“Creed las obras que hago” “Creed las obras que hago”
En aquel tiempo, los judíos
agarraron piedras para
apedrear a Jesús.
él les replicó: «Os he hecho
ver muchas obras buenas
por encargo de mi Padre:
¿por cuál de ellas me
apedreáis?”.
Los judíos le contestaron:
«No te apedreamos por
una obra buena, sino por una
blasfemia: porque tú, siendo
un hombre, te haces Dios”.
Jesús les replicó:
«¿No está escrito en
vuestra ley: “Yo os digo: sois
dioses”? Si la Escritura llama
dioses a aquellos a quienes
vino la palabra de Dios, y no
puede fallar la Escritura, a
quien el Padre consagró y
envió al mundo, ¿decís vosotros:
“íBlasfemas!” Porque
he dicho: “Soy Hijo de Dios”?
Si no hago las obras de mi
Padre, no me creáis, pero si
las hago, aunque no me creáis
a mí, creed a las obras,
para que comprendáis y sepáis
que el Padre está en mí,
y yo en el Padre”.
Intentaron de nuevo detenerlo,
pero se les escabulló
de las manos. Se marchó de
nuevo al otro lado del Jordán,
al lugar donde antes
había bautizado Juan, y se
quedó allí.
Muchos acudieron a él y
decían: «Juan no hizo ningún
signo; pero todo lo que Juan
dijo de este era verdad”.
Y muchos creyeron en él
allí.
Dios envía a su Hijo para atraernos de nuevo
a su amor gratuito y hacernos hijos suyos
En este viernes V de
cuaresma, ya nos acercamos
al misterio pascual. Esto
se nota en la dureza del
evangelio. El relato se ubica
en el contexto de la fiesta de
la Dedicación, en la que se
celebra la santidad del templo.
La persecución que sufre
aquí Jesús a manos de los
fariseos es más violenta, llegan
al intento de lapidación.
A partir de ahí, comenzarán a
conspirar para crucificarlo.
Por otro lado, hay otros que
sí creen en Jesús y en su
Palabra.
La realidad con la
que nos encontramos es que
hay dos formas de relacionarnos
con Dios. Su manifestación
a los hombres es la
misma.
Dios envía a su Hijo para
atraernos de nuevo a su
amor gratuito, darnos la salvación
y hacernos hijos suyos.
En esa manifestación de
amor de Dios al mundo encontramos
dos actitudes por
parte del hombre.
La de
aquellos que, como los fariseos,
están tan llenos de sí
mismos y de soberbia que no
dejan espacio para que la
Gracia penetre en ellos. No
les importa ni la doctrina, ni
la verdad, ni Dios.
Ellos son el centro de su
obrar y, en todo caso, la luz
de la verdad les estorba
porque rompe la imagen que
pretenden proyectar y el dominio
que eso les da ante sus
semejantes. A ellos les molesta
el Señor, por tanto, tienen
el corazón cerrado. Por
otro lado, están los humildes
que, ante un mismo mensaje,
unos mismos signos y la
misma presencia de Jesús
les cambia la vida, porque su
corazón está abierto.
Ahí en
esa docilidad la Gracia hace
maravillas en ellos.
Esto no es algo que ocurrió
hace dos mil años. Nosotros
también tenemos
unos mismos medios para
relacionarnos con Dios.
Tenemos su Palabra, los
sacramentos, la Eucaristía y
hermanos que nos ayudan a
caminar. Hermanos que hacen las obras del Padre, y
son otro Cristo en su modo
de vida porque acogen la
Gracia que se les da. Otros
son perseguidores y, aún
más triste, hoy hay indiferencia
y hasta mediocridad
en la acogida del Señor. Se
trata de una decisión personal
que nadie puede hacer
por ti, que no se toma sólo
una vez, sino que se renueva
cada día.