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EL LIBERAL . El Evangelio

Sus discípulos anunciaron la Buena Noticia

14/09/2021 22:15 El Evangelio
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Sus discípulos anunciaron la Buena Noticia Sus discípulos anunciaron la Buena Noticia

En aquel tiempo, habiendo convocado Jesús a los Doce, les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades.

Luego los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos, diciéndoles:

«No llevéis nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco tengáis dos túnicas cada uno.

Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio.

Y si algunos no os reciben, al salir de aquel pueblo sacudíos el polvo de vuestros pies, como testimonio contra ellos».

Se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y curando en todas partes.

Enseñanzas de la misión que Jesús encomienda a sus apóstoles

Jesús envía a sus discípulos a predicar y curar. La proclamación del reino va íntimamente unida al remedio de las necesidades básicas de la gente. Un cierto nivel de bienestar parece indispensable para poder acoger la buena noticia que Jesús viene a difundir.

A su vez, hablar del reino de los cielos proporciona un horizonte trascendente a quien se preocupa de las cosas de la tierra. El reino proclama la derrota del mal y la llegada de la salvación que trata de eliminar todas las esclavitudes.

Los Doce llevarán a cabo su misión en la mayor pobreza, poniendo en Dios su confianza absoluta.

Tiene que quedar claro que la riqueza que aporta el Evangelio es únicamente don de Dios y, al mismo tiempo, que sus mensajeros sólo se apoyan en él para hacer que llegue a todos esa buena noticia.

El gesto de sacudir el polvo de los pies al salir de algún pueblo es expresión de la ruptura con esa población que se ha negado a recibir el Evangelio.

Es cierto que Dios no da la espalda a nadie, por muy refractario que alguien se haya mostrado a aceptar sus consignas. Pero también es indudable que sus designios han de ser aceptados libremente para que alcancen su eficacia concreta en la vida de las personas.

Si esa libertad los rehúsa, el beneficio ofrecido no llega; si bien Dios sigue insistiendo de diversas maneras para que se acoja.

Varias preguntas surgen de este imperativo misionero. Nuestra predicación –nuestra preocupación evangelizadora- ¿va acompañada de un interés efectivo por atender las necesidades de nuestro prójimo? ¿Hablamos de Dios confiando en la fuerza de su palabra, o descuidamos esa palabra pretendiendo utilizar sólo la nuestra? ¿Nos desentendemos de aquellos que parecen ignorar o repudiar lo que decimos, o insistimos –respetuosamente- en proponer el mensaje que nos ha sido confiado?


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