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EL LIBERAL . El Evangelio

“Os conviene que uno muera...

08/04/2022 22:01 El Evangelio
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“Os conviene que uno muera... “Os conviene que uno muera...

En aquel tiempo muchos

judíos que habían venido a

casa de María, al ver lo que

había hecho Jesús, creyeron

en él. Pero algunos acudieron

a los fariseos y les contaron

lo que había hecho Jesús.

Los sumos sacerdotes y

los fariseos convocaron el

Sanedrín y dijeron: “¿Qué hacemos?

Este hombre hace

muchos signos. Si lo dejamos

seguir, todos creerán en él, y

vendrán los romanos y nos

destruirán el lugar santo y la

nación”.

Uno de ellos, Caifás, que

era sumo sacerdote aquel

año, les dijo: “Vosotros no

entendéis ni palabra; no comprendéis

que os conviene que

uno muera por el pueblo, y

que no perezca la nación entera”.

Esto no lo dijo por propio

impulso, sino que, por ser sumo

sacerdote aquel año, habló

proféticamente, anunciando

que Jesús iba a morir

por la nación; y no solo por la

nación, sino también para reunir

a los hijos de Dios dispersos.

Y aquel día decidieron

darle muerte. Por eso Jesús

ya no andaba públicamente

entre los judíos, sino que se

retiró a la región vecina al desierto,

a una ciudad llamada

Efraín, y pasaba allí el tiempo

con los discípulos.

Se acercaba la Pascua de

los judíos y muchos de aquella

región subían a Jerusalén,

antes de la Pascua, para purificarse.

Buscaban a Jesús

y, estando en el templo, se

preguntaban: “¿Qué os parece?

¿Vendrá a la fiesta?”.

Los sumos sacerdotes y

fariseos habían mandado que

el que se enterase de dónde

estaba les avisara para

prenderlo.

Que la proximidad del misterio

Pascual lo vivas unido a Cristo

Pocos días hay una unidad

temática tan estrecha

entre la primera lectura, el

salmo responsorial y el evangelio.

Podríamos formularla

así: en la muerte de Jesús

se realiza el oráculo profético

sobre la reunificación del

pueblo. Veámoslo con detalle.

Ezequiel, el profeta del

destierro, le anuncia al pueblo

una promesa de Dios: Voy

a recoger a los israelitas de

las naciones a las que marcharon

... “los haré un solo

pueblo en su tierra”.

El salmo responsorial toma

un texto del capítulo 31 de

Jeremías en el que se anuncia:

El que dispersó a Israel

lo reunirá, lo guardará como

pastor a su rebaño.

Finalmente, en el evangelio,

Caifás habló proféticamente

anunciando que Jesús

iba a morir por la nación; y no

sólo por la nación sino también

para reunir a los hijos de

Dios dispersos.

Podríamos decir que la liturgia

de este último sábado

del tiempo de Cuaresma nos

ofrece una clave para interpretar

la muerte de Jesús en

perspectiva de globalización.

Su muerte va a restañar las

heridas, va a llevar a cabo

el sueño que él mismo había

presentado al Padre: Que todos

sean uno.

La humanidad está viviendo

en las últimas semanas

una fuerte tensión.

El conflicto

de Irak ha sido el detonante

de la división que caracteriza

a nuestro mundo: Norte-

Sur, mundo musulmán-civilización

“occidental”, aliados

de Washington-países no alineados,

etc. El germen de la

división fructifica en muchos

campos.

Por desgracia, nuestra

Iglesia no siempre se entrega

plenamente al servicio de

la unidad de la familia humana.

A pesar de que esta misión

pertenece a su esencia

católica, a lo largo de la historia,

y también en el presente,

la Iglesia se siente más segura

en actitudes provincianas.

Sigue activa esa atávica tríada

“tierra-patria-religión” que

tantos disgustos nos da. ¿No

estamos llamados a una visión

de onda larga? ¿No pertenece

a la vocación cristiana

luchar, como Jesús, para

reunir a los hijos de Dios dispersos?

Aquí no se habla de

ningún proyecto megalómano

que elimine las diferencias,

sino de algo más sencillo:

contribuir a que la comunión

de la familia humana, el

sueño de Dios, se haga realidad,

hacer que muerte de Jesús

no sea inútil.

Es probable que algunos

de los que os asomáis regularmente

a la ventana de Ciudad

Redonda paséis esta Semana

Santa fuera de vuestros

hogares, algunos, incluso,

en misión pastoral. Que el

Señor os acompañe y os haga

portadores de su paz, que

podáis ver en todo hombre o

mujer a un hermano que él os

regala. 

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