“Mi yugo es llevadero” “Mi yugo es llevadero”
En aquel tiempo, tomó
la palabra Jesús y
dijo:
“Te doy gracias, Padre,
Señor del cielo y
de la tierra, porque has
escondido estas cosas
a los sabios y entendidos,
y se las has revelado
a los pequeños.
Sí,
Padre, así te ha parecido
bien.
Todo me ha sido entregado
por mi Padre,
y nadie conoce al Hijo
más que el Padre, y nadie
conoce al Padre sino
el Hijo y aquel a quien
el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los
que estáis cansados y
agobiados, y yo os aliviaré.
Tomad mi yugo
sobre vosotros y aprended
de mí, que soy
manso y humilde de
corazón, y encontraréis
descanso para vuestras
almas. Porque mi yugo
es llevadero y mi carga
ligera”.
“La grandeza de un hombre consiste
en saber reconocer su pequeñez”
Admitir que se es
pequeño es la puerta
que posibilita el
descanso, sabatizar,
fundamentar la vida
es lo que realmente
es importante y
por ello disfrutar del
aquí y ahora. Ni más
ni menos se trata de
conjugar la vida en
clave con-sentido, lo
que supone dieta de
aditivos, colorantes
y conservantes.
Los sabios a los
que Jesús saca los
colores en el texto
mateano son los escribas
y fariseos de
cada época histórica
que de forma invariable
amanecen para
intentar quedarse
en los ámbitos políticos,
económicos,
educativos, religiosos...
liando fardos
pesados y cargándolos
a la gente en los
hombros, pero ellos
no están dispuestos
a mover un dedo
para empujar (23,4)
Catalina de Siena en
El Diálogo radiografía
a los letrados soberbios
como estudiantes
en mucha
ciencia... dan lo que
llevan en sí -vida de
oscuridad- (Capítulo
85).
Jesús de Nazaret
nos ofrece camino
alternativo, todo él
grabado por el alivio
y luz para el alma.
Cuidado con
confundir este consuelo
con la erradicación
de los problemas
a cualquier
precio, quizá buscando
hadas madrinas
con varita mágica.
No pasa de ser
espejismo y como
tal no soluciona las
contrariedades, tal
vez las ceba y enquista.
De carga a carga
va mucho. Ya nos
lo indica el Maestro.
La suya es liviana,
pero es.
Al hilo de lo compartido,
cabe preguntarse:
¿Cuáles son mis
fardos? ¿Reales?
Quizás. ¿Virtuales?
¿Dónde se asienta
mi vida? ¿En
mis solas fuerzas?, ¿A merced de
los otros?, ¿En los
poderosos de este
mundo?... ¿En el
Dios con nosotros
que afirma que su
yugo es llevadero y
su carga ligera?