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EL LIBERAL . Opinión

Epifanía

Por Francisco Viola

Médico y doctor en Piscología

Para EL LIBERAL

La epifanía es un término que enamora (en realidad, me enamora). Creo que cuando uno lo descubre como sinónimo de manifestación uno siente que debe disfrutarlo y, sin estar aguardando, esperarlas que aparezca. Efectivamente es un término que conlleva magia. No sólo por los reyes magos; así se llama la festividad del 6 de enero en el mundo católico. Aunque lo sabemos, excede ese contexto actualmente. Lo que es maravilloso porque hay fiestas que merecen ser disfrutadas por lo que conlleva: un estímulo para ser felices, para ser solidarios, para poder compartir. Algo que el 2020 nos enseñó a fuerza de dolor y de circunstancias no tan buenas.

Pero volvamos a lo nuestro: lo cierto es que tener una epifanía se aplica cuando algo surge de una forma tan evidente ante nuestros ojos que se hace realmente imposible ignorarlo, independiente que los demás –por lo general es así- no lo vean como uno, ni nada parecido.

Tener una epifanía es como darse cuenta de algo que estaba allí desde hace tiempo sin que los percibamos y, muchas veces, sin que creamos que es posible. La ciencia, por su parte, nos muestra sus epifanías, por ejemplo, con el “Eureka” con la “manzana de Newton” y con el increíble caso de “Serendipity”.

Hay epifanías que parecen increíbles por descubrir que lo mejor de la vida está a nuestro lado y no nos dimos cuenta (típica película romántica) o, también darnos cuenta de repente que algo es un lastre y estamos habituados a ello de forma negativa, lo tóxico.

Me quiero referir a una de estas últimas “epifanías”: el darse cuenta de algo que nos está afectando desde hace tiempo sin que ni uno, ni nadie lo perciba tan fácilmente. Es, lo que se da, en la violencia sutil, por ejemplo. La del menosprecio, la verbal, la emocional. No siempre es evidente, pero produce el efecto deletéreo en la persona. Afecta, mucho y de forma constante. Al final termina condicionando las acciones, definiendo los comportamientos y minando los ánimos. Esa violencia que los demás no ven, que hasta la ven como otra cosa y, por lo tanto, la consideran menor o, hasta justa, como adecuada para la situación. Sí, esa violencia que afecta la autoestima del otro con un barniz de franqueza.

Esa violencia que parece salir del famoso “te lo digo porque te quiero”. Esa violencia que se apoya sobre alguna cuestión casi unánime, pero que taladra el cerebro, horada la piedra, destruye desde adentro y hace que el daño sea más grave.

Por eso es importante el darse cuenta de algo que está allí desde hace tiempo y que nos cambia la vida el hacerlo. Eso es importante. No es darse cuenta de algo intrascendente sino de algo que modifica la ecuación vital de forma contundente. Eso es una epifanía.

Borges lo dice de manera contundente y hermosa al referir que “un prosista chino ha observado que el unicornio, en razón misma de lo anómalo que es, ha de pasar inadvertido. Los ojos ven lo que están habituados a ver”. Por ello, debemos comenzar a ver las cosas de otro modo y así, favorecer que los demás también comiencen a ver de otro modo, aunque sea diferente al nuestro, su propio mundo.

Si logramos hacer eso, podemos, juntos, cambiar las cosas. Para ello, nos debemos esforzar en hacer evidente lo que es realmente evidente y que no estamos viendo. Aumentar nuestra dedicación para hacer que las personas tengan esas herramientas necesarias, fundamentales que tiene que ver con permitir ver lo que está bajo nuestras narices y actuar en consecuencia: potenciando lo bueno y eliminando lo negativo. Hacerlo y enseñar a hacerlo, tal vez, radica el futuro mejor que nos deseamos y merecemos. No podemos evitarlo, nuevamente la educación como piedra angular. Una educación que apueste al pensamiento crítico, a la empatía, al desarrollo de habilidades sociales, a la gestión de conflictos o, resumiendo, a aprender a comprender, sentir, vivir y desarrollar la alteridad. l


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