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EL LIBERAL . Santiago

Pablo Berra, fue a un Kibutz, conoció a una joven sudafricana, se enamoró y se casó. Ahora vive en el continente africano

29/11/2020 07:10 Santiago
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Pablo Berra, fue a un Kibutz, conoció a una joven sudafricana, se enamoró y se casó. Ahora vive en el continente africano Pablo Berra, fue a un Kibutz, conoció a una joven sudafricana, se enamoró y se casó. Ahora vive en el continente africano

“Hace años que no voy a Santiago y no sé cuándo voy a poder volver a ir. Está complicado”. El portador de esta expresión es Pablo Andrés Berra quien, si bien nació en Lomas de Zamora se siente un santiagueño más por cuanto su padres se radicaron en la “Madre de Ciudades” cuando él era un niño.

Desde hace trece años, vive en Gerhardsville, comunidad agrícola de Sudáfrica. Allí, tras la muerte de su esposa Savita, dirige una escuela de pedagogía Montessori, modelo educativo que pone énfasis en la actividad dirigida por el niño y observación clínica por parte del maestro. Esta observación tiene la intención de adaptar el entorno de aprendizaje del niño a su nivel de desarrollo.

Pablo saltó a los primeros planos mundiales este años tras haberse convertido en el primer argentino en recibir la vacuna contra el coronavirus de la Universidad de Oxford y la farmacéutica AztraZeneca, primicia que la brindó EL LIBERAL en enero pasado. Ahora, Berra recibió la segunda dosis y lo controlarán un año.

Pablo, en una nueva entrevista con EL LIBERAL, vía Zoom, habló acerca de los motivos que lo llevaron a establecerse en Sudáfrica, además de cómo es su vida en Gerhardsville, el coronavirus y el proceso que seguirá tras haber recibido la segunda dosis de la vacuna.

 

¿Cuándo te fuiste de Santiago y por qué motivos?

En 1989 salió un aviso en EL LIBERAL donde decía que gente de Israel venía para hablar sobre los kibutz. Entonces, fui a ver de qué se trataba. Me interesó la propuesta y en diciembre de 1989 nos tomamos, con Elena Bumaguin (representante de la colectividad judía en Santiago del Estero) y gente de Tucumán y Salta, un avión a Israel. Allí fue donde conozco a Savita, quien después fue mi esposa. Savita estaba en el mismo kibutz. Nos enamoramos. Al año empieza la guerra en el Golfo. Se complica todo. Elena Bumaguin decide quedarse. Yo, en diciembre de 1990, vuelvo a la Argentina. En ese momento, Savita, que era mi novia, se va a Sudáfrica. Establecíamos contacto epistolar por muchos años. En un momento, perdemos el contacto porque ella se mudó hacia otro lugar. La busco casi por veinte años hasta que la encuentro ya en tiempos en que estaban en auge las redes sociales. La contacté por Facebook. Le mando un “hola” y ella me dice “venite ya”. Al poco tiempo ya estaba viviendo en Sudáfrica. Llegué y nos casamos. Ella falleció el 22 de agosto pasado por un cáncer de páncreas.

 

¿Qué actividad desarrollas en Gerhardsville, Sudáfrica?

Ella era la dueña de un colegio con la pedagogía Montessori. La acompañaba y la ayudaba. Antes de venirme para aquí, en Buenos Aires, trabajaba en una agencia internacional de noticias que tenía una corresponsalía en la Argentina. Cuando vengo a Sudáfrica engancho en Reuter. Allí sigo haciendo lo mismo por un tiempito. Después, pasa que a mi jefa la llaman de la cadena Al-Jazeera y yo me quedé sin trabajo. En ese momento, decido quedarme con el colegio y con todas las actividades en casa ya que vivimos en una granja. Dejé las cámaras y las noticias para dedicarme de lleno a ayudar a mi esposa con el colegio.

 

¿Cómo funcionan los colegios en este contexto de pandemia?

A diferencia de otros países, aquí no hubo cuarentena. Los colegios reabrieron en agosto. Yo volví en agosto con el colegio. Ahora, el 15 de diciembre cerramos la escuela hasta el 15 de enero, donde se vuelve a abrir para el nuevo ciclo lectivo. Acá tenemos los mismos días de educación que en la Argentina, pero nosotros tenemos cuatrimestres donde no hay vacaciones largas como en la Argentina. Tenemos solo un mes de vacaciones que van desde el 15 de diciembre hasta el 15 de enero. El colegio tiene preescolar más primario.

 

¿Cómo es la vida en la granja sudafricana de Gerhardsville?

Es un área rural de Sudáfrica. Son granjitas chiquititas donde vivimos más o menos cien vecinos. Cada uno tiene el mismo terreno de tres hectáreas. Hay mucha solidaridad. Me gusta mucho la vida aquí porque los sudafricanos son muy solidarios, gentiles, de ayudarse el uno al otro. Es lo que me sorprendió desde que he venido a vivir aquí. Cuando alguien tiene un problema, en el acto, acudimos inmediatamente para ver qué le pasa. Siempre estamos atentos todos. Además, tal como hablaba Nelson Mandela de juntar las razas y de que estemos todos unidos, aquí hay una gran armonía, no hay divisiones como sucedía antes. Con Savita era imposible que pudiéramos casarnos en el 89 por el tema del apartheid. Aparece la democracia en Sudáfrica…, pero hay problemas en muchas áreas.

 

¿Siguen siendo muy fuertes esas divisiones?

Los otros días, en la escuela, hablábamos que hay algunos lugares en donde solo admiten gente blanca. Todavía existe eso. Los negros que quieren ingresar no son admitidos. No pueden comprar, no pueden tener una casa, no pueden hacer nada en esa área. Todavía hay divisiones. El racismo sigue existiendo muy fuerte. El blanco sigue teniendo el poder económico. Todavía no es el país perfecto que mucha gente habla. Con mi esposa nos pasó de ir a un restaurante que haya gente blanca que nos mirara de mala manera o me mirara a mí por ser blanco y no negro como ella. Tuvimos mucha discriminación por ser de diferentes colores. De todos modos, hay zonas, como Ciudad del Cabo, donde se dio ese mestizaje, esa mezcla de colores, pero no tanto en Johannesburgo donde todavía hay mucha segregación. Todavía, desgraciadamente, existen esas divisiones. Con el tiempo, la gente irá aprendiendo que todos somos iguales y que no deberían existir más estas separaciones.

 

¿Cómo es la convivencia en tu colegio?

En nuestro colegio nunca hemos tenido problemas. Tenemos grupos grandes de chiquitos musulmanes. Estamos dentro de una sinagoga. Tenemos mayoría de chiquitos negros. Hay de todos y, por suerte, nunca ha habido problemas o que alguien dijera algo por tener un colegio así tan mixto.

 

¿Cuentas con la ciudadanía sudafricana o tienes visa de trabajo?

Cuando he venido yo hace trece años, ahí nomás me dieron un permiso permanente por estar casado con una sudafricana. Es muy difícil conseguir ciudadanía acá porque son muy exigentes los sudafricanos. De hecho, yo que estoy casado legalmente no tengo la ciudadanía sino ese permiso de permanencia permanente que es tan legal como la ciudadanía. Recién en enero del año que viene lo puedo solicitar a la ciudadanía. l

Leyendas santiagueñas en la mirada del director de cine

¿Qué trabajos has realizado cuando vivías en Santiago?

Desde los 3 años me críe en Santiago. Hice mis estudios primarios en el San Francisco de Asís y la secundaria en la Escuela Normal. Cuando terminé el secundario estudié Cine en Buenos Aires. Después, vuelvo a Santiago donde hice mucho teatro durante varios años con el grupo que teníamos con Lucy Soria, Griselda Cremaschi y Ricardo Contreras. También he trabajado en el canal de televisión de la Universidad Nacional de Santiago del Estero (Unse). Hice un documental y un largometraje, que le fue bastante bien, sobre la temática de la tierra en Santiago del Estero. Además, filmé varios cortometrajes sobre leyendas santiagueñas. Trabajé con el gobierno un poquito e hice unos CD con Miguel Serrano y Adelita (Adela Vignau de Saavedra) donde ellos enseñaban a bailar chacarera, gatos, zambas. He realizado muchas actividades culturales.

¿Qué extrañas de Santiago?

Mi familia. Mis padres viven en Santiago. Extraño a los amigos, la música y las empanadas santiagueñas. Los domingos me agarra esa ansiedad de comer esas empanadas y que uno tiene que abrir las piernas porque se chorrean por el “juguito”.

 

¿Cómo está conformada tu familia, en Santiago, y la que conformaste en Sudáfrica?

Mi papá José Berra (87), que tenía un taller de heladeras; mi mamá Zully. Viven en el barrio Belgrano. Están muy bien de salud. Siempre charlamos. Por suerte, siguen muy bien. Y tengo una hermana, Miryam, además de mis sobrinos. En Sudáfrica, con mi esposa Savita, que falleció en agosto pasado, y su hija de 25 años. l


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