“Tu Padre te lo pagará” “Tu Padre te lo pagará”
En aquel tiempo, dijo Jesús
a sus discípulos:
“Cuidad de no practicar
vuestra justicia delante de los
hombres para ser vistos por
ellos; de lo contrario no tenéis
recompensa de vuestro Padre
celestial.
Por tanto, cuando
hagas limosna, no mandes
tocar la trompeta ante ti, como
hacen los hipócritas en las
sinagogas y por las calles para
ser honrados por la gente;
en verdad os digo que ya han
recibido su recompensa.
Tú,
en cambio, cuando hagas limosna,
que no sepa tu mano
izquierda lo que hace tu derecha;
así tu limosna quedará
en secreto y tu Padre, que
ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando oréis, no seáis
como los hipócritas, a quienes
les gusta orar de pie en
las sinagogas y en las esquinas
de las plazas, para que
los vean los hombres. En verdad
os digo que ya han recibido
su recompensa.
Tú, en cambio, cuando
ores, entra en tu cuarto, cierra
la puerta y ora a tu Padre,
que está en lo secreto, y tu
Padre, que ve en lo secreto,
te lo recompensará.
Cuando ayunéis, no pongáis
cara triste, como los hipócritas
que desfiguran sus
rostros para hacer ver a los
hombres que ayunan. En verdad
os digo que ya han recibido
su paga.
Tú, en cambio, cuando
ayunes, perfúmate la cabeza
y lávate la cara, para que
tu ayuno lo note, no los hombres,
sino tu Padre, que está
en lo escondido; y tu Padre,
que ve en lo escondido,
te recompensará”.
COMENTARIO
Las solas buenas obras
pueden ser equívocas
No. No es que Jesús
pretenda confundirnos. No
se contradice cuando, en
este mismo sermón, parece
decir lo contrario: “Que
los hombres vean vuestras
buenas obras” (Mt 5,6). Mirada
más a fondo, esas dos
enseñanzas son complementarias:
no hay que hacer
el bien para ser admirados
ûlo cual sería un refinado
egoísmo-, sino por amor
gratuito. Más allá de “hacer
el bien”, el evangelio nos
propone “ser buenos”. Las
solas buenas obras pueden
ser equívocas porque
pueden venir motivadas por
oscuros deseos de vanagloria.
Ni siquiera, las buenas
razones justifican “hacer
mal el bien”.
Decía Pascal
que “nunca hacemos tan
perfectamente el mal, como
cuando lo hacemos de buena
fe”. La visibilidad de la
caridad no debe tener otra
intención que el dar toda la
gloria a Dios y que los hombres
glorifiquen al Padre
que está en los cielos. Solo
Dios conoce nuestras intenciones
reales. Ante su
mirada de Padre tendremos
que reconocer que, en muchas
ocasiones, nuestras
caridades ofenden y hacen
daño. Lo advertía seriamente
aquel santo curtido
en la áspera caridad que
fue Vicente de Paul, con afiladas
palabras: “Recuerda
que te será necesario mucho
amor para que los pobres
te perdonen”.
Porque
“dar” es “hacer justicia”,
restablecer un poco
de equilibrio en la distribución
de los bienes. Por eso,
quien tiene debe dar. Y, al
hacerlo, repara injusticias.
No debe dar para ser causa
de injusticia, sino para liberarse
a sí mismo del mal.
Esto se consigue cuando se
elimina el cálculo o la posible
ganancia: “Que no sepa
la izquierda...”. Esto es, dar
sin pensarlo demasiado.
Como esto no es fácil para
nosotros, necesitamos orar
y pedir.