“Que mi alegría esté en vosotros” “Que mi alegría esté en vosotros”
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos:
«Como el Padre me ha
amado, así os he amado yo;
permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos,
permaneceréis
en mi amor; lo mismo que
yo he guardado los mandamientos
de mi Padre y permanezco
en su amor.
Os he hablado de esto
para que mi alegría esté en
vosotros, y vuestra alegría
llegue a plenitud. Este es mi
mandamiento:
que os améis unos a
otros como yo os he amado.
Nadie tiene amor más
grande que el que da la vida
por sus amigos. Vosotros
sois mis amigos si hacéis lo
que yo os mando.
Ya no os llamo siervos,
porque el siervo no sabe lo
que hace su señor: a vosotros
os llamo amigos, porque
todo lo que he oído a mi
Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los
que me habéis elegido, soy
yo quien os he elegido y os
he destinado para que vayáis
y deis fruto, y vuestro
fruto permanezca.
De modo que lo que pidáis
al Padre en mi nombre
os lo dé. Esto os mando:
que os améis unos a
otros”.
“La permanencia en el amor
de Dios nos da alegría, plenitud”
“Permanecer” es un verbo
que parece difícil conjugar
con el estilo de vida
contemporáneo. ¿Se puede
permanecer en un trabajo
durante mucho tiempo?
¿Permanece contra viento
y marea una relación de
amistad? ¿Puede permanecer
una promesa dada frente
a las adversidades? ¿Permanecen
los compromisos
políticos con el electorado
sobre los intereses partidistas?
¿Permanece el “si,
te quiero” para siempre? ¿O
todo depende?
Tres veces nos dice hoy
Jesús en el Evangelio: “permaneced
en mi amor”. El
evangelista utiliza la forma
imperativa, por lo que no es
un consejo, sino una orden.
De alguna forma nos está diciendo
no seáis desconfiados
y hacedme caso, permaneced.
La permanencia
en el amor de Dios nos da
“alegría, plenitud”, nos dice
Jesús, “amistad” con él.
Es una invitación a dejarnos
amar por él, pues necesitamos
permanecer en el amor
de Dios para vivir. Es su
amor el que nos hace amigos
y no siervos.
Lo que ocurre es que
al corazón humano le gusta
jugar, ir y venir de vez
en cuando, y le cuesta permanecer;
ninguno de nosotros
somos siempre fieles
a nuestros compromisos y,
cuando esto ocurre, nos damos
cuenta de nuestro extravío
y volvemos a buscar
la estabilidad que nuestro
corazón necesita porque
no podemos sostenernos en
el vacío. Jesús comprende
muy bien nuestra debilidad
y por ello insiste: “permaneced
en mi amor”.
Cuando Judas sintió con
tristeza que su corazón había
traicionado a Aquel que
lo amaba, no buscó la vuelta
al Amor primero a través de
la humildad y el perdón, como
hizo Pedro; en lugar de
permanecer, huyó a través
de la falsa puerta del suicidio.
Para cubrir este hueco,
los discípulos eligen hoy
a Matías, cuya fiesta celebramos
en la liturgia de hoy.
¿Cómo hacen el discernimiento?
En un ambiente de
oración que busca permanecer
en el amor de Dios.
Por qué no rezar hoy con
esta petición a modo de jacu
latoria: “Que nada me
separe de tu amor Señor;
quiero permanecer en Ti.”