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EL LIBERAL . El Evangelio

Juan 20, 19-23

30/05/2020 23:05 El Evangelio
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Juan 20, 19-23 Juan 20, 19-23

Los judíos celebraban una fiesta para dar gracias por las cosechas, 50 días después de la Pascua, de ahí viene el nombre de Pentecostés que significa cincuenta días. Luego, el sentido de la celebración cambió por el de dar gracias por la Ley, las tablas, entregada por Dios a Moisés en el Monte Sinaí en el marco de la Alianza: el pueblo se comprometía con Dios a vivir según sus mandamientos y Dios a estar siempre con ellos.

Por lo tanto, en la tradición judía esta fiesta se celebraba en el contexto de la Alianza con Dios que suponía la liberación de la esclavitud del pueblo de Israel.

Jesús prometió enviar al Espíritu en varias oportunidades: durante la última Cena, les dice a sus apóstoles, según la tradición del evangelio de Juan: “Mi padre les dará otro Abogado, que estará con ustedes para siempre: el espíritu de Verdad”. Después de la Ascensión de Jesús, según la tradición de Lucas, se encontraban reunidos los Apóstoles con la madre de Jesús. Era el día de la fiesta de Pentecostés. Repentinamente, se escuchó un fuerte viento y pequeñas lenguas de fuego se posaron sobre cada uno de ellos. Quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas desconocidas…. Había gente de todas las naciones que los escuchaban hablar en sus propias lenguas. Este acontecimiento inicia el proceso de evangelización de la Iglesia, que gracias al Espíritu comunicará la Buena Nueva a toda la creación, sin temores y con un marcado espíritu de esperanza. Pentecostés debe interpretarse juntamente a la Pascua y la Ascensión; no es un misterio aislado sino que está vinculado a la Resurrección de Cristo y la consumación de su obra.

Según Lumen Gentium 4, El Espíritu Santo, “santifica a la Iglesia”, “habita en ella y en los corazones de los fieles como en un templo”, “ora en ellos y da testimonio de su adopción como hijos”, “guía a la Iglesia a la plenitud de la verdad, la unifica en la comunión y en el ministerio, la instruye y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos”, “hace rejuvenecer a la Iglesia, la renueva constantemente y la conduce a la unión consumada con su esposo”. A la vez, en otros documentos del Vaticano II, se dice que: “el Espíritu actualiza la inteligencia de la Palabra de Dios” (DV 8; 23); se anticipa en iniciativas misioneras a los que gobiernan la Iglesia (AA 29), impulsa el ecumenismo (UR 1), actúa en las demás comunidades cristianas (LG 15) y es la fuerza misteriosa que se halla presente en la historia de la humanidad y que es captada por las religiones de la humanidad. (NA 2)

De igual manera el Espíritu nos ayuda a “discernir los signos verdaderos de la presencia o planes de Dios” (GS 11) en la historia.

Conclusión

Pentecostés no es una fiesta para recordar un hecho del pasado, sino para vivirla en el hoy de nuestra historia, para hacer “experiencia de comunión y misión” en la Iglesia que se orienta hacia la consumación del Reino. La razón de ser de la Iglesia y de su mensaje es la consumación del Reino de Jesús en la historia. El Espíritu no le fue dado para sí misma, sino para llevar adelante su misión.

Es el Espíritu el que le ayuda a experimentar la paternidad de Dios, a descubrir los signos del Reino en el mundo, a adorar a Dios en espíritu y en verdad, a escuchar su palabra y practicarla, a amar y servir a los pobres como Jesús los amó. El Espíritu promueve la comunión en la Iglesia y apuntala su misión en el mundo. l


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