires, describió a quien lo había atendido “…con un traje semisalvaje con el propósito de ridiculizar al Soberano Congreso”. Y finalizó su informe aclarando que dejó “…a aquella desgraciada población cubierta de luto y bajo el poder férreo de un déspota”.

Ibarra le había demostrado así que al interior no le agradaron las Constituciones de 1819 y 1826, por ser de corte unitario y no respetar las autonomías provinciales.

¿Una noche nupcial de 26 meses? 1820

Es indiscutida la versión del casamiento de Dn. Juan Felipe; casado con Dña. Ventura Saravia (hija de su amigo el doctor y Coronel Dn. Mateo Saravia Jáuregui), la esposa fue despedida después de una única y misteriosa noche de bodas.

Imposible que tan sabrosa anécdota no fuera aprovechada por la narrativa, la poesía y la dramática; el asunto sirvió de base para distintas expresiones de los escritores santiagueños, sin que se discutiese su veracidad. Las más diversas causales fueron esgrimidas para tan insólito proceder: ella no era virgen, o era hija natural, o le confesó que se casó obligada, o estaba enamorado de un pai-sanito…

En el año 2003, nuestro mayor genealogista, el “Gringo” Bravo de Zamora, buscando otros datos, encontró en el Archivo Histórico de San Miguel de Tucumán, el penúltimo testamento de Dña. Ventura Saravia (al último se lo conocía y no arrojaba luz al respecto), en el cual afirma que casó con Ibarra el 16 de mayo de 1820 y vivió en Santiago del Estero hasta el 2 de agosto de 1822. Y que luego, de común acuerdo ambos, ella se radicó en Tucumán y en Salta (cabe resaltar que ella lo acompañó en la enfermedad que precedería a la muerte del caudillo, en 1851. E Ibarra la nombró su tercera albacea, en su propio testamento).

La nueva versión es unilateral (afirmación de Dña. Ventura), pero desmentiría la tradicional de la “única noche de bodas”. Eso sí, es menos atractiva para su tratamiento literario.

Dn. Dionisio Maguna y la importancia de la ortografía (1832)

El Acta que proclama nuestra autonomía está firmada por quienes fueron actores de ese acontecimiento trascendental, cuyo bicentenario estamos celebrando. Sus nombres, opacados actualmente, merecen nuestro agradecimiento; con su firma cargaron con una gran responsabilidad. Las buenas relaciones con Ibarra, en varios casos, no duraron mucho. Y algunos se vieron obligados, por ese motivo, a emigrar.

Uno de estos firmantes fue Dn. Dionisio Maguna. Su muerte se debió a un lamentable equívoco.

Dn. Dionisio firma el Acta representando al curato de Copo. Pero tenía otro campo en “Rincón de las Cortaderas”, cerca de Ojo de Agua. En éste tenía problemas con el propietario lindero, otro respetable vecino, Dn. José Domingo Iramain.

Iramain se presenta ante el juez Santiago de Palacio, en Santiago del Estero. Denuncia que Maguna ha ocupado un trozo de campo que le pertenece. El juez ordena “lanzarlo”, esto es en lenguaje tribunalicio, desalojarlo. Pero en Ojo de Agua, un agente casi analfabeto procedió a “lancearlo”, esto es, lo ejecutó a lanzazos.

El caudillo afortunado (1823)

Llegó a Santiago un francés, Dn. Miguel Sauvage. Instaló una botica, que pronto se puso de moda. De buena presencia e interesante conversación, casó con una dama de nuestra sociedad (hermana del infortunado Dionisio Maguna). Tuvieron dos hijas y hay descendientes entre nosotros.

Ibarra hizo acuñar moneda (de un real y medio en 1823 y de un real en 1836); todas de plata de baja ley, pero hoy muy codiciadas por los numismáticos.

Aparecieron falsificaciones; cierto o no, se las atribuyeron a Sauvage. Ibarra lo mandó llamar: por esta vez, pasaba. La próxima serían cien azotes, exactamente. Al francés se le erizaron los bigotes protestando su inocencia, pero Ibarra lo despachó sin más.

Aparecieron nuevas falsificaciones y el indignado francés fue llevado al Cuartel de Ibarra (donde está hoy el colegio de las Franciscanas, frente al Automóvil Club Argentino). Allí recibió los cien latigazos, sin que un quejido escapara de sus labios. Juró vengar la afrenta.

Fue una noche en que el caudillo tenía cita con su Cipriana, la que Sauvage –que lo ignoraba-- eligió para vengarse. Era verano; Ibarra solía dormir con la ventana abierta. Su dormitorio daba sobre la actual calle 25 de Mayo y la guardia estaba en calle Avellaneda. El francés descargó su escopeta sobre el bulto que ocupaba la cama del Gobernador.

Montado en un buen caballo, huyó en dirección a Tucumán; fue capturado por las autoridades de Burru Yaco y devuelto con custodia a Santiago. En el mismo cuartel de Ibarra, fue fusilado el 22 de enero de 1824; pena que Dn. Miguel Sauvage enfrentó con valentía.

La noche de la venganza, la cama del Gobernador estaba ocupada por Damián Garro, un tucumano que hacía las veces de secretario de Ibarra. Dormir más cómodo le costó la vida.

La astucia de Dn. Juan Felipe (1821)

Hace un año que se ha proclamado la autonomía e Ibarra ha vencido a las fuerzas de Bernabé Aráoz en el combate de “Los Palmares” (5-2-1820). Envalentonado, decide tomar la iniciativa: en combinación con Güemes, invadirán Tucumán.

Ibarra deja la gobernación en manos de su ministro Dn. Pedro Pablo Gorostiaga (padre de José Benjamín). Está en ciernes el Tratado de Vinará y llegará a Santiago, de Córdoba, Dn. José Andrés Pacheco de Melo, representante de Bustos, el Gobernador de Córdoba (quien será garante en dicho tratado). También le da instrucciones: el garante no debe pasar a Tucumán a ubicarlo a él o a Bernabé Aráoz. Su intención es no firmar el Tratado de Paz hasta no saber qué suerte tendrá su “invasión” a Tucumán.

Llega a Santiago el garante y pide audiencia con el Gobernador. Lo recibe Gorostiaga, quien le explica que el Gobernador está en Tucumán y que con quien debe entenderse es con el Gobernador (él es un simple ministro). Al mismo tiempo, le pone trabas para seguir viaje a Tucumán. Con harto esfuerzo, Pacheco de Melo logra hacer llegar una carta a Ibarra en su campamento de Tucumán; éste le contesta que debe entenderse con Dn. Pedro Pablo Gorostiaga, quien es el Gobernador ahora; ¡él no puede decidir nada!!!

Por fin, el 3 de abril de 1821, las fuerzas salteñas del “Indio” Heredia (enviado por Güemes), y las del propio Ibarra, son derrotadas por el coronel oriental Abraham González (al servicio de Aráoz), en el combate del “Rincón de Garlopa” (Lules, Tucumán).

Un Ibarra alicaído, pero súbitamente interesado en el Tratado, es el que se asienta con sus tropas en Vinará, con el pretexto de vigilar la frontera tucumana. Por fin, el 5 de junio de 1821 y allí mismo, en la Posta de Vinará, se firmará el conocido Tratado de Paz y Unión Eterna con Tucumán. Aráoz acepta la autonomía de Santiago del Estero y la considera una provincia con igual jerarquía que la propia. El Tratado de Vinará es uno de los “Tratados preexistentes” a que se refiere el Preámbulo de nuestra Constitución Nacional.

Dn. Juan Felipe ¿Precio por su cabeza? 1821

Por los tiempos del Tratado de Vinará, no era sólo nuestro caudillo el que especulaba. Dentro de la misma Tucumán había luchas políticas y la capital cayó en manos de Javier López. Aráoz se retiró a Río Seco, reorganizó su ejército y reconquistó la ciudad.

Mientras la ciudad estuvo ocupada, Aráoz hizo llegar a López un curioso ofrecimiento para que abandonara la ciudad de San Miguel de Tucumán: “Que de contado le daría $ 10.000.- en plata, con tal que, haciendo una retirada fingida, en clase de huir de su fuerza que debía perseguirle, cargase al pueblo de Santiago, y, revolucionándole, capturase la figura de su Gobernador, Dn. Juan Felipe Ibarra, quedando López de Gobernador de aquella provincia, en cuyo empleo se comprometía a sostenerlo con toda la fuerza de Tucumán”.

Doña Ignacita (1841)

En Tucumán acaba de tener lugar la batalla de Famaillá. El Gral. Oribe ha vencido y todo está perdido para el bando unitario. El jefe de la Liga Unitaria, Marco Avellaneda (padre del futuro presidente) será degollado en Metán, El general Lavalle encara para el norte, en procura de llegar a Bolivia; morirá en Jujuy.

En la decisoria batalla ha participado con lucimiento la caballería santiagueña, con el propio Dn. Juan Felipe a la cabeza.

De las fuerzas vencidas se ha desprendido un jinete, que logra pasar inadvertido y toma el camino de Santiago. Se trata nada menos que de Dn. Julián Segundo de Agüero, uno de los más notorios proscriptos de Montevideo, consejero de Lavalle; en Buenos Aires ha sido Ministro de Rivadavia. Su cursus honorum lo hace un firme candidato al retobo de cuero.

Bajo un poncho calamaco que oculta su casaca elegante, trae la carta de recomendación que le ha dado Dn. Félix Frías –secretario de Lavalle, de familia santiagueña- para Dña. Apolinaria Frías de Rueda. Si permanece hasta la noche sin ser descubierto, podrá continuar viaje hacia el litoral y de allí cruzar a Uruguay, a Montevideo. A pesar de la carta, duda de que su destinataria quiera ocultarlo; sabe que Ibarra no perdonará ni su vida, ni la de quien pretenda ayudarlo.

El sol emerge del río Dulce aquella primera mañana de primavera. El unitario, cansado y cubierto de polvo llega hasta la casa de Dn. Pedro Ignacio Rueda, esquina de las actuales calles 9 de Julio y Buenos Aires, Barrio de Las Catalinas.

Dña. Ignacita Frías, hermana de Dña. Apolinaria, regresa de su misa diaria en Santo Domingo, a tiempo para ver al unitario golpear el llamador con forma de cabeza de león. Su hermana y su cuñado están en el campo; han ido a pasar varios días. El viajero se explica con medias palabras, atemorizado por la cercanía de un grupo de soldados de Ibarra. que acaban de llegar de Tucumán. Dña. Ignacita no duda y lo hace pasar, a pesar de saber que su cuerpo no valdrá un real si la descubren.

La noticia de la posible presencia del unitario en Santiago, cunde con rapidez. El caudillo, ya de vuelta, ordena revisar casa por casa; y que empiecen por Las Catalinas, barrio donde vive la mayoría de sus enemigos. Por fin llega el pelotón y con prepotencia ingresa en la casa. Dña, Ignacita, imperturbable, los lleva habitación por habitación, hasta el tercer patio.

Al llegar a la cocina, una alacena está con la puerta abierta: evidencia de que no oculta nada. Allí, arrodillado tras un mantel desplegado a medias, está escondido el unitario. El mismo que esa noche abandonará la vieja ciudad, acompañado por un paisano de confianza y vestido de mujer.


Lo que debes saber
Lo más leído hoy