“Soy yo, no temáis” “Soy yo, no temáis”
Al oscurecer, los discípulos
de Jesús bajaron
al mar, embarcaron
y empezaron la travesía
hacia Cafarnaún.
Era ya noche cerrada,
y todavía Jesús no
los había alcanzado; soplaba
un viento fuerte,
y el lago se iba encrespando.
habían remado unos veinticinco o
treinta estadios, cuando
vieron a Jesús que
se acercaba a la barca,
caminando sobre
el mar, y se asustaron.
Pero él les dijo:
“Soy yo, no temáis”.
Querían recogerlo a
bordo, pero la barca tocó
tierra en seguida, en
el sitio a donde iban.
Ellos también se encuentran solos,
eso es lo que ellos se imaginan
Tras la multiplicación
de los panes y la
“huida” de Jesús cuando
le querían hacer rey
porque lo quieren hacer
rey, Jesús se retiró
a la montaña, él solo.
Solo, sin ningún apoyo
en el poder, como vive
la totalidad de las personas.
Mientras tanto, los
discípulos atraviesan el
lago. Están en medio de
la oscuridad de una noche
tempestuosa y en
medio de las olas.
Ellos también se encuentran
solos. Eso es
lo que ellos se imaginan.
Porque, durante
la travesía, el Señor se
acerca a la barca.
“Soy
yo, no temáis”.
También la escena
del evangelio se reflejará
alguna vez, no solo
en nuestra vida personal,
sino en la de la comunidad:
la barca puede
ser símbolo de nuestra
vida o también de la
comunidad eclesial.
Promesa
Como Jesús, tampoco
sus discípulos podrán
apoyarse en ningún
poder político. Su
Mesías no se lo ha enseñado
ni con sus palabras
ni con su ejemplo.
En cambio sí le ha dejado
una promesa que vale
mucho más que cualquier
poder temporal:
Yo estaré con vosotros
todos los días hasta el
fin del mundo.
Es el mensaje que
nos quiere recordar este
pasaje que acabamos
de leer, leído en
este tiempo de Pascua.
Al empezar cada día, en
la calma o en medio de
la tempestad, recordemos
siempre que el Señor
resucitado está con
nosotros.
éste es el sentido
profundo de la Eucaristía
a la que asistimos.