“Para que seáis hijos de vuestro Padre celestial” “Para que seáis hijos de vuestro Padre celestial”
En aquel tiempo, dijo Jesús
a sus discípulos:
“¿Habéis oído que se dijo:
‘Amarás a tu prójimo’ y ‘aborrecerás
a tu enemigo’.
Pero
yo os digo: amad a vuestros
enemigos y rezad por los que
os persiguen, para que seáis
hijos de vuestro Padre celestial,
que hace salir su sol sobre
malos y buenos, y manda
la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que
os aman, ¿Qué premio tendréis?
¿No hacen lo mismo
también los publicanos? Y, si
saludáis solo a vuestros hermanos,
¿Qué hacéis de extraordinario?
¿No hacen lo
mismo también los gentiles?
Por tanto, sed perfectos, como
vuestro Padre celestial es
perfecto”.
Amar a los enemigos? Pero si nos
cuesta amar a los que están al lado
Jesús nos tiene acostumbrados
a presentarnos propuestas,
a relatarnos parábolas
que refuerzan una enseñanza,
a ofrecernos su vida como
modelo de identificación o una
forma de relación con las personas
desconocida hasta entonces.
Y unas veces produce
admiración en sus oyentes,
en otras ocasiones, escándalo,
en otras perplejidad, o gratitud
y en otras ocasiones les
hace exclamar, “dura es esta
doctrina”.
Hoy la liturgia, a través de
Mateo, nos presenta un texto
breve que encierra unas palabras,
mejor unas actitudes que
marcan el núcleo de la práctica
cristiana. El amor. Nos lo recuerda
también en un texto similar
Lc 6, 27-35
¿Amar a los enemigos? Pero
si con mucha frecuencia nos
cuesta amar a los que están
al lado, a los conocidos, a los
prójimos... Si sólo a los amigos
¿no hacen lo mismo los gentiles?
¿Dónde está lo específicamente
cristiano? Las propuestas
de Jesús son cada vez más
desafiantes.
“Amaos unos a otros como
Yo os he amado”. “En esto conocerán
que sois mis discípulos”.
“Amad a vuestros enemigos”.
Parece que, como si se
tratara de un salto de altura,
cada vez subiera un poco más
el listón de sus propuestas.
Con lo complicado que muchas
veces nos resulta incluso
amar a quienes nos aman,
a quienes, tenemos cerca, a
nuestro lado, a las personas
con las que nos relacionamos
en el día a día.
El amor que se nos pide y
con el cual hemos de amar al
otro no es ni un instinto ni un
sentimiento, no podemos esperar
que sea algo espontáneo,
Es… porque tenemos un Padre
común que es Amor y todos
nosotros somos sus hijos. “Tuve
hambre, tuve sed...”
Se nos está sugiriendo
cambiar la clave desde la
que yo amo. Pasar de la lógica
de la razón a la lógica de Dios
“como Dios me ama. No desde
mis planteamientos sino desde
Dios”.
Y para dar este giro, es importante
dejarnos amar primero
por Dios. Experimentar que,
a pesar de todas nuestras limitaciones,
él nos acoge, nos
ama, nos perdona. Si estamos
atentos a su Palabra, si cuidamos
la tierra que es nuestra vida,
él la regará con su gracia,
acudirá en ayuda de nuestra
debilidad porque el amor es un
don de Dios.
En definitiva, las palabras
de Jesús nos invitan a establecer
unas nuevas relaciones, incluso
con nuestros enemigos.
Dice un conocido psicólogo que
nos facilitaría el camino, una
purificación de la memoria para
olvidar todas las deudas, fundamentalmente
afectivas, que
tienen con nosotros. Significan
convertir el enemigo, el adversario
en un hermano. Significa
acercamos a él, hacerlo prójimo.
Significa descubrir en el
enemigo, como en cada hombre
al mismo Jesús. ¡Señor, enséñanos
a amar!