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EL LIBERAL . El Evangelio

“¿Con qué podemos comparar el reino de Dios?”

28/01/2021 21:19 El Evangelio
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“¿Con qué podemos comparar el reino de Dios?” “¿Con qué podemos comparar el reino de Dios?”

En aquel tiempo, Jesús decía al gentío: “El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega”.

Dijo también: “¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra”.

Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra

La sencillez de lo pequeño y con ella, la grandeza y poder de lo insignificante. Jesús elige dos elementos minúsculos, pero poderosos: semilla (no dice cuál) y grano de mostaza. Ambas por sí mismas no darían fruto, quedarían inermes en el recipiente que las cobijase. Se necesita la tierra, cuanto más esponjosa y aireada, mejor. Una vez sembradas, en el silencio de la noche, crecen. Cada una con su tamaño, la semilla no da un fruto grande, pero sí abundante de granos; la mostaza, planta grande, crece en árbol frondoso, siendo su semilla minúscula.

Jesús elige elementos del campo para que le comprendiesen. Sabe adaptarse. Y la mayoría -quizá no todos- le entendían, pero eso no le preocupaba en exceso. En el versículo 33 dice el texto: “De esta forma les enseñaba Jesús el mensaje, por medio de muchas parábolas como ésta y hasta donde podían comprender”. Emplea Jesús muchas veces el símbolo de la semilla, de la tierra buena o mala en la que ha de crecer. Da suma importancia al “silencio” de ese crecimiento, sin meter ruido, pero sin cejar un instante en ir madurando, abriéndose paso en la tierra, para terminar floreciendo.

Nosotros sí podemos comprender. La tierra somos cada uno de nosotros. De su calidad, cuidados, regadíos y desvelos dependerá que calladamente, en la noche, a la espera del sol de justicia, a la espera de la Palabra vivificadora, brote en cada uno las semillas plantadas bien por el bautismo recibido (agua necesaria), bien por la catequesis/resonancia (cuidados precisos de aprendizaje), bien por la poda y limpieza que debemos hacer para que las virtudes y los valores se desarrollen (educación imprescindible), bien por la actitud ante la vida una vez que han brotado esas semillas (posicionamiento ante la vida), bien por los encuentros y relaciones con otros (clima necesario para un buen crecimiento), bien por tantas pequeñas acciones, acontecimientos vivencias, expresiones de fe y esperanza que fortalezcan la maduración hacia arriba... Un día vendrá el tiempo de la siega, de ser útiles de otra forma y en otro lugar del Reino, pero mientras tanto nos toca vivir aquí con lo que somos... hasta la madurez/unificación total del encuentro definitivo con Dios.

La Palabra de Dios, cualquier palabra bien dicha con bondad y verdad, será nuestro caldo de cultivo interior y exterior. No olvidemos que la semilla ínfima, imperceptibe, contine una frondosidad extraordinaria, un mundo inusitado de posibilidades, de oportunidades encubiertas.


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