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Las enseñanzas de Jesús: Jesús y la Ley

21/10/2020 01:44 Opinión
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Las enseñanzas de Jesús: Jesús y la Ley Las enseñanzas de Jesús: Jesús y la Ley

La Ley (Torá) ocupaba un lugar central en la vida y la espiritualidad del pueblo judío. Según la tradición, el mismo Dios se la había regalado al pueblo a través de Moisés para que puedan vivir con autenticidad la Alianza de amor que él mismo había sellado con Israel. Los judíos se sentían orgullosos de la Ley que junto al Templo eran los pilares que conformaban su identidad de pueblo elegido, en ella se encontraba todo lo necesario para cumplir la voluntad de Dios.

Jesús fue un judío fiel y por lo tanto, respetuoso y cumplidor de la ley. Pero ésta no ocupaba un lugar central en su vida, Jesús jamás enseña la Torá de una forma sistemática ni pide a sus discípulos que la aprendan. La pasión de Jesús y lo que ocupa el centro de su corazón es el anuncio de la llegada del Reino de Dios. Por eso, Jesús, a veces interpreta la ley de una forma diferente a la tradición en situaciones acuciantes de la vida de las personas: enfermos, pecadores, etc., y la hace a partir de este anuncio y de su experiencia de Dios.

Al rico que le pregunta qué tiene que hacer para alcanzar la vida eterna, le responde: “cumple los mandamientos”, especialmente los que hablan de las obligaciones sociales: “Maestro, qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna? Guarda los mandamientos. ¿Cuáles? él responde: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 19, 16-19).

El Jesús de Mateo nos dice: “no he venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a llevarlas a su cumplimiento” (Mt 5, 17). Pero este cumplimiento exige no quedarse en la formalidad de los enunciados ni en disquisiciones casuísticas sobre qué hacer, sino en ir más allá de lo estipulado en la Ley: no basta con no matar, sino hay que evitar toda acción violenta aunque parezca pequeña, como insultar: “todo aquel que se encolerice con su hermano será reo ante el tribunal…” (Mt. 5, 22). Jesús radicaliza aspectos de la Ley y denuncia tradiciones humanas que ocultan y desvirtúan la intención de la Ley. Critica a quiénes declaran “korbán”, es decir ofrenda, cierto dinero para no ayudar a sus padres en necesidad, siendo que éste es uno de los mandamientos más importantes de la Ley. (Mc. 7, 11-13).

Jesús critica ciertos principios cultuales, que la aristocracia sacerdotal había trasladado a la vida cotidiana para controlar ideológicamente a la población y lucrar con ellas, por ejemplo el monopolio de los utensilios de uso cotidiano que sus normas consideraban los únicos puros (vasijas de piedra, baños rituales, etc.). Este es el contexto de la crítica de Jesús a estas normas que considera “preceptos humanos”: “Ay de ustedes escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del anís y del comino y descuidan lo más importante de la Ley, la justicia, la misericordia y la fe. Esto es lo que hay que practicar sin descuidar lo otro”. (Mt. 23, 23).

El precepto del sábado en el contexto de la llegada del Reino de Dios

Como dijimos, Jesús fue un judío fiel, su intención jamás fue abolir la Ley que Dios le había dado al pueblo de Israel a través de Moisés. Pero la Ley debe ser interpretada y vivida a la luz de la expectativa que el Reino de Dios trae al mundo y desde una experiencia de Dios que es Padre misericordioso y compasivo. Desde este paradigma se debe interpretar el precepto sabático.

El sábado no era sólo un precepto sino una fiesta y como tal era vivida. Se lo consideraba una bendición de Dios, signo de identidad judío, y fue instituido para el descanso de las criaturas. Todos debían descansar, incluso los esclavos eran liberados de sus tareas. De esta manera se imitaba a Dios que después del trabajo creador, se había tomado un día de respiro: “pues en seis días hizo Yahveh el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó; por eso bendijo Yahveh el día del sábado y lo hizo sagrado”. (éxodo 20, 8-11).

Jesús nunca pensó en abolir el sábado sino darle el verdadero sentido. Todo fue creado por Dios para el bien y la felicidad de sus hijos. La observancia de este precepto jamás debe impedir hacer el bien y sanar la vida.

Por eso, Jesús, cura en día sábado cualquier enfermedad, a pesar de que sólo estaban autorizadas las que ponían en riesgo la vida de las personas: “Estaba en sábado enseñando en la Sinagoga, y había una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacia dieciocho años; estaba encorvada y no podía enderezarse. Al verla Jesús, la llamó y le dijo, mujer quedas libre de tu enfermedad.” (Lc. 13, 10-17). El amor de Dios que se expresa en el hacer el bien a sus hijos no puede ser interrumpido por ningún precepto ni tradición: “el sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc. 2, 27). Por eso, para justificar su actuación, Jesús dice: “qué está permitido en sábado: hacer el bien o hacer el mal, salvar una vida o destruirla” (Mc. 3,4).

La revolución del amor

Ante la gratuita llegada del Reino de Dios que irrumpe con el mensaje y práctica de Jesús la única respuesta válida es el amor. Se trata de imitar el comportamiento de Dios: “sean misericordiosos como misericordioso es Dios”. Toda la vida de Jesús está penetrada por la misericordia: sus curaciones, su cercanía a los últimos de la sociedad cuando comparte la mesa, el perdón ofrecido sin pedir nada a cambio, sus palabras que despertaban esperanza en los sectores sociales olvidados.

Jesús no habla del amor desde la teoría, ni tampoco enseña nuevas doctrinas basadas en el amor, sino lo expresa en gestos, en actitudes, en un comportamiento compasivo con los que sufren. Por eso, cuando un legista le pregunta qué debe hacer para heredar vida eterna, Jesús lo invita a revisar las escrituras y descubrir allí la respuesta. El legista dirá: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Jesús le dijo, bien has respondido. Haz eso y vivirás” (Lc. 10, 25-28). Pero como en el mundo judío, prójimo tenía un significado de corto alcance ya que se consideraba como tal a la gente del mismo pueblo o círculo de vida, el maestro de la Ley le preguntará quién es mi prójimo. Jesús le responderá con la parábola del buen samaritano, (Lc. 10, 29-37). Prójimo es aquel que nos necesita, el que está “tirado” al costado del camino, y cuyo sufrimiento nos hace su prójimo. Jesús asocia el amor a Dios con el amor al prójimo, no los equipara, el amor a Dios es siempre mayor, pero al amar a Dios, amamos lo que él ama, nos compadecemos de lo que él se compadece. Por eso, el amor compasivo con los que sufren nace de la forma en que vivimos la experiencia de Dios, e imitamos su forma de actuar. Cuando sentimos compasión por el que sufre y lo amamos aliviando su dolor, curando sus heridas, manifestando nuestro amor a Dios.

El amor, incluso, ha de extenderse a los enemigos: “amen a sus enemigos, recen por los que los persiguen, perdonen setenta veces siete, a quien te hiere en una mejilla, ofrécele también la otra”. Esto es lo revolucionario del amor, la llegada del Reino de Dios promueve valores y comportamientos contraculturales, las exigencias de Jesús son radicalmente nuevas, superadoras de las exigencias de la moral de código. El amor supera toda expectativa y límite religioso y cultural.

Las bienaventuranzas del Reino

Dijimos que Jesús anuncia el Reino de Dios y eso ocupa toda su vida. No es un legislador ni le interesa establecer un nuevo código de conducta. Propone en nuevo horizonte de vida, la llegada del Reino exige un cambio de raíz en los modos de vivir, de relacionarnos con Dios y con los hermanos. La aceptación del Reino de Dios abre nuevas posibilidades que van más allá de la ley, de lo estipulado y normativizado. En la lógica del Reino son bienaventurados: “los pobres en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece. Los que lloran, porque serán consolados. Los humildes, porque recibirán la tierra como herencia. Los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Los compasivos, porque serán tratados con compasión. Los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios. Los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Los perseguidos por causa de la justicia porque el reino de los cielos les pertenece.” (Mt. 5, 1-12). Sin dudas, que las bienaventuranzas del Reino proponen valores contraculturales a la sociedad del tiempo de Jesús y también a la actual. El proyecto de Jesús es humanizante, dignifica a las personas como hijos de Dios, los iguala, e incluye a los excluidos. Por eso, pone en crisis a cualquier sociedad que idolatre el poder y el tener por encima del servicio y el compartir. Propone un mundo nuevo al calor de la Paternidad de Dios que ama a todos sus hijos y quiere su felicidad, un mundo de hermanos, sin estigmatizados, abierto a la realidad del amor que sana y promueve la dignidad de todos. Ese mundo es posible, las bienaventuranzas son el paradigma para una nueva humanidad.


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