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MARIA ELENA WALSH: La alegoría de la salvación

30/08/2020 00:06 Viceversa
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MARIA ELENA WALSH: La alegoría de la salvación MARIA ELENA WALSH: La alegoría de la salvación

Por Adolfo Marino Ponti

Escritor

(Anticipo de mi próximo libro: “Los poetas de la canción”)

 

Aquel día de enero de 2011, cuando realizaron su funeral en la biblioteca de Sadaic supe que la muerte era una circunstancia efímera en la vida de María Elena Walsh. Sus canciones volaban más allá del ritual y su cuerpo era simplemente la imagen inmóvil de su eternidad. Alrededor de su alma nos habíamos convocado muchos artistas, socios de la mutual y admiradores de la obra de la notable escritora, cuyas composiciones infantiles nos habían acompañado en nuestra aventura de padres e hijos azorados por el recuerdo y la cadencia de aquellas historias reveladas en sus letras como fábulas inolvidables.

A medida que transcurría su velatorio susurraba la cigarra en mi mente. La cantaba sin mover los labios y mientras sentía su música en mi cabeza, pensé: La cigarra es la obra monumental de María Elena Walsh. Es la metáfora de los argentinos, a cuya letra vamos siempre para ganarle a la desesperanza. Acaso sea el Ave Fénix de nuestra mitología contemporánea, de nuestro ser discepoliano, de ese estar volviendo siempre de la muerte, resistiendo, renaciendo de la ceniza, volando y cayendo nuevamente para volver a remontar y así sucesivamente en un círculo histórico ascendente y descendente, como si tuviéramos un destino marcado por el origen de un barco que llegó y nunca pudo volver.

La cigarra es una de las composiciones más certeras de María Elena Walsh respecto a nuestra idiosincrasia, a nuestra sinrazón de morir y renacer, de caer y subir, como si estuviéramos predestinados a ser la la posibilidad de la imposibilidad. Su valor poético reside en haber formalizado el arquetipo de nuestra frustración y al mismo tiempo de nuestra resurrección, de nuestra capacidad de reinventarnos después del naufragio.

Por eso, mientras la sala era un murmullo de celebridades convocados por la autora de Otoño imperdonable en su trance final, seguía escuchando en mis adentros la melodía de su canción y viajaba por su letra, parando en cada estrofa, como si cada una de ellas fuera una estación obligada para bajar, mirar la vida, darse un baño de luz y seguir hasta la próxima, donde el sol nos espera sentado en el andén, con el pecho abierto.

Todo lo demás no importaba, la gente, los comentarios, el exiguo margen del adiós. Hasta la timidez ante su presencia yerma era vana. Porque la cigarra estaba viva en su figura, donde no hay lugar para la muerte, donde la magia puede invertir el tiempo, convertir lo luctuoso en alegría, cambiar el sentido de la realidad, trastocar el orden natural de la existencia, dar vuelta el cielo y dejarnos un ala brillante en medio de la sombra.

Si no fuera por Sara Facio, su compañera, que estaba ahí, enlazada a su presencia, como una amante sin puerto, parada en la belleza del dolor, con su cámara apagada, porque sus ojos esta vez se retrataban a sí misma, hubiera pensado que su muerte no había sucedido, sino como la consagración del momento, donde una canción se convierte en mito y la Cigarra en el símbolo de una poeta que nos dejó como legado la alegoría de la salvación. l

 


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