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EL LIBERAL . Santiago

Manuel Belgrano: El Padre de la Patria - Segunda parte: El Estadista

06/06/2020 22:07 Santiago
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Manuel Belgrano: El Padre de la Patria - Segunda parte: El Estadista Manuel Belgrano: El Padre de la Patria - Segunda parte: El Estadista

La vida pública de Manuel Belgrano es un recorrido por los más trascendentes momentos de la historia de la Nación Argentina. Hay pocos ejemplos de personajes dedicados con santa abnegación a su tarea pública, con extremo desprendimiento a su actuación civil y con simpar heroísmo a su accionar militar. Su condición “renacentista”, dicho esto en el sentido de su capacidad para abarcar todas las materias del conocimiento humano, lo convierte en uno de los fundadores geniales de la Patria.

Su carácter de constructor de la identidad argentina lo hacen protagonista excluyente, reconocido como tal por los grandes historiadores argentinos, desde Bartolomé Mitre y Vicente F. López, exponentes de la visión liberal, hasta Ernesto Palacio, ejemplo de los revisionistas. El interés por su figura consular ha alumbrado en estos tiempos excelentes estudios de Miguel ángel De Marco y de Daniel Balmaceda, entre otros.

Recorreremos hoy su trayectoria como funcionario público y estadista, que lo convierten en cimiento de las instituciones de la nueva Patria, que paradojalmente comenzará su desvarío en los tiempos de la muerte de Belgrano. No por trillado, hay que recordar el hecho de que su paso a la inmortalidad coincide con el desorden producido por el inicio de las guerras civiles, que esperaron que el gran prócer dejara este mundo para comenzar.

DE LA CORTE EN MADRID AL CONSULADO EN BUENOS AIRES

Manuel Belgrano se convirtió en un funcionario probo para la Corona Española, debido a su sólida formación académica y su ética sin doblez. Desde el derecho romano hasta la jurisprudencia, y desde la economía política hasta las leyes de Indias, no hubo aspecto del orden legal que escapara a su conocimiento. Comienza a participar en reuniones de la Corte del Rey, siendo su opinión tomada para aconsejar a Carlos IV en los asuntos del más novel virreinato: el del Río de la Plata. Eran los tiempos de la Revolución Francesa, hecho que conmovió al mundo y sobre todo a la casa real española, Borbones como sus parientes galos, quienes perderían literalmente la cabeza en 1793.

En diciembre de ese año fue llamado “a Palacio”, como se decía entonces, por el secretario del Consejo de Estado, el vasco Diego de Gardoqui, para informarle de la próxima creación del Real Consulado de Comercio de Buenos Aires, organizado según varios criterios propuestos por Belgrano. El 30 de enero de 1794, en el Palacio Real de Aranjuez, el rey Carlos IV firma la cédula que da origen a la institución. El porteño regresa a la Santísima Trinidad, antiguo nombre de Buenos Aires, adonde llega el 7 de mayo.

El 2 de junio de 1794 se realiza la primera reunión del Consulado, ya con Belgrano como Secretario Perpetuo, dependiendo directamente del rey. Lo formaban un prior, dos cónsules, nueve consiliarios (sic) y un síndico, además de secretario y tesorero. Sus objetivos eran promover el comercio en todos sus ramos y administrar la justicia en los pleitos mercantiles. Belgrano buscará convertir al pobre virreinato en una comarca próspera, a través del trabajo agrícola, el libre comercio y la promoción de las industrias.

Cada año el Secretario estaba obligado a presentar una memoria, y entre 1795 y 1809 Belgrano convirtió cada una de ellas en una clase magistral de economía política, utilizándola como tribuna para difundir sus ideas liberales. Dice en su Autobiografía: “Tanto me aluciné y me llené de visiones favorables á la América; cuando fui encargado por la secretaría, de que en mis Memorias describiese las Provincias, á fin de que sabiendo su estado pudiesen tomar providencias acertadas para su felicidad”.

Belgrano impulsó la fundación de las Academias de Dibujo, de Náutica y de Matemáticas, hoy reconvertidas en facultades universitarias y escuelas. La llegada del siglo XIX lo encuentra dedicando su tiempo también a la redacción, junto con Francisco Cabello, de “El Telégrafo Mercantil”, órgano de difusión de las ideas modernas, y es un testimonio del valor que Belgrano daba a la prensa. En 1802 auspicia la publicación del “Semanario de Agricultura, Industria y Comercio”, dirigido por Hipólito Vieytes. Promovió la vacunación masiva contra la viruela. Concurrió por última vez al Consulado el 14 de abril de 1810, dejando ejercer como Secretario, el único que tuvo el organismo.

El gran impulsor de la Independencia

Buenos Aires lo recibe en marzo de 1816. El 24 comienza a sesionar, en San Miguel del Tucumán, el Congreso General Constituyente. El 17 de mayo, a dos semanas de ser nombrado director supremo, Juan Martín de Pueyrredón urge al creador de la Bandera para que viaje con el objeto de informar de la situación general a los representantes de los pueblos. Pasará veloz por Santiago del Estero en junio. Cumplirá entonces la gestión más importante de su vida pública, en acuerdo con San Martín y Pueyrredón. Por esto Mitre los llamó “los Tres Grandes”.

El 6 de julio, en sesión secreta del Congreso, Belgrano impulsa a los diputados a declararse independientes, y a fundar una monarquía constitucional. La descripción que realiza sobre el giro de los acontecimientos, contrario a los propósitos revolucionarios, y la solidez de sus argumentos, fueron fundamentales para que el 9 de julio de 1816 se convirtiera en una de las dos fechas magnas de la historia argentina. El 20 de julio se verá reconfortado por la decisión del Congreso de establecer su bandera como la enseña nacional. Su respeto a las leyes establecidas hará que jure la Constitución de 1819. No está de más reiterar que para Belgrano, si la ley era legítima, había que respetarla. Si era injusta, sólo queda el camino de cambiarla.

Sus últimas palabras

Este formidable hombre público muere en la misma casa que lo vio nacer el 20 de junio de 1820. Quedaron registradas para la historia sus últimas palabras: “Ay, Patria Mía”. El dolor exclamado por su tierra no oculta su pertenencia. Le duele la Patria porque es suya. Será enterrado, en la mayor indiferencia de sus contemporáneos, en el atrio de la iglesia de Santo Domingo, mandato del prócer que dispuso ese lugar para no estar dentro del templo donde yacían sus padres: Domingo y María Josefa. La razón que esgrimió fue que su vida no alcanzaba el umbral de pureza necesario para compartir el sepulcro con ellos. Hubieron de romper el mármol que cubría un mueble de su casa para improvisar una lápida.

Es inabarcable la figura de Manuel Belgrano. Por eso, trataremos de profundizar el conocimiento sobre este genial personaje argentino a lo largo de los próximos domingos, si Dios quiere, para homenajear, sin rubores, a uno de los grandes de la Patria.

LA REVOLUCIóN DE MAYO DE 1810

Las revoluciones americanas de 1810 ubicarán a Manuel Belgrano como uno de sus grandes líderes. Hombre de ley, siempre propondrá cambiar las normas injustas, pero nunca admitirá su desobediencia. El 22 de mayo participa del Cabildo Abierto que destituye al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros, verdadero inicio de la Revolución. Dos días después, mientras los insurgentes se sumen en la desazón por la astuta maniobra del derrocado, que nombra una junta gubernativa, aparece el temple de Belgrano: “¡Juro a la patria y a mis compañeros que si a las tres de la tarde del día inmediato el virrey no hubiese sido derrocado; a fé de caballero, yo lo derribaré con mis armas!¡…si a las tres de la tarde del día de mañana el virrey no ha renunciado, lo arrojaremos por las ventanas de la fortaleza!”. Antes del mediodía del 25 de mayo, Cisneros renuncia.

Belgrano era el indicado para ser presidente del gobierno autónomo. Don de gentes, capacidad de mando, conocimiento del estado, manejo político y virtudes morales le eran propias. Sin embargo, prevaleció su abnegación y altruismo, ubicándose como vocal. Su partida hacia el Paraguay a cargo del Ejército Auxiliario, dejará a Buenos Aires sin el más experto consejero y uno de los más equilibrados dirigentes. En esa expedición fundará dos pueblos: Mandisoví y Curuzú Cuatiá.

Sus derrotas militares en tierras guaraníes serán convertidas por su pericia en el triunfo de la declaración autonómica del Paraguay que, si bien no acepta la autoridad de la Junta de Buenos Aires, se pronuncia por el fin de su sometimiento al imperio español. El 12 de octubre de 1811 se firma el Tratado de Amistad, Auxilio y Comercio entre Asunción y Buenos Aires, siendo Belgrano, junto a Vicente de Echeverría, los signatarios porteños.

EL DIPLOMáTICO DE LAS CAUSAS IMPOSIBLES

Luego de entregar el mando del Ejército del Norte a José de San Martín, el 30 de enero de 1814, Belgrano regresa a Buenos Aires, siendo detenido en Luján, y luego sobreseído. Dona sus sueldos para construir escuelas en San Salvador de Jujuy, Tarija, Salta y originalmente Santiago del Estero, hoy en Loreto como “Escuela de la Patria”. El 14 de septiembre es enviado, junto a Bernardino Rivadavia y Manuel de Sarratea, como delegado diplomático ante las potencias europeas. Sarratea se dirige a Francia. Belgrano y Rivadavia parten el 28 de diciembre y llegan a Londres el 4 de mayo de 1815.

No logran el objetivo de lograr el apoyo inglés para “obtener de España un reconocimiento de nuestra libertad política o al menos de nuestra libertad civil”. También buscan un candidato para el trono a erigir en las Provincias Unidas, sin éxito. La caída definitiva de Napoleón, en Waterloo, cambia drásticamente el escenario europeo y le hará decir al director supremo Gervasio de Posadas que “¡El maldito Bonaparte nos ha dejado en los cuernos del toro!”. Belgrano abandona para siempre el viejo continente el 15 de noviembre de 1815.

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