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EL LIBERAL . El Evangelio

“No conocen al que me envió”

20/05/2022 22:24 El Evangelio
Escuchar:

“No conocen al que me envió” “No conocen al que me envió”

En aquel tiempo, dijo Jesús

a sus discípulos:

“Si el mundo os odia, sabed

que me ha odiado a mí antes

que a vosotros.

Si fuerais del mundo, el

mundo os amaría como cosa

suya, pero como no sois del

mundo, sino que yo os he escogido

sacándoos del mundo,

por eso el mundo os odia.

Recordad lo que os dije: ‘No

es el siervo más que su amo’. Si

a mí me han perseguido, también

a vosotros os perseguirán;

si han guardado mi palabra,

también guardarán la vuestra.

Y todo eso lo harán con vosotros

a causa de mi nombre,

porque no conocen al que me

envió”.

Enviar a los amigos a que den

un fruto que no se corrompe

El miércoles dábamos comienzo

al capítulo 15 de San

Juan. Con una serie de enseñanzas

que nos abren a comprender

más y mejor el sentido

de este pasaje evangélico. Los

contrastes nos hacen caer en

la cuenta de la de importancia

que tiene para nuestra fe ahondar

en la Palabra de Dios como

seguidores, de este modo, también

entraremos en la tónica de

la resurrección.

Al inicio del capítulo san

Juan nos habla de la importancia

de permanecer en Cristo

para dar fruto y de este modo

rebosar alegría. Un mandato

concreto: Amaos los unos a los

otros.

De este modo, se ve que

ambas realidades conforman la

columna vertebral del discipulado.

Y un título importante: Ya

no os llamo siervos sino amigos,

para de este modo enviar

a los amigos a que den un fruto

que no se corrompe.

Ese es el marco concreto

con el que Jesús Resucitado se

presenta después de la Pascua.

El fenómeno de la resurrección

no es una obra de magia, sino

que es algo muy real e intrínsecamente

unido a nuestra realidad

de discípulos. Para ello, se

está hablando de mundo, no

como algo malo de lo que tengamos

que huir, sino que se está

refiriendo a todo aquello que

va contra Dios.

Es decir, Jesús ha resucitado,

pero sigue habiendo en

nuestro interior esa batalla entre

muerte y vida, oscuridad y

luz, pecado y salvación. Sigue

habiendo zonas en nuestro corazón

y en nuestra alma en la

que no hemos dejado que llegue

la luz resucitadora de Jesucristo.

Tenemos que de alguna manera

hacer ese proceso de reciclaje,

conversión del que nos

habla el cántico del siervo de

Yahvé: “El Señor Dios me ha dado

una lengua de discípulo; para

saber decir al abatido una

palabra de aliento. Cada mañana

me espabila el oído, para

que escuche como los discípulos”

(Is 50,4-9).

Pasar de lo que

nos distrae de la voluntad de

Dios, de esas cegueras, de ese

desamor que va anidando en lo

más íntimo de nuestro corazón

para actuar como lo hizo el mismo

Jesús.

A él lo persiguieron

por el mensaje que tría de parte

de Dios y no guardaron su Palabra

la de vivir en el mandato del

amor. Dar una palabra de aliento

y espabilar el oído, es la condición

necesaria del discipulado

que se debe injertar en la realidad

de un mundo sufriente como

es el nuestro. Es esa necesidad

de ir más allá de la que

nos habla el evangelista cuando

dice correr la misma suerte

que tuvo Jesús. Conocer o no

conocer su Nombre, como tan

bellamente nos dice el salmo:

«Se puso junto a mí: lo libraré;

lo protegeré porque conoce mi

nombre; me invocará y lo escucharé.

Con él estaré en la tribulación,

lo defenderé, lo glorificaré,

lo saciaré de largos días

y le haré ver mi salvación» (Sal

90,14-16).

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