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EL LIBERAL . Santiago

Los sabios de Rivadavia -segunda parte-

Pedro de Angelis filósofo italiano

Pedro de Angelis, filósofo italiano.

04/10/2020 23:41 Santiago
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Los sabios de Rivadavia -segunda parte- Los sabios de Rivadavia -segunda parte-

El mundo de las ideas de la Ilustración, tal como se llamaba al movimiento intelectual que dio origen a la modernidad universal desde principios del siglo XVIII, registra en sus comienzos la redacción de la Enciclopedia francesa, instrumento que sirvió para “iluminar con la razón” el conocimiento humano, y reconoce antecedentes en el Renacimiento italiano, el Siglo de Oro español y todos los movimientos políticos liberales. En la América española, tuvo su expresión en las fuerzas que iniciaron los tiempos de la Independencia, alcanzando su cénit en la Argentina por la acción de espíritus modernizadores como Mariano Moreno, Manuel Belgrano y Bernardino Rivadavia.

Sin duda, este último llevó a cabo una tarea ciclópea para convencer a sabios en todas las ciencias y las técnicas, para que forjaran sus destinos en las nacientes Provincias Unidas del Río de la Plata, entre 1815 y 1827, tiempo de la acción política, diplomática y cultural de quien se convertiría en el primer presidente argentino. Seguiremos hoy con las biografías de algunos de esos genios de su tiempo.

El filósofo italiano Pedro de Angelis

El 29 de junio de 1784 nace Pietro de Angelis en Napolés, capital del reino gobernado por Fernando I, hijo de Carlos III de España. Su padre, Francisco, fue un notorio historiador, cuya obra más notable fue la “Historia del reino de Nápoles”. Desde niño, Pedro fue un testigo atento de su tiempo, y siendo un adolescente se enroló en el ejército francés que derrocó a los Borbones, llegando a ser capitán de artillería. Su sólida formación humanista y su prodigiosa condición de políglota, lo convirtieron en el maestro de los cuatro hijos de Joaquín Murat, mariscal de Napoleón, rey de las tierras custodiadas por el volcán Vesubio entre 1808 y 1815.

De Angelis fue nombrado en la Academia de Nápoles y profesor de la Escuela Militar, pero la derrota francesa lo deja sin trabajo y parte al exilio rumbo a Ginebra, donde ingresa en la masonería y se casa con Melanie Dayet. En 1820 es nombrado en la legación diplomática de Nápoles ante la corte de San Petersburgo, que curiosamente estaba en Suiza, y poco tiempo después es trasladado a la embajada en París, donde comienza a escribir, profundizando en la filosofía de la historia de su coterráneo Gian Battista Vicco, el creador del “corsi e recorsi”, teoría sobre la condición circular de la historia, que no repite episodios, pero imita lo ocurrido en el pasado haciendo que el presente se le parezca.

En París, De Angelis conoce a Rivadavia en 1825, quien lo convoca para la Universidad de Buenos Aires. Llega al Río de la Plata en 1827, durante la guerra contra el imperio del Brasil. Asume la dirección de la Imprenta del Estado, obtiene la ciudadanía argentina y funda dos periódicos: “Crónica Política y Literaria” y “El Conciliador”. Caído su mentor, el presidente Rivadavia, De Angelis decide quedarse en Argentina, y crea el Ateneo de Buenos Aires, a la vez que organiza una escuela que pone a cargo de su esposa, donde aplica el método lancasteriano de preceptores. Se dedica con pasión al periodismo, dirigiendo decenas de diarios, apoyando indistintamente a Rivadavia y a Juan Manuel de Rosas, con quien establece una relación respetuosa y distante. Fue protagonista de violencias polémicas con intelectuales unitarios y con dirigentes federales por igual, entre ellos Sarmiento y Dorrego, lo que muestra su libertad de pensamiento.

Pero su legado más importante es su trabajo de archivista e historiógrafo. Su “Colección de Obras y Documentos relativos a la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Río de la Plata” lo convierte en el pionero de la conservación documental argentina, ya que gracias a su tarea se recuperaron las actas del Cabildo de Buenos Aires de 1810, el Acta de la Independencia de 1816 (luego extraviada y con la sospecha de que Rosas la retuvo en su poder) y muchos documentos destinados al olvido y a la destrucción. Convenció al gobernador Rosas de la necesidad de conservar los archivos de Indias de Buenos Aires, y esos papeles fueron la base para la organización del Archivo General de la Nación. Nunca será suficiente el agradecimiento de los historiadores argentinos.

De Angelis cultivó el género de las biografías, entre ellas las de Juan Manuel de Rosas, Juan álvarez de Arenales, Amado Bonpland y Estanislao López. Sus libros de viajero son una delicia literaria: “Viaje por las costas de la Patagonia y los campos de Buenos Aires” y “La ciudad encantada de la Patagonia: la leyenda de los Césares”, actualmente editados, muestran a un investigador atento, que busca la razón de las cosas y sobre todo que aprecia con claridad lo que tiene ante sí, con una pluma prodigiosa. Vale la pena recordar que su educación fue en varios idiomas, entre ellos el castellano, porque la Corte de Nápoles a fines del siglo XVIII era un reflejo de la monarquía española, y la ciudad eran un reducto de la más culta hispanidad.

Caído Rosas en 1852, su prestigio intelectual hizo que fuera respetado a pesar de su adhesión al régimen depuesto. Elabora un proyecto constitucional que envió a Urquiza, aunque el entrerriano prefirió el de Juan Bautista Alberdi. Sugirió que la Argentina debía reclamar la restitución del territorio del Paraguay, Tarija y las islas Malvinas para alcanzar su destino histórico. Publicó en esos años “Memoria sobre la Hacienda Pública”, “Organización de la instrucción pública de la provincia de Buenos Aires” y “Recopilación de las Leyes y Decretos promulgados en Buenos Aires desde el 25 de mayo de 1810 hasta el fin de diciembre de 1835”, esta última una obra monumental que junto a la “Bibliografía General del Río de la Plata” son imprescindibles para el estudio del pasado argentino.

De Angelis murió el 10 de febrero de 1859 y durante sus funerales en el cementerio porteño de la Recoleta, llegó sorpresivamente uno de sus más enconados adversarios, Sarmiento, quien pidió la palabra y sorprendió a todos elogiándolo: “Su colección es el monumento nacional más glorioso que pueda honrar a un Estado americano, y a De Angelis, que emprendió la publicación, le debe la República lo bastante como para perdonarle sus flaquezas”. Es reconocido como el patriarca de los historiadores argentinos, por su tarea de recopilador, pero sobre todo por su honestidad intelectual frente a los hechos de los que fuera testigo y protagonista.

El arquitecto francés Próspero Catelin

El primero de los grandes arquitectos públicos de las nacientes Provincias Unidas tiene una biografía llena de espacios oscuros, ya que es poco lo que se sabe de Prosper Jean Catelin Rozan, quien llega al Río de la Plata en 1821, al tiempo del regreso de su convocante, Rivadavia, para asumir como director del Departamento de Ingenieros y Arquitectos, creado por el gobierno porteño de Martín Rodríguez. Ni siquiera entre quienes han investigado su vida se pudo establecer un acuerdo sobre el lugar de nacimiento, que fue en Francia, y la fecha del evento, ya que algunos lo ubican en 1762 y otros en 1790. Catelin, en su cargo, diseña y construye diseñar tres obras, que fueron las más importantes de su tiempo y de su carrera, y que curiosamente siguen en pie, a casi dos siglos de construidas.

En la antigua manzana jesuita de Buenos Aires ejecuta desde 1821 un proyecto de Sala de Representantes: un hemiciclo ubicado en el centro del conjunto, por entonces compuesto por la iglesia de San Ignacio, el Colegio de Ciencias Morales y las residencias de renta. Con el tiempo se convertiría en un espacio de gran valor histórico, ya que allí juraron su cargo decenas de gobernadores y tres presidentes argentinos: Rivadavia, Vicente López y Planes y Bartolomé Mitre. El recinto fue sede de la Legislatura de Buenos Aires, el Congreso Nacional y el Concejo Deliberante porteño.

En 1825, lleva adelante el más conocido encargo que el gobierno realiza a Catelin, que es la fachada de la Catedral de Buenos Aires, donde innova provocativamente planteando un templo griego corintio sostenido por 12 columnas, que representan a los apóstoles. Nunca se terminó el proyecto, al no decorarse el frontón y, sobre todo, al no construirse el campanario, dejando al templo huérfano de torre. Hay un dicho que, con humor, define a esta Catedral como una fachada griega, con puertas paraguayas (traídas de las Misiones) que permite entrar en una iglesia española, pintada a la italiana, con pisos ingleses, retablos portugueses, en la que ocasionalmente rezan argentinos.

Hacia 1828, Catelin se encarga del trazado del primer cementerio público del país: el del Norte, hoy la Recoleta, planteando un cuadrado de 100 metros de lado, con dos alturas centrales y dos diagonales como calles principales. Sin duda, su pertenencia a la masonería hace que incorpore símbolos y signos misteriosos en todas sus obras. Trabaja con él Pierre Benoit, un francés llegado al Plata en la década de 1820 y sobre quien recaerá la leyenda de ser hijo de Luis XVI, el guillotinado rey de Francia. El hijo de Benoit será quien copia el plano de la Recoleta hecho por Catelin para la ciudad de La Plata. Poco se sabe de su vida privada en estas tierras, salvo que en 1825 se casó con la porteña María Dionisia Antonia del Corazón de Jesús Garay Garaño, con quien tendrá a su único hijo llamado como él, el 11 de enero de 1826. También se disputa su fecha de muerte, ya que algunos estudiosos la ubican en 1842 y otros en 1870, siendo la primera la que consta en su tumba.

El gran aporte a la cultura argentina de los “sabios de Rivadavia” se completa con varias crónicas que completaremos el próximo domingo, si Dios quiere, desde las páginas de “EL LIBERAL”.


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