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Idas y vueltas en política exterior: un manual para deteriorar aún más la reputación de la Argentina

07/10/2020 11:21 Opinión
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Por Mariano Caucino. Especialista en Relaciones Internacionales. Ex embajador argentino en Israel y Costa Rica.

En la mañana del martes 6, el Gobierno argentino se ocupó de anticipar que votaría a favor de la resolución que condena las violaciones de los Derechos Humanos en Venezuela. Una cierta sobreactuación llevó a que voceros oficiales procuraran aclarar a través de un comunicado en el que se indicaba textualmente que el presidente Alberto Fernández “dio instrucciones a la Cancillería” sobre la posición a fijar por la representación argentina en Ginebra ante los proyectos de resolución en relación con la situación en Venezuela que se tratarían en la reunión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU con sede en Ginebra (Suiza).

La urgencia del oficialismo pareció responder a la necesidad de compensar los daños causados en la materia en la semana anterior. Resulta inocultable que la votación del martes en Ginebra implica una contradicción con la actitud expresada por el embajador ante la Organización de Estados Americanos (OEA) la semana anterior en la que el representante argentino criticó los cuestionamientos a la situación de Derechos Humanos en Venezuela. Postura que importó -en los hechos- un desconocimiento del informe de la Alta Comisionada de Derechos Humanos de Naciones Unidas Michelle Bachelet. Un reporte que consignó la existencia de asesinatos, torturas y encarcelamiento de cientos de venezolanos por razones políticas.


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Una serie de explicaciones y aclaraciones directas o indirectas del Presidente de la Nación y del canciller argentino no lograron disipar el daño generado por las declaraciones del embajador ante el organismo. Las mismas generaron reacciones adversas en diversos ámbitos y volvieron a incomodar las relaciones con los Estados Unidos. A través de su embajador en Buenos Aires, Edward Prado, la Administración Trump hizo saber que en Venezuela se violan los derechos humanos, hay “crisis humanitaria” y que “el régimen de Nicolás Maduro no ofrece condiciones para elecciones libres y transparentes”. En tanto, durante una conversación con empresarios nucleados en la American Chamber, el subsecretario para Asuntos Hemisféricos Kevin O'Reilly describió como “un poco tristes” los comentarios del embajador Raimundi, lo que en lenguaje diplomático equivale a una inequívoca expresión de desagrado.

El malestar norteamericano fue rápidamente advertido por un sector del oficialismo. En un intento por mejorar el vínculo con Washington, el canciller argentino almorzó con el embajador Prado a mediados de la última semana de septiembre. En una entrevista televisiva, días después, reconoció que los Estados Unidos siguen siendo individualmente el principal inversor en la Argentina. Y a su vez, durante una conferencia ante el Consejo Interamericano para el Comercio y la Producción (CICYP) el jueves 1 tuvo expresiones duras para con la República Popular China al describir las ambiciones geopolíticas de Beijing en los siguientes términos: “Los chinos son como esas chicas malas que se suben a todos los autos”. Palabras que, sin embargo, parecen contradecir las propias expresiones de su gobierno que ha manifestado su voluntad de adherir a la One Belt One Road Initiative, la mayor iniciativa de política exterior del régimen de Xi Jinping.


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Pero los dichos de Raimundi no pueden interpretarse como un hecho aislado de un individuo particular, como algunos voceros oficialistas intentaron explicar. Apenas después de asumir el poder, la nueva administración desconoció a las autoridades de la Asamblea Nacional venezolana y quitó el reconocimiento a la embajadora designada en la Argentina, Elisa Trotta. El hecho fue celebrado, naturalmente, por el régimen de Nicolás Maduro. Fue entonces cuando cobraron especial significación las palabras que uno de los principales jerarcas chavistas, Diosdado Cabello, había formulado el 15 de agosto de 2019. En aquella oportunidad, tan solo cuatro días después de las elecciones primarias, advirtió al entonces candidato Alberto Fernández: “Me alegro mucho por el esfuerzo del pueblo argentino y por el valor. Ojalá, dios querido no me equivoque, que a quien están eligiendo no vaya a creer que lo están eligiendo porque es él”.

Tiempo más tarde, en una conferencia por Zoom con el ex presidente del Brasil Luiz Inácio Lula da Silva, fue el propio presidente Fernández quien dijo extrañar a varios líderes sudamericanos enrolados en el llamado Socialismo del Siglo XXI tales como Evo Morales, Rafael Correa y el mismo Hugo Chávez Frías, el fundador de la dictadura castro-chavista que aún padece el pueblo venezolano.

Tal vez conscientes de que el enfrentamiento con los Estados Unidos podía resultar en problemas adicionales, el Gobierno buscó “compensar” los desvaríos expresados por su embajador en la OEA. Un agudo observador indicó que la votación en Ginebra debía leerse como un intento por congraciarse con Washington en momentos en que la Argentina negocia con el Fondo Monetario Internacional y que la Casa Rosada “se portará bien durante dos semanas”.

Este comportamiento errático de la administración ya quedó evidenciado cuando el Gobierno contrató a un lobbysta en los Estados Unidos para mejorar su imagen en ese país. Pero luego el mismo Gobierno votó en contra de cada iniciativa de Washington. Una realidad que quedó manifiesta en dos elecciones clave que se sustanciaron este año a la hora de elegir autoridades de la OEA y del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Esa situación puso a la Administración Fernández-Kirchner en la vereda opuesta a la de la Casa Blanca.


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Mientras tanto, el representante ante la OEA continúa en su puesto, pese a las desautorizaciones -a medias- que sus superiores manifestaron. En tanto, en los pasillos gubernamentales algunas voces indican que el funcionario llegó a su cargo por especial pedido “de la familia Kirchner”. La permanencia en el cargo del embajador Raimundi parece descubrir un problema fundamental del Gobierno. La Vicepresidente parece tener más poder que el Presidente y un embajador más influencia que el canciller.

Procurando querer quedar bien con tirios y troyanos, el gobierno pretende desafiar aquella máxima atribuida a Abraham Lincoln que prescribe: “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”.

Siendo prudente, uno pensaría que resulta ingenuo creer que se puede ganar respetabilidad y confianza cambiando de postura semana a semana en cuestiones esenciales como las gravísimas violaciones a los derechos humanos de la dictadura de Nicolás Maduro. Con Venezuela el Gobierno ha demostrado falta de convicciones, ausencia de coherencia y permanentes idas y vueltas. Acaso un manual para deteriorar aún más la reputación del país.

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